07 · 04 · 23 Postales de Semana Santa Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Todavía en los años setenta y aún al inicio de los ochenta era común que durante la Semana Santa o Semana Mayor, la cartelera cinematográfica reciclara, como cada año, una serie de películas “piadosas” acordes a la experiencia cristiana y al retrato que Hollywood había impuesto sobre la vida de Jesús y, sobre todo, al suplicio sufrido y la crucifixión como catarsis y clímax. Y es que, más allá de toda revelación histórica y religiosa, Cristo no escapó a la fascinación de la pantalla. Se trastocó en un personaje de ficción capaz de trascender la fe y la razón para convertirse en mito del celuloide visto desde la excesiva idolatría o la más irónica reflexión sobre su vida y su tiempo. La mayoría de las veces, cintas-espectáculo que pretendían dar testimonio del poder divino y/o del calvario de Jesús, en ocasiones con exacerbada veneración o acartonadas recreaciones de la fe. Así, en paralelo a clásicos hollywoodenses como: El manto sagrado, Los diez mandamientos, Rey de reyes, La Biblia o Jesucristo superestrella, nuestro cine propuso no sólo retratos sufrientes y elementales en donde el Nazareno era interpretado siempre por españoles, sino que, además, encontró un punto de vista paralelo a los designios divinos y la vida de Cristo en una serie de filmes atípicos, críticos y cuestionadores de la fe. Durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho, un mandatario de fuertes creencias religiosas, aparecieron obras muy similares sobre la vida de Jesús y su tormento previo a la crucifixión como: Jesús de Nazareth (1942), de José Díaz Morales con José Cibrián, y María Magdalena y Reina de reinas, ambas de 1945 dirigidas por Miguel Contreras Torres con Luis Alcoriza como Jesús y en 1952: El mártir del calvario (1952), de Miguel Morayta con Enrique Rambal. El mártir del calvario (1952, dir. Miguel Morayta) En todas ellas, prevalece el relato de “estampita” de la vida y milagros de Jesucristo y de su suplicio donde es azotado por centuriones romanos y más tarde crucificado, apoyado en una iluminación que destacaba su investidura divina y coros “celestiales”. Filmes que curiosamente encontrarían eco en los turbulentos años sesenta, como lo muestran: El proceso de Cristo (1965), de Julio Bracho con Enrique Rocha, o la trilogía emprendida por Miguel Zacarías en: Jesús, el niño Dios, Jesús, María y José y Jesús nuestro señor —todas de 1969—, en las que se aprecian algunas de las viñetas más conocidas: la última cena y el beso de Judas, las bodas de Caná, o la presencia de María, José, María Magdalena, Poncio Pilato, Barrabás y los apóstoles, entre otros. No obstante, destacan por encima de éstas, una serie de obras que intentaron debatir en lugar de venerar. Ejemplo de ello es Cristo 70 (1969), de Alejandro Galindo, atractiva alegoría de la pasión de Jesús con Carlos Piñar, Gabriel Retes, Enrique Novi y otros. En ella, un grupo de jóvenes delincuentes terminan por vivir en carne propia el calvario cristiano en una celebración de Semana Santa, mientras se ocultan de la policía en Tequisquiapan. En El elegido (1976), de Servando González, un taxista (Manuel Ojeda), es electo para interpretar el papel de Jesús en la representación anual de Semana Santa. Él se niega aludiendo que su padre hizo el papel tres veces y acabó muriéndose. Más tarde, es agredido por unos ladrones y rescatado por una moderna y madura María Magdalena (Katy Jurado) a la que embaraza. Cristo 70 (1969, dir. Alejandro Galindo) En el episodio “Esperanza”, de Fe, esperanza y caridad (1972), dirigido por Luis Alcoriza, Milton Rodríguez muere en la cruz como Cristo cuando le colocan unos clavos que lo infectan, debido a las transas de su jefe, un empresario ambicioso que encarna Raúl Astor quien monta un espectáculo piadoso en una carpa ambulante para regocijo de un público morboso. Más inquietantes resultan otras metáforas sobre Jesucristo con elementos pánicos y sexuales, como lo serían: El topo (1969), de Alejandro Jodorowski, con él mismo, en una perturbadora alegoría cristiana en tono de western mezclado con budismo zen, así como tres filmes de Rafael Corkidi: Ángeles y querubines (1971), Aundar Anapu (1974) y Pafnucio santo (1976), en los que combina la parafernalia religiosa y la propia imagen de Jesús con impactantes desnudos, ideas revolucionarias y un surrealismo de imágenes que pusieron en aprietos a la censura. Ángeles y querubines (1971, dir. Rafael Corkidi) Asimismo, Luis Alcoriza realizaría la farsa satírica Semana santa en Acapulco/ Viacrucis nacional (1979), en ella se narran las vejaciones que sufre una pareja (Lucha Villa y David Reynoso) con un niño pequeño, la hermana de aquella (Teresa Velázquez) y el novio de ésta (Luis Manuel Pelayo), en el puerto Guerrerense, cuando deciden irse de paseo de manera precaria sin una planeación adecuada, con las playas atestadas de turistas, en una época en la que todo se presta al abuso y la discriminación que sufren los mexicanos dentro de su propio país durante las vacaciones de la Semana Mayor. Por último, en suma inquietante resulta Semana Santa (2014), el afortunado debut de Alejandra Márquez Abella, a la que le bastan unos cuantos detalles para mostrar de forma contundente el concepto contemporáneo de familia disfuncional en un relato intimista que sucede durante unas vacaciones de Semana Santa en algún hotel de playa en Acapulco, donde una madre soltera y su hijo (Anajosé Aldrete y Esteban Ávila), viajan con la actual pareja de aquella (Tenoch Huerta), para descubrir que la soledad es brutal y que las relaciones personales de hoy están marcadas por el desasosiego y la total falta de compromiso. Semana Santa (2014, dir. Alejandra Márquez Abella)