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Cadena perpetua: el hombre contra el sistema

 

"Si yo hubiera sido un buen director de cine,
la única novela que hubiera filmado se llama Lo de antes…".
—Luis Spota a Arturo Ripstein,
en Arturo Ripstein habla de su cine con Emilio García Riera (1988).

 

Luis Spota (1925-1985) fue un notable creador y apasionado de un género periodístico menospreciado, aunque en sumo estimulante, como lo es la nota roja. Extrajo de esta sus apuntes oscuros y sus verdades a medias que destilan paranoia, sangre, horror y emociones al límite para crear atípicas intrigas noir y otorgar insólitos giros a un cine policiaco nacional. Y es que Spota supo imponer un estilizado tratamiento a un cine negro a la mexicana como lo muestran sus colaboraciones con Roberto Gavaldón (En la palma de tu mano, La noche avanza), Miguel Morayta (Hipócrita, Camino del infierno), Alfredo B. Crevenna (Dónde el círculo termina), Ernesto Cortázar (Corazón de fiera), o en Nadie muere dos veces y Amor en cuatro tiempos, dirigidas por él mismo.

Comentarista de box y cine, conductor televisivo, periodista, guionista y narrador prolífico, Luis Spota escribió en 1968 una novela brutal y desencantada sobre el individuo común, constreñido por el sistema, el mismo que irrumpía con violencia en las manifestaciones estudiantiles de ese mismo año de 1968. Lo de antes, narra las incidencias de Javier Lira Puchet, alias El Tarzán, un excarterista y exproxeneta, ahora con una mujer embarazada y una hija pequeña, que logra reformarse e integrarse a la sociedad al ingresar a una institución bancaria como cobrador. Sin embargo, reaparece en su vida el despiadado exagente de la Policía Secreta, el Comandante "Burro" Prieto, responsable de su traslado a las Islas Marías años atrás, y que ahora lo humilla y obliga a delinquir estableciendo una cuota diaria y protección.

Cadena perpetua (1979, dir. Arturo Ripstein) Cadena perpetua (1979, dir. Arturo Ripstein)

No sólo eso, aquí, todos los personajes secundarios resultan tan necesarios como espléndidos: ahí está el Cabo Pantoja (Ernesto Gómez Cruz brillante), a cargo del penal en las Islas Marías que convive con El Tarzán en sus veladas alcohólicas y luego lo ataca con un cuchillo al enterarse de que se acuesta con su mujer —una sensual Pilar Pellicer—; todo ello, en una larga secuencia, contada a través de un flashback, que pareciera una película dentro de la propia película. Con aquellos: El Gallito (Roberto Cobo), el traficante y dueño de un billar que planea atracos con toda clase de delincuentes; la preciosa empleada doméstica que encarna Ana Martín en una impactante escena de crudeza sexual; o las atractivas prostitutas que explota El Tarzán: Angélica Chain o Yolanda Rigel cuyas escenas se desarrollan dentro del cabaret donde actúa Pepe Arévalo y sus Mulatos, o en el interior de hoteles de paso, como el Margo y Turístico; y en particular, el grandioso Narciso Busquets como repulsivo judicial y su "madrina" que encarna Rodrigo Puebla La Cotorra… "Ratero una vez, ratero siempre", le dice Burro Prieto al Tarzán.

A la distancia, hoy en día, Cadena perpetua pudiera ser vista como una suerte de oda machista que corresponde a la perfección a su contexto y sus ambientes. Un relato con un excepcional timing y un gran uso de la voz en off y de los saltos en el tiempo, que también los tiene la novela de Spota. E incluye además, algunas escenas memorables como el asalto inicial y la muerte del ladrón, las grandiosas secuencias en las Islas Marías, la escena de Armendáriz Jr. con uno de los abrigos de mink robados y en trusa, cocinado. Y con ellas, la secuencia en el Monumento de Uruguay diseñado por Gonzalo Fonseca para la Ruta Olímpica o Ruta de la amistad en Periférico, frente al centro comercial Perisur, donde El Tarzán es humillado y la escena final afuera del Estadio Azteca donde se juega el partido México-Alemania.

Por cierto, otra película espléndida y poco valorada —Ratero— realizada ese mismo año de 1978, dirigida por Ismael Rodríguez, coincidía con los elementos de aquella obra de prestigio que representaba Cadena perpetua. En Ratero, Roberto "El Flaco" Guzmán consigue, tal vez, la mejor interpretación de su carrera, en este relato duro y realista, centrado en un raterillo de barrio apodado Solovino, un provinciano miserable que llega a la capital y se ve en la necesidad de robar para sobrevivir; sin embargo, la policía le quita el botín a cambio de dejarlo libre y más tarde, lo obliga a delinquir de nuevo y volver a lo de antes.