14 · 04 · 12 Alejandro Hosne recomienda Narciso negro Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Alejandro Hosne, quien imparte el Curso de Guión Cinematográfico del FICM en Morelia Hay historias que atrapan por ser directas y explosivas; otras por ser todo lo contrario: sutiles, inquietantes, sugestivas, Narciso negro, dirigida por la dupla Michael Powell y Emeric Pressburger, es un gran ejemplo de sutileza. Aún así, en este filme lo sutil no evita lo terrible ni lo doloroso, más bien lo remarca. El argumento es simple: cinco monjas son enviadas a abrir un convento en un monte perdido del Himalaya, justo en un antiguo palacio donde un general tenía su harén. El palacio no sólo tiene un clima extraño y fantasmagórico, también está plagado de pinturas que muestran mujeres en poses eróticas, que recuerdan constantemente su origen. La mudanza es complicada, el viento entra por todas las puertas y ventanas, la altura del Himalaya pesa, y a la gente del pueblo les da igual el cristianismo, o cualquier cosa que no sea su micro mundo. Pronto veremos que cada una de las monjas es asediada por su pasado, o por el presente alterado gracias a ese lugar salvaje. Comprenden que nadie las necesita ahí; los habitantes, en una etapa primitiva, desprejuiciada y libre no se acercan a personas que duden, que no estén seguras de sí mismas, no porque les teman sino porque al parecer les aburren. Y lo que ellas tenían para dar se transforma en lo que tienen para ocultar. El principal detonante del quiebre interno es un militar inglés sarcástico y algo amargado pero conocedor de la fragilidad del alma humana o, en el caso, conocedor del fracaso del alma humana. El tipo las ronda en permanente ambigüedad. La hermana superiora, interpretada por Deborah Kerr, se muestra segura al principio; se quiebra cuando su orden se quiebra, y no por falta de disciplina o falta de fe sino porque cada una de las hermanas sucumbe a los impulsos humanos más básicos, o a necesidades nunca atendidas. Aflijida, la hermana superiora le cuenta al inglés un trunco amor de juventud, motivo que la llevó a hacerse monja. Sin embargo, intuimos que hay otros motivos pero no quedan claros, detalle de la profundidad de la película. Otra de las hermanas a la que asignan la tarea de plantar verduras y coles para la orden, planta en vez flores por todos lados. Presa de una melaconlia y tristeza incomprensible para ella y para los demás, se decide por los colores y la vida sin poder explicar por qué lo hizo. Erotismo, derrota y dolor merodean esta película, igual que el viento, el militar inglés, las alturas y los propios secretos merodean a las monjas y sus contradicciones; contradicciones que cualquiera de nosotros trata de evitar hasta que es demasiado tarde y de pronto se encuentra en un lugar tan alto que debe enfrentarse a sí mismo, padecerse a sí mismo, sin llegar a una conclusión triunfalista o clarificadora, sólo al amargo conocimiento. El uso del color y del arte, siempre brillante en manos de Michael Powell, hace de cada plano una composición pictórica díficil de olvidar. Como Powell sabía que hacía cine y no pintura o teatro, la conjunción de color y ambigüedades hacen de Narciso negro una obra maestra de puro cine, injustamente olvidada o no tan recordada como merece.