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Sarah Batiza, escritora y taquígrafa, esa gran desconocida

“A las mujeres que trabajan, está dedicada esta historia. No importa cómo se lla-men, ni su edad ni el medio social de donde provengan. Son como las heroínas de nuestra historia, mujeres que trabajan. Un grupo de taquígrafas escogido al azar, pero esos hechos no constituyen una excepción. Las mujeres que trabajamos, participamos de muchas vicisitudes: somos taquígrafas y cuántas inquietantes preguntas se hacen a nuestro alrededor. Cómo se nos critica y condena y qué poco se nos conoce y se nos comprende ¿Pero, somos tan culpables como a menudo se nos juzga?, o ¿somos inocentes como frecuentemente se duda?”. Con este texto arranca un filme atípico, intrigante, original y prácticamente desconocido como su autora: Nosotras las taquígrafas, inspirado en la novela de Sarah Batiza Berckowipz, dirigida en 1950 por Emilio Gómez Muriel.

Nacida en la Ciudad de México un 20 de marzo de 1914, Sarah Batiza estudió mecanografía y taquigrafía en la escuela Miguel Lerdo de Tejada y más tarde obtendría una medalla de oro como secretaria taquígrafa parlamentaria, lo que le valió ser admitida en la Secretaría de Hacienda. Las experiencias poco gratas de ese trabajo gubernamental propiciaron la temática de su primera novela, Nosotras las taquígrafas, que resultó premiada en el Certamen Cultural de los Talleres Gráficos de la Nación, en 1949. Su espíritu inquieto y su talento le llevaron a escribir además relatos que se publicaron en el Magazine Dominical de El Universal.

Su novela siguiente, Mis yos y Larry publicada en 1958, era otra historia urbana con tintes sicológicos centrada en una secretaria que se hace pasar por escritora; seguida por Eso que se llama un niño, editada en 1968, un relato autobiográfico aunque el narrador es un infante que relata su vida entre 1910 y 1920 en la Ciudad de México. En efecto, la única experiencia cinematográfica de Batiza fue Nosotras las taquígrafas, otro de los varios relatos que intentaban mostrar el desarrollo Alemanista y el peso público de lo femenino —habrá que recordar, que en ese sexenio se otorgó el voto a la mujer—.

Poster Nosotras las taquígrafas
Poster Nosotras las taquígrafas

Al inicio, se muestra la llegada de la protagonista, María Eugenia Blanco (Alma Rosa Aguirre), a su primer empleo en una oficina del primer cuadro de la ciudad (el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en José María Pino Suárez no. 2). La recibe Blanquita López (Blanca de Castejón), treintañera, solterona que desconfía de los hombres y le comenta: "Debes saber una cosa: no termines pronto el dictado, porque te dan más trabajo. Es necesario que aprendas a simular, si no, te matas pegada a la máquina. Acuérdate que al que es de azúcar se lo comen las moscas”. Después, se muestran arquetipos de personajes como la guapa coqueta Gloria (Gloria Mange), que cambia novio a cada rato y es una consumista de ropa a plazos con aboneros árabes. Elsa (Lilia del Valle), la atractiva y joven virgen, que vive en los Condominios Miguel Alemán, seducida por el Licenciado Gálvez (Eduardo Noriega), su jefe, a punto de casarse, que la lleva al cine Chapultepec a ver Yo quiero ser tonta (1950) —dirigida por Eduardo Ugarte con Rosita Quintana—. Bertha (Sara Montes), la secre amante de Ortiz (Julián Soler), licenciado casado y jefe del Departamento, y la arpía chismosa Dolores (Nelly Montiel), que envía anónimos a este.

En el Café La Copa de Leche, aparece David Silva, en el papel de David Martínez, que se dedica a colocar máquinas de escribir en despachos y empresa particulares y del Gobierno, y de inmediato se flecha con María Eugenia cuando muestra un nuevo equipo: “Soy representante de la agencia Proveedor de Oficinas y me mandan del administrativo para demostrarles esta maravilla… Esta es una súper máquina eléctrica de funcionamiento sencillísimo y maravilloso…”, y una de ellas comenta: “Pero un invento así, vendría a desplazar a las taquígrafas profesionales”, a lo que él responde: “Claro que no, porque estas máquinas, tienen un defecto: no se les puede llevar al cine…”.

A diferencia de películas similares como las de Alejandro Galindo, aquí existen momentos más melodramáticos —la muerte de Elsa—, otros graciosos —los apodos que les coloca Blanquita a los jefes, como al madurito solterón Licenciado Aguirre (Andrés Soler), del que se ha enamorado—, otros trágicos —el disparo que recibe María Eugenia por parte de la esposa de Ortiz (Georgina Barragán), a quien cree la amante de su marido y que sirve para unirla aún más a su novio David—. Los instantes finales en la Octava Delegación entre David y María Eugenia resultan muy eficaces, cuando este recibe la noticia de la aprobación de compra de 24 equipos de oficina, con los que podrá casarse con su novia. 

Se aprecian magníficas escenas en el Zócalo durante la marcha de burócratas, al igual que en Xochimilco, y Roberto Cobo se luce bailando mambo, en un filme que cierra de nuevo con la narradora del inicio diciendo: “Taquígrafas. Ni culpables ni inocentes. Sencillamente mujeres que contribuyen en el modesto plano de su trabajo, al progreso universal. A veces las atrapa la pasión entre sus mallas, o el amor las olvida injustamente, pero su presencia justifica la tarea de ganar el pan. Son flores en el hogar, en la oficina y en la vida”. A la distancia habrá que entender que este honesto relato femenino fue visto desde la óptica masculina de ese momento, adaptado por un hombre: Alfonso Patiño Gómez, producida por Salvador Elizondo y dirigida por Gómez Muriel.

Esa gran desconocida que fue Sarah Batiza ingresó a la SOGEM (Sociedad General de Escritores de México) en agosto de 1966, sin embargo, su fallecimiento no queda claro, hay informes que hablan del 19 de septiembre de 1966 y otro más en Junio 2 de 1981, a los 67 años.