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Retrospectiva “Buñuel in México”. 75 años de EL GRAN CALAVERA

Nacido en Calanda, España, en 1900, Luis Buñuel se convertiría, en breve, en uno de los mayores exponentes del surrealismo cinematográfico; una personalidad fascinante y perturbadora con una filmografía emprendida entre 1928 y 1977. Luego de abandonar su país bajo la dictadura de Primo de Rivera, Buñuel emigró a Francia donde arrancó su obra con las insólitas: La edad de oro (1928-29) y El perro andaluz (1929-30), donde deja claro su interés por explorar los caminos del erotismo y la sensualidad. De vuelta en España dirigió el documental Las Hurdes/ Tierra sin pan (1932-33); codirigió con José Luis Saénz de Heredia La hija de Juan Simón (1935) y ¿Quién me quiere a mí? (1936); y, con Jean Gremillon, ¡Centinela alerta! (1937).

El gran calavera (1949, dir. Luis Buñuel)

Llegó a México en 1946 para iniciar una atractiva obra regida por inquietantes elementos de onirismo, humor negro y sexualidad. Su primer trabajo en la industria fue Gran casino producida por Oscar Dancigers, hombre clave en su carrera, que le confió la dirección de esta cinta para lucimiento de Jorge Negrete y la argentina Libertad Lamarque. Titulada originalmente En el viejo Tampico, escrita por Mauricio Magdaleno y Edmundo Báez sobre novela de Michel Veber, fue un fracaso absoluto, por ello, Buñuel tuvo que esperar poco más de dos años y medio para filmar El gran calavera (1949) —que este 2024 cumple 75 años—, seguida de la magistral: Los olvidados (1950) y una fructífera carrera realizada a contracorriente de la industria, plagada de humor, ironía y reflexión social, como lo muestran: La hija del engaño (1951), El bruto (1952), Él (1952-53), La ilusión viaja en tranvía (1953) o El río y la muerte (1954), entre otras.

A partir del 9 de junio de 1949 arrancó en los Estudios Tepeyac El gran calavera, adaptada por Janet y Luis Alcoriza a partir de una pieza del español Adolfo Torrado, en la que su protagonista, Fernando Soler, participaría como una suerte de codirector de Buñuel, ya que él mismo producía junto con Dancigers para Ultramar Films. Soler interpreta al adinerado Ramiro de la Mata, un viudo borrachín que saca de quicio a su indolente y parasitaria familia, su hermano abusivo y flojo, Ladislao (Andrés Soler) y su cuñada, la hipocondriaca Milagros (Maruja Griffell) y sus hijos banales con aire de grandeza aunque de buen corazón: Virginia (Charito Granados) y Eduardo (Gustavo Rojo). Meses después se presenta Gregorio (Francisco Jambrina), el otro hermano, médico siquiatra, que reclama enterado por el honrado administrador (Antonio Bravo) de las parrandas, idas a la cárcel, despilfarros y desastre que suceden en la familia.

Ramiro llega alcoholizado en la pedida de mano de su hija por parte de Alfredo, un catrincito interesado (el propio Luis Alcoriza), a quien Ramiro rechaza. Los corre e insulta a todos, en especial a la madre de Alfredo, una señora con bigotes (María Luisa Serrano) y después pierde el sentido. Por ello, para salvar a Ramiro del alcoholismo y la ruina, Gregorio inventa un plan para regenerarlo: hacerle creer que ha estado inconsciente a lo largo de un año, debido al alcohol y por lo tanto ahora son pobres. Abandonan la casa de Las Lomas y montan el teatro en una vecindad cerca de la Romita, vestuario incluido: Gustavo Rojo como Pepe “El Toro”, por ejemplo, Virginia dice haber comprado su vestido en La Lagunilla y Ramiro con un cordón por cinturón. Sin embargo, el mismo Ramiro se percata del engaño gracias a Pablo (Rubén Rojo), humilde electricista que lo salva del suicidio y decide entonces capitalizar la comedia. Los obliga a trabajar,  se escapa a su casa a descansar y a comer langosta y vino, y consigue cambiar a sus ociosos hijos, hermano y cuñada en “personas de bien”. Virginia se ha enamorado de Pablo, quien además, arregla radios, hace anuncios comerciales en una camioneta con altavoces, les lleva comida y trabajo, y consigue interrumpir la boda de Virginia con Alfredo con quien se va a casar por tristeza, aunque en realidad ama a Pablo. La película cierra con una suerte de final feliz en la que retoman su riqueza, pero con una actitud distinta ante la vida, caminando por la hoy Avenida Cuauhtémoc, en la colonia Roma.

Imagen de la película El gran calavera (1949) de Luis Buñuel
El gran calavera (1949, dir. Luis Buñuel)

Pese a la simplicidad de la trama y la manera tan elemental como se resuelve la lucha de clases, se trata de una eficaz comedia moral con uno que otro toque dramático en la que destaca el trabajo histriónico que sostiene la historia, la eficaz puesta en escena y el sostenido ritmo de unos diálogos muy graciosos. Si algo abunda en El gran calavera son los detalles pequeños y curiosos: pinceladas geniales que se les debe tanto a Buñuel como al matrimonio Alcoriza, como las referencias a la publicidad de la época: cigarros Rialto o Gardenia, o paletas y helados Trébol o la escena en la que Ramiro alcoholizado le dice a la madre de Alfredo: “¡Señor mío!” y ella responde: “¡Soy una señora!”… “¡Ah pues rasúrese porque no lo parece…!”.

Y sobre todo, ese par de grandes escenas a bordo de la camioneta donde Pablo hace sus anuncios: en la primera; él y Virginia no se dan cuenta de que esta encendido el micrófono y todos escuchan la confesión de amor de él. Y la segunda: los comentarios que lanza a través del altavoz afuera de la iglesia neogótica de la Sagrada Familia en la colonia Roma y el discurso machista del sacerdote que intenta casar a Virginia, interrumpido por la voz de Pablo al micrófono. El filme fue un éxito de taquilla y seis décadas más tarde, se realizaría una suerte de nueva versión a cargo de Gary Alazraki: Nosotros los nobles (2013). El día de hoy, con el apoyo del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), Cineteca Nacional y Filmoteca de la UNAM, inicia en el MoMa de Nueva York, la retrospectiva “Buñuel in Mexico”.