Pasar al contenido principal

Retratos de chicas casaderas años cuarenta y cincuenta

Una de las temáticas de mayor peso en cine mexicano del siglo XX fue la idealización del matrimonio. El sometimiento ante las leyes de Dios y de los hombres en el que miles de mujeres sacrificaban su libertad en aras de una boda idílica; un hogar propio aunque se tratara de un cuarto redondo, como solía decirse, en el que hubiera hijos, estabilidad económica y emocional. Todo ello sonaba muy bello en las novelas, historietas, telenovelas y sobre todo en las tramas que la pantalla grande ofrecía. En el interior de un país con tantos abismos sociales y un machismo rampante, aquellos sueños sublimes distaban mucho de convertirse en realidad, no obstante nuestro cine solía apostar por el retrato de la boda, incluso con finales agridulces y de mayor verismo como sucede en la escena final de Una familia de tantas (1948), de Alejandro Galindo, en donde Maru (Martha Roth), la protagonista, sale de su hogar vestida de novia rumbo al altar sin la compañía y el consentimiento de sus padres. O ese final feliz, también en apariencia, de El gran calavera (1949), de Luis Buñuel, en el que Charito Granados deja plantado en el altar al interesado pretendiente (Luis Alcoriza) para seguir a su verdadero amor: Rubén Rojo.

Una familia de tantas (1948), de Alejandro Galindo
Una familia de tantas (1948, dir. Alejandro Galindo)

No obstante, fueron los años cincuenta pródigos en relatos de mujeres cuya mayor aspiración era el contraer matrimonio como ocurre en ese filme de corte turístico titulado Llamas contra el viento (dir. Emilio Gómez Muriel, 1955), filmado en locaciones de Cuba, Panamá, Venezuela, Colombia y México que proponía como fin último de sus heroínas una boda estable con hombres guapos y formales. Alicia (Ariadna Welter), su hermana Claudia (Yolanda Varela) y la amiga de ambas, Laura (Annabelle Gutiérrez) son un trío de azafatas que deciden pasar unas vacaciones en Caracas ya que las tres han recibido propuestas matrimoniales de “tres” venezolanos que en realidad es uno sólo: el mujeriego y maduro Williams (Víctor Junco) que pide matrimonio con tal de ligarse ocasionalmente a una mujer. 

Ahí, Alicia conoce a Eugenio (Raúl Ramírez), Laura, aficionada a la poesía se encuentra con Alfonso (Félix González), mesero que en realidad estudia ingeniería y se hace pasar por poeta y Claudia más ambiciosa, se interesa por el propio Williams que dice tener mucho dinero. Resulta que Eugenio es casado pero su esposa (Magda Guzmán) tiene una enfermedad terminal y le da carta blanca a Alicia para que se case con Eugenio al momento de su muerte y Claudia acaba enamorada de un joven marinero (Fernando Casanova), en un relato donde el peso del paisaje era rotundo y más aún las aspiraciones de boda de sus protagonistas. A destacar aquí, la sensible utilización del bello tema musical Cumbia Sampuesana en una espléndida secuencia que se desarrolla durante un carnaval en Colombia.

Un año antes, Gilberto Martínez Solares dirigía Hijas casaderas (1954) con Carlos López Moctezuma como un viudo despedido de su trabajo sin indemnización, que además de realizar varios empleos para mantener a sus tres hijas: Silvia Pinal, la formal que estudia piano y es diseñadora y las “frívolas” Carmelita González y Alicia Rodríguez que estudian respectivamente Filosofía y Letras y mecanografía, sufre porque se ha prometido casar bien a sus hijas a las que salva en varias ocasiones de la ruina moral y de la “modernidad” del momento.

Gilberto Martínez Solares dirigía Hijas casaderas (1954)

En cambio, Chicas casaderas (1959, dir. Alfredo B. Crevenna), muestra durante la secuencia de créditos la imagen de tres muñecas infantiles de plástico; es decir, la manera en que los hombres veían a las jovencitas casaderas de buena cuna: muñequitas frágiles para un aparador y nada más. Todo ello, acompañado de una bella banda sonora a cargo del Maestro Antonio Díaz Conde. Marcela, eficaz dibujante que encarna Maricruz Olivier, va a casarse con el maduro Miguel (Roberto Cañedo), dueño de la mueblería donde trabaja para ayudar así a su pobre padre, (José Luis Jiménez).

En el negocio, Marcela atiende a sus ex compañeras del colegio próximas a contraer matrimonio y que buscan muebles para su hogar: Patricia y Margarita (Silvia Suárez y Martha Elena Cervantes), y sus novios Fernando y el celoso Paco (Héctor Gómez y Alfonso Mejía); no obstante, el joven agente de tránsito Roberto (Héctor Godoy), enamorado de ella, la asedia. Luego de varias situaciones que ponen en riesgo los noviazgos y de que Marcela rompe con su jefe, las jóvenes parejas terminan casándose felices, en un país “moderno” que planteaba las aspiraciones de una clase media emergente y de chicas casaderas en un país de ensueño como lo era el México de finales de los cincuenta.

Por último, en esa misma tesitura se insertan a su vez un par de relatos más bien procaces: Matrimonios juveniles (1958), con Kitty de Hoyos, Olivia Michel, Luz María Aguilar y Aída Araceli, y Las recién casadas (1960), con Luz María Aguilar, Olivia Michel y Mona Bell, ambos dirigidos por José Díaz Morales, protagonizados por parejas de recién casados que se enfrentan a las expectativas y los problemas impuestos por los valores machistas de aquellos años.