28 · 06 · 18 Muchachas de uniforme, una hazaña del cine mexicano Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Alonso Díaz de la Vega @diazdelavega1 Alonso Díaz de la Vega Mucho antes de que se estrenaran películas mexicanas donde la homosexualidad tiene un lugar central, como Los marcados (1971, dir. Alberto Mariscal) o El lugar sin límites (1978, dir. Arturo Ripstein), un grupo de exiliados alemanes adaptó al contexto mexicano un filme prohibido por el nazismo en su país de origen. Las dos versiones de Muchachas de uniforme son notables porque abordan el lesbianismo en contextos sociales donde la sexualidad estaba limitada por distintos prejuicios, y no definida por la condición humana. Estos filmes, entre los primeros de su tipo en sus respectivos países, existen hoy como un testimonio de la valentía que enfrenta a su entorno mediante el cine. Las sociedades pueden fingir la inexistencia de algunos de sus miembros pero los cineastas pueden siempre visibilizarlos y ser parte de los cambios. Hacia 1931, el Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán se veía como una fuerza electoral capaz de hacer a un lado a los partidos demócratas. Su brazo armado, la Sección de Asalto, rondaba los 400 mil miembros y Adolf Hitler era considerado el líder de la oposición en el panorama político alemán. Pero por otro lado, los cabarets, el expresionismo y las obras literarias de Bertolt Brecht y Alfred Döblin sugerían un mundo opuesto que nació de la muerte y la derrota. Si eso era todo lo que implicaba ser alemán después de la Primera Guerra Mundial, había que vivir. En ese ambiente apareció la novelista y dramaturga Christa Winsloe, que escribió la obra teatral en que se basaría Muchachas de uniforme (1931, dir. Leontine Sagan) y el guión de la cinta. En una fotografía, Winsloe aparece vestida con traje y corbata para dar a entender la orientación sexual que la inspiraría a escribir sobre el amor de una muchacha de catorce años por su profesora. La película fue realizada un año después de que se presentara la obra de teatro y fue un éxito que reunió alrededor de seis millones de marcos. Sin embargo, al llegar al poder, los nazis la censuraron junto con otras películas que abordaban el lesbianismo. Las consideraban decadentes. Muchachas de uniforme (1931, dir. Leontine Sagan) Veinte años después, en México, el panorama era políticamente muy distinto, pero el cine se estrenaba bajo la mirada vigilante de la Iglesia Católica. Desde 1934 existía una comisión de censores conocida como la Legión Mexicana de la Decencia, que emitía recomendaciones a los cineastas para que sus películas estuvieran dentro de los parámetros de lo que consideraban decente. En 1941, la Legión recibió reconocimiento ante notario público y se convirtió en un órgano oficial de censura. En su código de producción —prácticamente una calca del Código Hays que dictaba los lineamientos morales del cine de Hollywood—, la Legión incluyó un apartado donde se prohibía toda forma de homosexualidad en las películas. A pesar de ello, en 1951 apareció la versión mexicana de Muchachas de uniforme, dirigida por Alfredo B. Crevenna y protagonizada por Marga López. Crevenna abandonó Alemania ante el ascenso de los nazis y obtuvo la nacionalidad mexicana en 1941. Salvo por esta cinta y algunas protagonizadas por El Santo, sus contribuciones al cine mexicano casi no se recuerdan aunque realizó unas 150 películas. Otros dos exiliados alemanes, el guionista Egon Eis y el productor Rodolfo Lowenthal participaron también en Muchachas de uniforme. Esto sugiere que por un lado existía el deseo de replicar el éxito de la versión original, y por el otro, tal vez, combatir la noción de moral pública después de las experiencias de las que huyeron. Para dirigirse a las circunstancias de su nuevo entorno, los cineastas cambiaron la locación del filme, que pasó de un internado a un convento católico dirigido por una dura madre superior que cree en el castigo y la disciplina, interpretada por Rosaura Revueltas. López interpreta a la profesora liberal de quien se enamora la protagonista, Manuela (Irasema Dilián), que aunque comparte el nombre de la protagonista alemana no es aristócrata como ella, sino una huérfana pobre entre niñas adineradas. Esto añade al tema del aislamiento social y refuerza la desgracia al final de la cinta, que también cambia. Muchachas de uniforme (1951, dir. Alfredo B. Crevenna) En la versión original, Manuela intenta suicidarse pero es salvada a tiempo, mientras que en la película de Crevenna la niña muere. Probablemente haya sido una decisión para complacer a los censores católicos, que en aquel entonces no podrían haber aceptado que una muchacha homosexual triunfara. Al morir, Manuela se reintegra a lo divino y recibe la gracia y el perdón por sus pecados. Se hace una mártir cristiana, en vez de un ser humano, indistinto de los demás, y libre como nuestras aspiraciones. Este desenlace no disminuye el desafío de la película. Acaso lo acentúa. En medio de la represión, Muchachas de uniforme complace a los censores con unos minutos de metraje mientras que el resto comunica el dolor de ser oprimido por no seguir la norma social. La sola idea no fue nada menos que una hazaña. La realización de la película y su permanencia en la memoria fílmica de México son historia.