29 · 03 · 21 El cine de la Lucha Libre… A DOS DE TRES CAÍDAS Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Los antecedentesLa cinematografía mexicana encontró en la lucha libre la mejor opción para rescatar el antiquísimo enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Aunque este deporte llegó a nuestro país en los años dieces, fue en la década de los cuarenta cuando ese espectáculo acrobático, mezcla de juego teatralizado y combate cuerpo a cuerpo en la lona de un encordado, tomaría una fuerza mayor.El Cavernario Galindo, El Médico Asesino, Gardenia Davis, Tarzán López, Murciélago Velázquez, Gori Guerrero o Enrique Llanes, adquirirían no precisamente poderes especiales, pero sí un estatus de culto. No obstante, ninguno como Santo, el enmascarado de plata, un verdadero mito popular, seguido de otros enmascarados como Blue Demon y Mil Máscaras.En plena revuelta revolucionaría de 1910 llegaba a nuestro país la compañía del campeón italiano Giovanni Relesevitch al Teatro Principal; y al Teatro Colón, la de Antonio Fournier y sus astros de los encordados: Conde Koma y Nabutaka. En los años veinte se sumaronn estrellas internacionales como: León Navarro, Sond Kawamula, Hércules Sampson y George Gadfrey. No obstante, el espectáculo de la lucha libre en México se institucionalizó con Salvador Lutteroth, fundador de la primera empresa de lucha libre en los treinta, y más tarde, en 1943, inauguró la Arena Coliseo con el enfrentamiento a dos de tres caídas entre Tarzan López y El Santo.Rodolfo Guzmán Huerta, alias El Santo, había debutado con su máscara plateada en 1942 y luchado desde mediados de los años treinta bajo los nombres de Constantino, Hombre Rojo o El Murciélago Enmascarado II en tanto que, en 1948, surgía Blue Demon, pareja en los encordados del inolvidable Black Shadow. Después, la lucha libre se popularizaría con la llegada de la televisión a principios de los cincuenta, lo que coincide con la aparición de El Santo como protagonista de la célebre fotonovela de José G. Cruz de la que se llegaron a vender más de un millón de ejemplares a la semana. El Santo y Blue Demon contra los monstruos (1970, dir. Gilberto Martínez Solares) El cine de la lucha librePese a la aparición de escenas de lucha libre en Padre de más de cuatro (1938, dir. Roberto O’Quigley) y No me defiendas compadre (1949, dir. Gilberto Martínez Solares), el género de la lucha libre surge en 1952, año en que coinciden cuatro relatos muy opuestos entre sí. La bestia magnífica, de Chano Urueta, protagonizada por Crox Alvarado y Wolf Ruvinskis, ambos con experiencia en la lucha libre, acompañados de Miroslava y los luchadores Enrique Llanes, Cavernario Galindo, Guillermo Hernández Lobo Negro y Fernando Osés, entre otros.A su vez, el cómico bailarín Adalberto Martínez “Resortes” se erguía en la lona en El luchador fenómeno, de Fernando Cortés. David Silva encarnaría al célebre Huracán Ramírez en la película del mismo título bajo la dirección de Joselito Rodríguez. Finalmente, el filme de luchadores más importante de ese 1952 es El Enmascarado de Plata, de René Cardona, escrita por Ramón Obón y José G. Cruz. De manera insólita, el mito de El Santo no lo inauguró Rodolfo Guzmán, sino otro luchador: El Médico Asesino.Estos cuatro primeros ejemplos del cine de luchadores aportan temas como el melodrama familiar, el humor, la amistad viril, la lucha libre y el suspenso. Sin embargo, el género acabaría inclinándose por la vertiente de esta última película, es decir, explotando la imagen del justiciero oculto bajo una máscara enfrentado a científicos locos, seres monstruosos, alienígenas sensuales, hechiceras, hampones y más, en un divertido registro entre el humor involuntario, el horror fantástico, el cine policiaco y los combates cuerpo a cuerpo en la lona de un cuadrilátero. A nivel subliminal, este nuevo género venía a suplir en plena efervescencia moralista al cine de cabareteras Alemanista. Los vestidos de brillante satín se reducían a llamativas máscaras; las secreciones habituales eran cambiadas por el sudor y la sangre, y los colchones desvencijados de los hoteles de paso se trucaban en la lona de un encordado.Precisamente, la fuerza del cine de la lucha libre, radica en ese híbrido entre el melodrama, la ciencia ficción, el horror y la comedia, sus mezclas genéricas y sus insólitos anacronismos que llevaban a héroes como El Santo al centro de la Atlántida, al universo del western, al interior de una nave marciana y a recuperar el mito de su máscara plateada regresando a los tiempos de la ¡Colonia!Un género exitosoEl Huracán Ramírez y El Enmascarado de Plata abrirían la veta de los héroes enmascarados, seguidos por La sombra vengadora y tres secuelas más realizadas en 1954 por Rafael Baledón con Armando Silvestre y Fernando Osés en el papel del enigmático luchador justiciero La Sombra.1958 resulta un año clave en la historia del género: Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, de Joselito Rodríguez, filmadas en Cuba semanas antes de la entrada triunfal de Fidel Castro a La Habana, marcan el inicio del más grande mito del género. Sin embargo, corrió con más suerte la saga de Neutrón, el enmascarado negro (1960),de Federico Curiel, con Wolf Ruvinskis y Julio Alemán. El cine de la lucha libre sostendría en buena medida a la industria fílmica mexicana durante los años sesenta y setenta, década de su declive. No obstante queda para la posteridad un puñado de obras de culto como: La momia azteca (1957), de Rafael Portillo; La última lucha (1958), de Julián Soler; Santo contra las mujeres vampiro (1962), de Alfonso Corona Blake; El Demonio Azul (1964), de Chano Urueta; Mil Máscaras (1966), de Jaime Salvador, o Santo en el tesoro de Drácula (1968), de René Cardona, célebre por sus escenas con semidesnudos femeninos como fue exhibida fuera de México.Décadas más tarde se sumarían a la pantalla figuras como Tinieblas, El Rayo de Jalisco, Octagón, Atlantis, El Vampiro Canadiense y El Hijo del Santo y otras cintas referenciales como La leyenda de una máscara (1993), de José Buil; Santitos (1999), de Alejandro Springall; La virgen de la lujuria (2005), de Arturo Ripstein; Matando cabos (2005), de Alejandro Lozano; Los pajarracos (2006), de Horacio Rivera y Héctor Hernández, o Polvo de Ángel (2007), de Óscar Blancarte, en un género tan excesivo como vistoso y entretenido.