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Mauricio Garcés, el seductor otoñal… ¡Arroz!

De origen libanés nacido en Tampico, Mauricio Garcés (1926-1989) se obsesionó con el mundillo del espectáculo desde que asistía con su madre a las revistas musicales y el teatro. Su entrada al cine inició con filmes de fórmula dramática dirigidos por Ernesto Cortázar: La muerte enamorada y El señor gobernador —de 1950— y Por querer a una mujer y Radio patrulla —ambas de 1951—, esta última, protagonizada por David Silva y un jovencito Garcés, muy alejado de sus personajes de fanfarrón seductor, en el papel del cómplice de Emilia Guiú, dueña de un cabaret y sospechosa de varios robos, chantajeada por un policía corrupto que encarna el villano Arturo Martínez.

Mauricio Garcés, el seductor otoñal… ¡Arroz!
Mauricio Garcés

A estas le seguirían títulos como Cómicos de la legua (1956), Cuando ¡Viva Villa! es la muerte, Mientras el cuerpo aguante y La estrella vacía —las tres de 1958—, esta última escrita por Luis Spota y protagonizada por María Félix, así como la trilogía western de 1959, dirigida por Fernando Méndez: Los hermanos Diablo, El renegado blanco y Venganza apache, incluso un relato de horror como El mundo de los vampiros (1960), de Alfonso Corona Blake. Pese a ello, Mauricio tuvo la suerte de dejar atrás el melodrama para instalarse, a mediados de la década de los sesenta, en un gozoso universo erótico de mujeres muy bellas, to-das para un galán seductor y apetecible para las damas. Un inquieto playboy de extravagante personalidad que le llevó a alternar con varias beldades en bikini de aquellos años bajo un curioso grito de batalla: ¡Arroooz!

Bigote recortado a la Clark Gable, cabellera abultada, medio rizada y entrecana a lo Arturo de Córdova, nariz y mirada libanesa pero con la picardía mexicana a lo Antonio Badú y una voz rasposa como la de un Humphrey Bogart, Mauricio Garcés se fue transformado al paso del tiempo en una de las personalidades más fascinantes y divertidas que el cine mexicano arrojó en esas décadas. Garcés representó al latin lover que intentaba seducir a bellísimas divas como: Zulma Faiad, Amedée Chabot, Isela Vega, Lorena Velázquez, Ofelia Montesco, Bárbara Angely, o Silvia Pinal.

Su imagen de macho cándido y sensible lo trastocó en el estereotipo del gran conquistador, desde aquel clásico Don Juan 67 (1966), de Carlos Velo, donde se aventura con una pléyade de preciosidades tan distintas como: Alicia Bonet, Irma Lozano, Maura Monti, Norma Mora, Isela Vega, Martha Navarro, Eva Norvind y Tere Vale. Encarna aquí a una suerte de James Bond cuyas acciones y luchas cuerpo a cuerpo se llevan a cabo en la arena de una playa, un camarote o en la cama de un hotel.

Garcés al igual que Germán Valdés Tin Tan, se rodeó siempre de mujeres muy bellas, una especie de fauno erotómano y bendito entre las féminas. "Las traigo muertas", decía, mientras pasaba de un yate en altamar, a una residencia en las Lomas de Chapultepec, hoteles de paso y de lujo, pasarelas de moda, fiestas a go-gó y otros lugares afines para conquistar a sensuales comparsas sexuales, en tiempos donde la corrección política no existía. Garcés llevó a tales extremos su erotomanía, que incluso aparece como diseñador gay en una de sus comedias más divertidas: Modisto de señoras (1969), de René Cardona hijo, que se convirtió en su director de cabecera. Aquí en el papel de D’Maurice, le toma medidas a la imponente actriz y modelo argentina Zulma Faiad, en una comedia ultramoderna para la época, realizada muy al estilo de la nueva ola francesa pero a la mexicana, con Irma Lozano como coprotagonista. Garcés se hace pasar por gay, para alejar maridos celosos, como Carlos López Moctezuma y colegas envidiosos: Mao, Perugino y Antoine (Enrique Rocha, Hugo Goodman y Carlos Nieto), al tiempo que se dedica a seducir a otras voluptuosas mujeres como: Claudia Islas e Irlanda Mora.

Otra de sus indiscutibles cintas de culto es 24 horas de placer (1968), de René Cardona hijo. En ella, Mauricio y Silvia Pinal, hacen lo imposible para compartir un encuentro sexual. Se trata de un par de adúlteros que no pueden engañar a sus respectivas parejas (Ofelia Montesco y Joaquín Cordero), debido a una serie de graciosas circunstancias y equívocos. Montesco es una señora estirada y muy conservadora, y Cordero, un mujeriego. Una de las mejores escenas es aquella en la que Garcés y Cordero se encuentran y Pinal espera al primero y su marido sólo puede verle las piernas sin reconocerla.

Otra comedia notable es Sólo para ti (1966), de Ícaro Cisneros, donde hace el papel de un siquiatra y Angélica María de una linda paciente que elimina a todos sus pretendientes. En Espérame en Siberia vida mía (1969), comparte escenas con: Faiad, Jacqueline Voltaire y Lina Marín. "Las voy a hacer pedazos", decía Garcés, quien intenta seducir a la joven Rosa María Vázquez en el episodio !El bombón" del filme Cuernavaca en primavera (1965), de Julio Bracho, pese a tener esposa y amante (Nadia Haro Oliva y Elda Peralta, respectivamente). Justo con esta película y una anterior, Perdóname mi vida (1964), de Miguel M. Delgado, escrita por Janet y Luis Alcoriza, es donde Mauricio se trastocará en el seductor otoñal que lo lanzó al estrellato. En esta cinta se encuentra en medio de la joven pareja que interpreta Angélica María y Alberto Vázquez con locaciones en Acapulco.

En Click, fotógrafo de modelos (1968), hace una muy entretenida parodia del filme de Michelangelo Antonioni, Blow Up (1967), y seduce con su cámara y sus encantos viriles a Christa Linder, Heidi Blue, Bárbara Angely y Amedeé Chabot. A estas le seguirían: La cama, El criado malcriado, El cuerpazo del delito, Fray Don Juan, El sinvergüenza, Masajista de señoras y El sátiro, filmada en 1980. Garcés fue admirado entre otros por el propio presidente Gustavo Díaz Ordaz. Finalmente en 1985 realizó Mi fantasma y yo, de Gilberto de Anda, alejado de su personaje de Don Juan que marcó un hito en el cine nacional de los años sesenta y setenta.