17 · 04 · 25 Mario Vargas Llosa (1936-2025) y LOS CACHORROS Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña A mediados de 1977 cursaba el tercer o cuarto semestre en el CCH Sur y ahí tuve la fortuna de sumergirme en el llamado “boom latinoamericano”, iniciado en los años sesenta, que cuestionaba la realidad y la conciencia. De a poco, empecé a leer a todos: Cortázar, Onetti, Donoso, García Márquez, Sábato, los escritores mexicanos y más, y descubrí que sus tramas calaban hondo en mis emociones. No obstante, de todos aquellos, privilegié a dos autores en particular, cuyas letras me estimulaban de una manera distinta a la de los demás: el uruguayo Mario Benedetti y el peruano Mario Vargas Llosa, recién fallecido. Mario Vargas Llosa Benedetti representaba, sobre todo, las intensas historias de amor condenadas al fracaso y la sociedad como un espejo de ello; en contra parte, Vargas Llosa ejecutaba un retrato crudo e inmisericorde de la realidad imperante tanto de los estratos populares como de la alta sociedad. A diferencia de Benedetti y su literatura directa y sencilla en apariencia, Vargas Llosa exploraba con su lenguaje y su narrativa algo a lo que nunca me había enfrentado: una violencia capaz de sacudirte y dejarte un hueco en el estómago, sin faltar el humor negro, los relatos de amor y sensualidad y en breve la Historia con mayúscula, los golpes de Estado y las revueltas sociales. Leí sin parar por aquellos años los relatos de Los jefes y Los cachorros, La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor y La guerra del fin del mundo y esas lecturas me quemaban por dentro.Por supuesto, el cine acudió muy rápido al escritor peruano y la primera adaptación fílmica fue Los cachorros (1971), dirigida por Jorge Fons, otra versión excepcional fue La ciudad y los perros (1985), del también peruano Francisco J. Lombardi, responsable a su vez de la segunda traslación de Pantaleón y las visitadoras (1999); la primera filmada en 1975 es del propio Vargas Llosa y José María Gutiérrez Santos; Yaguar (1986), de Sebastián Alarcón, adaptación libre de La ciudad y los perros, de producción rusa; La tía Julia y el escribidor/Realidad o ficción (1990), de Jon Amiel, y La fiesta del Chivo (2006), de Luis Llosa, incluyendo algunas versiones televisivas y cortometrajes.Fons había capturado el desencanto de su propia generación en ambientes de clase media en el excepcional tercer episodio de Tu, yo, nosotros (1970) y le dio continuación a ello en una de las obras clave del echeverrismo adaptada por el propio Fons, Eduardo Luján y José Emilio Pacheco sin crédito: Los cachorros, con José Alonso en uno de sus papeles más memorables y su violenta relación de amor-odio con la bella joven y modelo liberal que encarnaba Helena Rojo, en un drama que cuestionaba los complejos sexuales y la falocracia. Cuéllar es un joven confuso, agresivo y frustrado debido al trauma de su emasculación (de niño le dicen Pinguita) propiciada por un perro gran danés que se libera de su jaula por accidente y lo ataca en las regaderas del colegio de lujo donde estudia sexto de primaria, en una escena brutal y sanguinolenta que continúa con la madre del niño (Carmen Montejo espléndida) atribulada por una crisis nerviosa. Los cachorros (1971, dir. Jorge Fons) Como en su corto Caridad (1972), Fons muestra en una breve pero intensa escena cámara en mano, los laberintos burocráticos ajenos al dolor del otro; en este caso, el hospital a donde ha sido llevado el pequeño Cuéllar (Alejandro Rojo de la Vega) al tiempo que sus amigos y responsables del colegio intentan conocer el estado de salud del chico, mientras doctores y enfermeras fuman o beben café. Lo que sigue es un inclemente y doloroso estudio sobre una castración física y sicológica que el protagonista resuelve a través de la violencia, el alcohol, la velocidad y el temor de encarar su condición; más dramático aún que Cuéllar es representado por un ejemplo de atractiva belleza varonil como lo era el José Alonso de ese entonces, quien además luce todo un impresionante vestuario de aquel momento, rodeado no solo de otros jóvenes galanes y bellezas de la época: Arsenio Campos, Pedro Damián, Luis Torner y Eduardo Cassab, Cecilia Pezet, Silvia Mariscal, Dunia Saldívar, Ivonne Govea y por supuesto Helena y María Rojo.Locaciones fascinantes como el Instituto Francisco Possenti (el colegio infantil) y sobre todo la célebre Casa Requena en la calle Santa Veracruz en la Colonia Guerrero, cuya mansión habita la familia de Cuéllar, lugar donde éste y Tere (Helena Rojo) se conocen y se enamoran hasta que sus escarceos amorosos llegan a un nivel mayor y ella descubre su situación: “!Qué te pasó, qué te pasó!”. Abundan las escenas memorables como aquella en la que Alonso alcoholizado baila un danzón con su madre y le suelta el cabello en una especie de seducción edípica o la agresión contra María Rojo en el Ajusco cuando ella se percata de su estado mutilado. A su vez, el paseo en moto con fondo de la Monumental plaza de toros México cuya velocidad hace llorar a Tere, la secuencia donde, poco antes de la consumación del sexo, son interrumpidos con la llegada del papá (Augusto Benedico) propiciada por Alonso. Asimismo, el encuentro que facilita el “amigo” que encarna Gabriel Retes para acostarse con Tere o el desgarrador encuentro final de esta y Cuéllar en el estudio fotográfico donde ella lleva pintura en el rostro y peluca afro.Los cachorros resulta una magistral y terrible alegoría de la presión de una sociedad patriarcal que obliga al hombre a responder “como hombre” en todos los aspectos y el sometimiento de la mujer ante este hecho, en ocasiones, con la complicidad materna. Esa virilidad consumida en las mandíbulas del perro trastoca al protagonista en un voyeur patético y en un golpeador de hombres que manosean a sus novias en el cine o agrediendo mujeres para suplir el falo ausente.Mario Vargas Llosa obtuvo tardíamente el Nobel de Literatura, fue un escritor brillante y prodigioso con varios claroscuros personales y signado por ambivalencias políticas y sociales: se codeó con la izquierda, la derecha y la monarquía, tuvo instantes mediáticos como asegurar que el PRI era la “Dictadura perfecta” en un programa en vivo de Televisa donde se encontraba Octavio Paz y Enrique Krauze en 1990 y en el ocaso de su vida decidió volver a su tierra natal para morir. El 29 de noviembre de 2019 acudí junto con mi hijo al Museo de Memoria y Tolerancia para ver a uno de los más grandes escritores vivos en ese momento.Hoy a seis décadas de la edición de sus libros La ciudad y los perros (1963) y Los cachorros (1967) y a 54 años de ésta película, las conductas machistas, el bulling, la ley “de la selva”, la representación fálica de cómo debe conducirse un hombre y la glorificación del ejército está más viva que nunca en nuestro país y en varios más.