28 · 02 · 23 Los inicios del cine fantástico en México Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Chilaquiles y computadoras: una de las simbiosis más curiosas y divertidas de nuestro cine. Ese intento por lanzar al infinito y más allá a nuestros héroes recién salidos de Ranchos Grandes y similares, y enfrentarlos de paso a cerebros diabólicos de las galaxias y amenazas extraterrestres, armados tan sólo con una pistola o una capa y una máscara de satín. Y es que, el cine nacional daría el salto al género fantástico y a la ciencia ficción a partir de algunas vertientes que van a oscilar entre la genuina búsqueda, el traslado a México de los productos hollywoodenses del género, el abierto choteo o el humor involuntario en verdaderos clásicos como Los platillos voladores, Gigantes Planetarios, o Santo contra la invasión de los marcianos, que mostraba la llegada de extraterrestres a la Magdalena Mixhuca. Extraños y simpáticos delirios que sin proponérselo dejaban entrever nuestras penurias de producción y las insólitas salidas propuestas por guionistas, realizadores y productores con el único fin de colocarnos en la era de la modernidad. Si entendemos al fantástico como un cine de anticipación, Lo que va de ayer a hoy (dir. Juan Bustillo Oro, 1945) inaugura propiamente el cine de ciencia ficción en México. La trama es la siguiente: en 1895 —por cierto, el año en que se inventa el cine—, un joven disoluto y coscolino que encarna el cubano Enrique Herrera se presta a un experimento para coagular su sangre, pero al no poderla licuar de nuevo, queda inmóvil en una cápsula de cristal durante cincuenta años. Por ello, el protagonista despierta y permanece joven y su novia y sus amigos son unos ancianos sorprendidos ante el hecho, hasta que aparece la nieta de una antigua novia y el héroe no pierde la oportunidad. El sexo fuerte (1945, dir. Emilio Gómez Muriel) Ese mismo año de 1945 se realiza El sexo fuerte de Emilio Gómez Muriel, en ella, un charro jalisciense (Rafael Baledón) y un torero andaluz (Ángel Garasa), naufragan y van a dar al reino del Edén donde las mujeres ocupan el lugar de los hombres y la hermosa reina Eva 45 (Mapy Cortés) va a casarse con siete machos barbados. Es decir, se trata de un sainete con tintes de utopía futurista —las armas que portan las mujeres, por ejemplo— y feminista, en una línea similar a Cuando las mujeres mandan (1950), de José M. González Prieto, película cubano-mexicana, con la participación especial de Germán Valdés “Tin Tan” y Marcelo Chávez. Aquí, Alberto Garrido y Federico Piñero, Agapito y Lizardo, cubano y gallego, respectivamente, escapan de la guerra de Corea, toman un avión y aterrizan en una isla desconocida dominada por mujeres. Un grupo de ellas, atractivas jovencitas en hot pants llegan en un jeep y los llevan detenidos a “La tierra de la Eva Liberta”… “Nación soberana donde manda la mujer y el hombre no vale nada”. Poco antes, en 1948, Mario Moreno “Cantinflas” protagonizó El supersabio de Miguel M. Delgado, en ella, encarna al ayudante de un anciano sabio (Carlos Martínez Baena) que trabaja en la avanzada fórmula del carbumex que trastocaría el agua de mar en gasolina, en una comedia de corte fantástico para el lucimiento verbal del “Mimo de México”. En la saga de La sombra vengadora conformada por cuatro filmes antológicos dirigidos en 1954 por Rafael Baledón, el héroe de máscara negra cruzada por un rayo (Armando Silvestre sin careta ni capa, Fernando Osés bajo la capucha) se enfrenta al diabólico villano apodado “La Mano Negra”, quien se apodera de una fórmula para producir estupefacientes y droga sintética, es decir un anticipo del crack. Para descifrar la fórmula, rapta a varios científicos, asesinando a los que no colaboran. Las aventuras de La sombra vengadora y secuelas, ofrecen además de elementos científicos, eficaces aproximaciones a los seriales Serie B y el horror fantástico, como lo muestra la aparición de la cabeza de Pancho Villa o un puma llamado Zombie que destaza a sus víctimas a zarpazos. Asimismo, en aquellos años cincuenta, Arturo de Córdova fue capaz de dar un salto temerario entre el melodrama policiaco y la fantasía científica en El hombre que logró ser invisible (1957), de Alfredo B. Crevenna. Ello, en la historia de un hombre condenado a prisión por un asesinato no cometido. No obstante, gracias a un suero inventado por su hermano, el protagonista consigue hacerse invisible y huir de la cárcel para probar su inocencia; aunque la fórmula tiene unos efectos secundarios que le conducirán a la locura y el delirio. Por último, lejos de una tecnología superior, empero, empapados de la literatura más barata y sensacionalista acerca de los ovnis que empezaban a ponerse de moda, el cine mexicano sólo podía apostar por la ciencia ficción a través del humor y la chabacanería más pedestre. Así, con Los platillos voladores dirigida por Julián Soler en 1955, los pobres marcianos llegaban “bailando el ricachá, ricachá, ricachá...así llaman en Marte al cha cha chá", según rezaba la letra del tema musical que Adalberto Martínez “Resortes”, como el plomero Marciano reventaba en una pista futurista —es un decir— al lado de su novia Saturnina (Evangelina Elizondo), inaugurando así el cine de alienígenas a la mexicana. Con Los platillos voladores el cine mexicano transitaba a otra estadío más allá de una ingenua e hilarante simpleza; se ponía al corriente, tanto en materia de ritmos modernos como en apreciaciones científicas respecto a los contactos extraterrestres de primer tipo. Continuará…