01 · 02 · 23 Las grandes actrices de cuadro en la Época de oro Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Todas las películas del cine mexicano en su etapa dorada, sin excepción alguna, pueden ser equiparadas con una partida de ajedrez. Sus tramas, sean estas comedias rancheras, dramas urbanos, relatos juveniles o de suspenso, musicales, melodramas y más, giran alrededor de sus grandes figuras: María Félix, Pedro Infante, Arturo de Córdova, Elsa Aguirre, Fernando Soler, Silvia Pinal, Pedro Armendáriz, Dolores del Río, Mario Moreno “Cantinflas”, Germán Valdés “Tin Tan” y otras estrellas de ese Olimpo cinematográfico. No hay duda: el rey y la reina son los protagonistas. Sin embargo, a su alrededor, se mueven una serie de personajes clave, esenciales e imprescindibles y, a veces, sacrificables. Un nutrido grupo de actores y actrices que en muchas ocasiones consiguieron robarle escenas a los grandes, colocándose a su altura en las breves apariciones de sus abultadas filmografías que suelen rebasar los cien títulos. Amparo Arozamena Esos personajes menospreciados por la crítica oficialista y por un público fanático de las superestrellas, cuyos nombres nunca aparecen en las enciclopedias fílmicas, consiguieron con su indiscutible trabajo el lucimiento de una situación dramática o cómica, al tiempo que levantaban aún más la presencia de las grandes luminarias. Y, como en todo tablero de ajedrez, las piezas se desplazan con una cuidada estrategia. Ahí, una torre, un alfil, un caballo, incluso un peón, pueden detener una avanzada agresiva o colocar en jaque a los protagonistas. En el cine sucede algo similar: a esa suerte de segunda división táctica pertenecen ya no docenas, sino centenares de actores y actrices fundamentales no sólo para el desarrollo de la trama, sino para proteger, hostigar o simplemente obedecer a las figuras principales. Incluso, en algunas ocasiones llegan a eclipsarlas, compartiendo escenas donde queda claro la enorme fortaleza histriónica y la experiencia acumulada a lo largo de centenares de papeles episódicos o breves, pero nunca pequeños o insignificantes. El cine nacional consiguió gracias a estos actores y actrices de cuadro crear en el espectador la sensación de familiaridad y a su vez la perfecta representación de lo cotidiano: la marchanta del mercado, la curandera, la oficinista, la secretaria chismosa, la tía quedada, el cartero del barrio, la mesera coqueta, la empleada doméstica, la vecina indiscreta, la empleada de una tienda departamental, la solterona del pueblo, el abarrotero, la madre respetable, el profesor de la escuela rural, el médico de guardia y más. No obstante para aportar esa sensación de verosimilitud y confianza era necesario una selección de figuras extraordinarias a la que pertenece un conjunto de notables actrices de cuadro cuyos efectos en la trama resultan mayúsculos. La Guayaba y La Tostada (Amelia Wilhelmy y Delia Magaña) Tal vez sus nombres no forman parte de nuestra memoria fílmica inmediata; sin embargo, basta tan sólo una mirada, una pose, un movimiento de ojos, unas cuantas palabras, una actitud, para recordar no sólo sus grandes y breves actuaciones, sino sus rostros inconfundibles: la representación total y absoluta de la indígena ladina, la esposa alborotadora, la teporochita, la quisquillosa empleada doméstica, la recepcionista de mirada seductora, la dama de sociedad, la dueña del prostíbulo, la amante interesada, la madura solterona con inalcanzables sueños lúbricos, la comadre de vecindad con lengua viperina, la frágil y hermosa joven enamorada, la vendedora analfabeta de billetes de lotería, la usurera abusiva, la abortista, la madre humilde y religiosa, la dueña de la pensión de estudiantes o la esposa perfectamente invisible. Grandiosas actrices como: Lupe Inclán, Delia Magaña, Dolores Camarillo “Fraustita”, Carolina Barret, Mimí Derba, Amparo Arozamena, Consuelo Guerrero de Luna, Emma Roldán, Lupe Carriles, Enriqueta Reza, Leonor Gómez, Fanny Schiller, las hermanas Conchita y María Gentil Arcos, o Consuelo Monteagudo, entre otras, realizaron esos personajes y más, y con ellos demostraron que no existe papel pequeño. Esas enormes mujeres nos enseñaron que menos es más; que basta una mirada, un talante, una frase, unas lágrimas, un movimiento corporal, incluso un tono de voz, para trascender. Actrices olvidadas quizá, pero piezas clave de un tablero trastocado en pantalla fílmica que rescataremos de a poco.