Pasar al contenido principal

La suerte y el azar en nuestro cine

Fortuna, golpe de suerte, hado, destino, dicha, ventura, azar. "Suerte te dé Dios que el saber nada te importe…", "Llévese el huerfanito jefe: hoy lo compra, mañana lo cobra…". Al amparo de dichos y frases como estas, el cine nacional ha ras-treado en el tema de la suerte la materia prima de decenas de tramas cómicas o melodramáticas que van del rancho a la capital y viceversa, mostrando palenques, ferias pueblerinas, mesas de cantina o salones de juego como símbolo de ese implacable destino que trae la dicha o la tragedia.

Así lo demuestran: Pedro Infante y Antonio Badú, dos jugadores tramposos y muy machos protagonistas de El gavilán pollero (1950). Al igual que Los tres alegres compadres (1951), con Andrés Soler, hombre maduro y relajiento que alecciona a sus dos hijos (Jorge Negrete y Pedro Armendáriz) en el arte de la baraja y las estafas. Los propios Andrés y Germán Valdés comparten un momento delicioso en un juego de póker donde el indígena chamula que encarna Tin Tan y su hado padrino transan a dos ingenuos en una sala de juego clandestino en El Ceniciento (1951).

A su vez, la acción puede suscitarse en los arcos adornados de zócalos pueblerinos por donde cruzan veloces caballos, cuyos jinetes se juegan riqueza, poder o la belleza de una dama. Fernando Casanova encarnó a El hombre del alazán (1958), audaz caballista que pasa como andrajoso en las ferias para en-gañar a los apostadores de caballos. Asimismo, en ese universo rural, el estigma de las cartas no tiene pierde. Un As de oros (1967) decide la fortuna de Manuel Capetillo, en un retrato del folclor pueblerino, con sus canciones, peleas de gallos y los juegos de naipes y dados como premisa de una tragicomedia muy lejana de otros relatos similares que el género explotó veinte años antes como en Cartas marcadas (1947) con Pedro Infante y Marga López.

La suerte y los amuletos forman parte de esas historias que se aproximan de manera inteligente a la tragedia, como sucede en un par de obras dirigidas por Roberto Gavaldón. Por un lado, El siete de copas (1960) y una historia de palenques, pasión y desdicha en El gallo de oro (1964), escrita por Gabriel García Márquez, Gavaldón y Carlos Fuentes a partir de un texto de Juan Rulfo, que adaptó dos décadas después de manera descarnada Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego bajo el nombre de El imperio de la fortuna (1986), con Ernesto Gómez Cruz y Blanca Guerra.

 

Ustedes los ricos (1948, dir. Ismael Rodríguez)Ustedes los ricos (1948, dir. Ismael Rodríguez)

La serie entera, el "cachito" o el "huérfanito", se trastocan en el eje mismo de una trama con el trillado asunto del billete premiado que pasa de mano en mano en El billetero (1951), protagonizada por David Silva y Raphael J. Sevilla hijo; un chamaco que pierde y recobra un billete ganador en medio de una trama melodramática que incluye amnesia e incendios. De nuevo Tin Tan, amo de la urbe y del argot popular, alecciona a Perla Aguiar en la manera de vender un cachito de lotería en El revoltoso (1951), de Gilberto Martínez Solares. El propio Tin Tan como merolico de carpa y enamorado de Tongolele se ve envuelto en una com-pulsiva trama al hacerse de un billete de lotería premiado con cinco millones de pesos, en ¡Mátenme porque me muero! (1951), de Ismael Rodríguez.

En Por qué pecan las mujeres (1951), la estrella femenina Leticia Palma es una vendedora de billetes de lotería que termina de cantante decadente en este melodrama con varios y buenos números musicales y canciones de Agustín Lara, Pérez Prado y Juan Bruno Tarraza, entre otros. Varias décadas después, los relatos de suerte y redención se verían en El billetero/Ciudad Nezahualcoyotl (1983) con Rafael Inclán, quien se adueña accidentalmente de una serie entera ganadora de diez millones de pesos, sin embargo, todo le sale mal. Por su parte, La lotería (1993) de Fernando Pérez Gavilán se compone de cuatro historias de humor protagonizadas por billeteros y clientes que colocan sus esperanzas en uno o más cachitos, en busca de esa canija suerte por la que tanto sufre el mexicano.