03 · 08 · 23 El misterio de B. Traven Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Rafael Aviña ¿Quién fue B. Traven?: ¿un cerrajero polaco llamado Otto Feige? ¿Un actor y periodista radical en Múnich llamado Ret Marut? ¿Un emigrante alemán o tal vez noruego llamado Traven Torvsan? ¿Un estadunidense nacido en Chicago en 1890 que alguna vez trabajara como marinero y desembarcara en Tampico en 1942 para no volver a navegar jamás? ¿O Hal Croves, que en 1947 se presentó ante el cineasta John Huston como el agente del escritor B. Traven, autor de la novela El tesoro de la Sierra Madre que Huston adaptaba? ¿Cuál de todas estas múltiples identidades fue en realidad Traven, quien vivió de incógnito en Acapulco para ser descubierto por el joven y audaz reportero Luis Spota, futura figura del cine y la literatura? B. Traven Lo más sobresaliente de los misterios a su alrededor es su propia trascendencia como escritor y su capacidad para fusionar una identidad europea con una identidad mexicana durante su periplo por Tampico, Chiapas, Guerrero o la cosmopolita Ciudad de México, donde conoció a personalidades como: Gabriel Figueroa (fotógrafo de la mayoría de las versiones fílmicas de Traven), Adolfo y Esperanza López Mateos (su primera traductora), Edward Weston, Tina Modotti, Frida Kahlo, Diego Rivera y otras figuras más de la política y la cultura nacional, viviendo y escribiendo a la sombra, intercambiando identidades y sumergiéndose en la cultura, la historia y la mexicanidad a través de sus novelas y cuentos, algunos llevados a la pantalla, como: El tesoro de la Sierra Madre (1948) de John Huston, con Humphrey Bogart; fascinante relato de codicia sicópata sobre unos buscadores de oro estadunidenses en México, ganadora de tres Oscares —Director, Guion, Actor Secundario (Walter Huston)— que incluía asimismo a varias figuras del cine nacional en breves papeles. El tesoro de la Sierra Madre (1948, dir. John Huston) Seguido por La rebelión de los colgados (dir. Emilio Fernández y Alfredo B. Crevenna, 1954); la historia de un peón chamula en 1910, con escenas terribles, como el vaciado de ojos con espinas a un hombre, un niño ahogado y otro al que le mutilan la oreja. Para 1955 se frustraba otro ambicioso proyecto: la posible coproducción con Francia de otra obra de Traven, El barco de la muerte, que iba a dirigir Julio Bracho y en la que participarían Gérard Philippe y Gary Cooper y que, finalmente, se realizaría en Alemania: El barco de la muerte/ Das Totenschiff (dir. George Tressler, 1959), centrada en un marinero privado de su pasaporte y ciudadanía. Bracho, por su parte, dirigiría en 1955 Canasta de cuentos mexicanos. Taxco, Monte Albán y Morelos eran los escenarios turísticos que adornaban sus tres relatos: una historia de amor patriarcal y machista con Pedro Armendáriz y María Félix soberbios, una historia de confusiones conyugales con Arturo de Córdova y la testaruda filosofía popular por parte de un canastero de Oaxaca interpretado por Jorge Martínez de Hoyos en el mejor de los tres episodios. Así como la muy celebrada Macario (1959), de Roberto Gavaldón, nominada al Oscar a mejor cinta extranjera, centrada en un pobre leñador indígena (Ignacio López Tarso) que intenta cumplir su fantasía: devorar un guajolote. A Dios y al Diablo les niega un bocado, no así a la Muerte (Enrique Lucero) que lo trastoca momentáneamente en un curador milagroso. Ello, con imágenes virtuosas en el interior de las Grutas de Cacahuamilpa, a cargo de Gabriel Figueroa. Canasta de cuentos mexicanos (1955, dir. Julio Bracho) Y a su vez, Rosa Blanca (dir. Roberto Gavaldón, 1961), cuyo protagonista es un maduro, obstinado y analfabeta campesino (López Tarso), cuya hacienda veracruzana es codiciada por empresas petroleras estadunidenses. Un filme enlatado durante once años; se dijo que afectaba intereses políticos por algunos diálogos que aludían a la CTM, así como la referencia al entonces gobernador de Veracruz, Miguel Alemán. No obstante, a la distancia quedan ahí sus memorables imágenes reales y triunfalistas del pueblo volcado en el zócalo capitalino ante el decreto de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas. Finalmente, Días de otoño, del mismo Gavaldón en 1962, a partir del relato de Traven, Frustración, con Pina Pellicer como la imagen viva de la soledad y el desamparo: una joven de provincia en la capital que al ser engañada, finge una boda y un embarazo, asolada por una urbe deshumanizada. Es el sutil retrato de una doble personalidad: el emotivo estudio de una esquizofrenia social, redimida por un último acto de nobleza oculto entre la frivolidad de una sociedad indiferente. Esa misma frustración y soledad, llevó a Pina Pellicer al suicidio en diciembre de 1964. Días de otoño (1962, dir. Roberto Gavaldón) Como colofón, Pancho Kohner, hijo de Lupita Tovar y el productor Paul Kohner, convenció a John Huston de protagonizar Puente en la selva (1970), coproducción México-Estados Unidos filmada en Tapachula, Chiapas, con Katy Jurado, Enrique Lucero, José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”, según la novela de B. Traven y con locaciones en Oaxaca, Morelos y Veracruz. Y Juan Luis Buñuel filmó en 1986 una nueva versión para la televisión con guion de Hans W. Gissendorfer y Luis Alcoriza, inspirado en La rebelión de los colgados y en otras obras suyas como: El gobierno y Marcha al imperio de la caoba. Una correcta miniserie de cuatro horas de duración de capital francés-inglés-alemán-italiano y español, producida en México por Gabriel Retes y la Cooperativa Río Mixcoac, y protagonizada, entre otros, por Fernando Balzaretti, Diana Bracho, Patricia Reyes Spíndola, José Carlos Ruiz y Manuel Ojeda.