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Rumbo al #20FICM: ¿DÓNDE ESTÁN SUS HISTORIAS? y LOS BASTARDOS

 

El investigador, crítico cinematográfico y escritor, Rafael Aviña, prepara el camino rumbo al #20FCM con un recuento puntual de los largometrajes de ficción ganadores en las ediciones pasadas del FICM. En esta ocasión aborda ¿Dónde están sus historias? (2007, dir. Nicolás Pereda) y Los bastardos (2008, dir. Amat Escalante), ganadoras en los 5° y 6° FICM respectivamente.

Del 5 al 14 de octubre de 2007 se llevaba a cabo el 5º Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), fecha fundamental ya que incluía por vez primera en la competencia al largometraje de ficción nacional y la ganadora del Ojo a Mejor Largometraje Mexicano, dentro de una selección notable de tramas originales todas ellas, resultó: ¿Dónde están sus historias? (2007), ópera prima del muy joven Nicolás Pereda, que inauguraba una suerte de nuevo cine contemplativo que impondría moda. Retrato de una provincia mexicana alejada de los lugares comunes del cine campirano, en el que la realidad cotidiana del interior del país se trastocaba en una metáfora de ese sopor que invade las zonas rurales nacionales, en un filme de apenas 73 minutos de duración que apostaba por un minimalismo extremo.

Más allá de los ecos con los trabajos de jóvenes realizadores de entonces, como Carlos Reygadas, Amat Escalante o Juan Patricio Riveroll, el filme de Pereda mantenía varios puntos de contacto con Noticias lejanas (2005), de Ricardo Benet, relato de desasosiego interior que transcurre entre una sofocante semiprovincia y una urbe desoladora. En efecto, ¿Dónde están sus historias?, arranca en una comunidad de Puebla donde el joven Vicente (Gabino Rodríguez), atiende a su anciana y enferma abuela (Juana Rodríguez), con la que vive. No obstante, su rutina se quebrará con la inesperada llegada de los dos hijos de esta, provenientes de San Antonio, Texas, con el propósito de esperar el fallecimiento de su madre para vender la casa y el terreno donde habita.

¿Dónde están sus historias? (2007, dir. Nicolás Pereda)
¿Dónde están sus historias? (2007, dir. Nicolás Pereda)

Vicente busca la ayuda del presidente municipal y al no encontrar respuesta decide irse a la Ciudad de México para solicitar justicia y, a su vez, encontrarse con su madre (Teresa Sánchez), a la que no ha visto en años y que trabaja como empleada doméstica en una colonia de la capital. Pereda apostaba por un cine de actos mínimos y de largos planos secuencia: una reflexión que intentaba cap-turar ese tedio rural donde todo parece detenerse, hurgando en algunos temas como el acendrado machismo y la falta de afecto, heredado por generaciones. Más interesante aún, era esa imposibilidad de comunicación entre el protagonista y su madre que se acrecienta con la supuesta pérdida de una cámara fotográfica de la casa de los patrones a donde llega a instalarse fugazmente con su progeni-tora y la manera en que intenta dar seguimiento legal al problema de la casa de su abuela con funcionarios ineptos y abogados transas.

¿Dónde están sus historias?, era una obra que arriesgaba con una historia de difícil recuperación económica y con algunos momentos de gran eficacia, como la secuencia donde la madre de Vicente tiene relaciones sexuales con el patrón con el fin de procrear un hijo (luego de una gratificación de diez mil pesos) y, sobre todo, la escena de esta, bajo el agua de la regadera de su minúsculo baño, soportando el peso de la desigualdad y la injusticia social.

Por su parte, en 2008, el impacto de una obra mayúscula como Los bastardos, segundo filme de Amat Escalante luego de Sangre (2006), le otorgó el Ojo a Mejor Largometraje Mexicano en el 6º FICM. En la misma tesitura de esta: actores no profesionales, ritmo denso y moroso, cierto tono semidocumental y un clímax brutal e intenso, Los bastardos (México-Francia-Estados Unidos, 2008), producido con el apoyo de Jaime Romandía y Carlos Reygadas para Mantarraya Films, abre con un plano fijo de casi cinco minutos que capta uno de los célebres canales de Los Ángeles, California, donde se han filmado escenas de cintas tan co-merciales como Vaselina (1978) o Terminator (1984), como una suerte de burla/rechazo a un cine que se encontraba en el extremo opuesto de este.

Los bastardos (2008, dir. Amat Escalante)
Los bastardos (2008, dir. Amat Escalante)

Dos migrantes guanajuatenses, Jesús y Fausto (Jesús Moisés Rodríguez y Rubén Sosa), comparten con otros paisanos mexicanos “el jale” cotidiano. La aletargante espera en una de las esquinas cercanas a un Home Depot, donde son abordados por gringos que los empleen para pesadas faenas a razón de 10 dólares la hora, aunque algunos de sus contratantes regateen el pago. Sin embargo, Jesús, hombrón hosco que no se despega de su mochila —cuya mujer, se dice, está a punto de perder la vista en el pueblo—, y Fausto, el más joven y retraído, se hacen de un trabajo que en apariencia les dejará una buena cantidad de dólares. Han sido contratados por un tal John para que asesinen con una escopeta recortada a su exesposa (Nina Zavarin), que vive con su hijo adolescente en un suburbio angelino.

Los bastardos y sus escenas de discriminación racial, como aquella que su-cede en un parque, remite en buena medida al cine del franco-argentino Gaspar Noé: la estridencia musical y visual en los créditos, sus impactantes y violentísimos finales, su exasperante densidad narrativa. Aunque también, la cinta de Escalante proponía una suerte de atípico western involuntario cercano a un nihilista Sergio Leone, o un relato de true crime en la línea de A sangre fría (1967).

Con su filme, Amat Escalante, superaba la aparente premisa del cine de mojados y del desarraigo, para sumergirse en las aguas negras de la soledad —tanto la mujer, quien apenas se habla con su hijo, al igual que sus captores, están igual de solos y abandonados, de ahí que ella se refugie en la droga— y de un destino implacable y absurdo en un mundo matizado por la violencia de los medios. De ahí, la escena de la alberca, la impresionante, extraordinaria y realista secuencia del escopetazo, o ese plano final de Fausto en la inacabable faena, donde lo único que fluye es su sudor.