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VAGABUNDA: el calvario de Nonoalco

Al igual que filmes como: Víctimas del pecado (1950), de Emilio Fernández, o Del brazo y por la calle (1955), de Juan Bustillo Oro, otra obra cumbre de la zona limítrofe de Nonoalco como escenario de calvario o purgatorio es Vagabunda (1950), de Miguel Morayta, cineasta de origen español, menospreciado en su momento y que, sin embargo, consiguió transmitir con gran exactitud el desasosiego social de la época, y el punto de vista cultural y público sobre un problema que había adquirido proporciones míticas. El arranque es un prólogo documental en el que la eficaz cámara de Víctor Herrera se interna en esos cinturones de miseria acompañado de un texto moralista: “En la ciudad de México hay una barriada que todos denominan zona roja que es la más pobre, miserable y mezquina de todas. Inimaginable el hacinamiento de covachas, de tugurios donde habitan seres que miran con indiferencia cómo se consume la vida, agobiados por un so-lo problema que ocupa totalmente sus mentes: el tener que comer...”.

Y más adelante con imágenes del patio de trenes de Nonoalco y alrededores, Vagabunda expone la situación de ese territorio: “Las vías del ferrocarril separan las barreras del resto de la ciudad cumpliendo la misión que el destino, al parecer, les ha confiado: delimitar la zona, separar a las clases, servir de muralla para separar las almas. Por sobre la barriada se extiende el puente de Nonoalco, extraña estructura llena de símbolos y de promesas que, como un arcoíris de esperanza y de libertad, domina todo. Por la parte superior corren los automóviles insultantemente brillantes, silenciosos. Por debajo, cruzan los desheredados que ni siquiera se cuidan de la lluvia de polvo que les envían los de arriba...”.

Vagabunda

Inspirada en la obra Zona roja, de Mane Sierra, adaptada por Jesús Cárdenas, Vagabunda no evade su condición teatral como lo muestran sus diálogos acartonados y en ocasiones cursis, pero perturbadores. La historia se concentra en un curioso drama con toques noir que juega con el sacrilegio pero que termina siendo un fiel documento de las condiciones sociales de la zona de Nonoalco. Luis Beristáin como el padre Miguel, llega de Apizaco a la estación de Buenavista para dirigirse a su parroquia, llevando consigo una fuerte cantidad de dinero para obras de caridad y un joven se ofrece a acompañarlo. El muchacho lo golpea en la cabeza, cambia sus ropas por las suyas y huye pero uno de sus pies se atora en la vía y es despedazado por el tren. Se cree entonces que el padre ha muerto.

Por su parte, Leticia Palma baila en el cabaretucho El tropical, repleto de vagos de la más baja estofa y dominado por el corrupto judicial El Gato (Antonio Badú), quien planea un golpe de 150 mil pesos que aguardan en la estación de trenes. Leticia camina bajo el puente de Nonoalco y se topa con el amnésico padre Miguel, lo salva y lo esconde en un vagón abandonado, más tarde es humillada por el público del cabaret cuando intenta montar la coreografía del clásico “Goyescas” (de Enrique Granados) y sólo recibe burlas y cerveza en plena cara.

Aquí, el puente se convierte no sólo en una suerte de metáfora, sino en un elemento inseparable de la trama. Miguel le comenta a Leticia: ”Llevas en la frente escrito el destino de los mártires: sufrir por los demás”, mientras se escucha de fondo el silbato del tren de la estación de Buenavista y se observa esa pasarela de concreto que separa crimen y pobreza de la vida decente. El Gato denuncia a su cómplice Marcial (Alberto Mariscal) ante la policía: “Esta noche a las doce en punto, Marcial estará bajo el puente de Nonoalco”; ahí, bajo su estructura, Marcial y su novia Cuca (Irma Dorantes), hermana de Leticia, se besan y desde lo alto del puente, la policía les dispara y Cuca muere bajo un letrero de “Coca cola bien fría”.

Una chismosa (Lupe Carriles), delata a Leticia con El Gato, quien ha abusado de esta: “La vecina se larga, va rumbo al puente” dice. Palma y Beristáin escapan para iniciar una vida juntos en pareja y este al observar la construcción comenta: “Desde aquí abajo parece una tumba, tiene una forma extraña, parece un arco que salta por encima de las miserias humanas, como un arcoíris de esperanza y luz que conduce a otra vida, más libre y más hermosa...”. Sin embargo, recupera in extremis la memoria al escuchar las campanas de la iglesia y es reconocido. Ella, horrorizada, llora, sube las escaleras y camina por la plancha superior del puente de Nonoalco rumbo a una vida digna de redención, en uno de los relatos más anómalos y arrebatados de nuestro cine. Una suerte de cine negro de barriada, febril y demencial, como continuación emocional de las desventuras de la propia Palma, una joven desfigurada en Hipócrita (1949) también con Antonio Badú como Pepe “El Suave”, dirigida a su vez por el mismo Miguel Morayta.