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La otra revolución mexicana…visiones fantásticas

Tema fundamental de nuestra cinematografía es la épica revolucionaria y sus caudillos, con títulos que van de: El compadre Mendoza y ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando de Fuentes, a La Cucaracha, de Ismael Rodríguez, al Zapata de Felipe Cazals y el de Alfonso Arau, entre decenas de títulos de cine histórico. No obstante, nuestras historias fílmicas también aportan elementos atípicos o sobrenaturales al ambiente revolucionario que se celebra cada 20 de noviembre.

La cucaracha (1958, dir.  Ismael Rodríguez)

Así, en 1954, tocó a un luchador enmascarado (Fernando Osés) con el rostro de Armando Silvestre, otorgar la alternativa a un paladín de las clases de Historia y Civismo y figura esencial de la Revolución Mexicana: el Centauro del Norte en El secreto de Pancho Villa y El tesoro de Pancho Villa dirigidas ambas por Rafael Baledón, con Víctor Alcocer en el papel de Villa. En ellas, La Sombra Vengadora dejaba atrás la urbe y los encordados para dar el salto a un atemporal universo mítico-rural fantástico y de suspenso y a su vez, alternar con la imaginería villista.

En la primera, un médico (Rafael Banquells) necesita encontrar las cinco balas que le lleven a descubrir el tesoro de Pancho Villa que este ha escondido. La Sombra ayuda a una familia acosada por malvados, que, al igual que La Sombra, son propietarios de una bala que llevará a los villanos a conseguir sus fines. La segunda, es una variante donde La Sombra impone sus técnicas acrobáticas y de lucha para derrotar a unos rufianes que acechan el tesoro del Centauro del Norte: dinero del pueblo, que hombres sin escrúpulos desean robar.

Al final de El secreto de Pancho Villa, La Sombra y el niño Gabriel Sánchez Tapia en el papel de Polilla, disfrazado como el luchador (con su capita, mascarita y montando en un pony blanco), se lanzan por la pradera y dicen adiós a la cámara. El personaje de La Sombra  interpretado por Fernando Osés, reaparecerá perdido en el universo del chili western y el cine revolucionario una vez más en: El correo del norte y La máscara de la muerte  —ambas de 1960—, dirigidas por Zacarías Gómez Urquiza, con Luis Aguilar como el misterioso Zorro Escarlata trastocado en el correo de Francisco Villa. 

El propio Luis Aguilar fue el protagonista de El jinete sin cabeza (1956), una serie de tres películas, seguidas por: La marca de Satanás y La cabeza de Pancho Villa, dirigidas por Chano Urueta y filmadas en la hacienda de la Encarnación y en San Pedro Azcapotzalco. El actor Luis Aguilar era doblado precisamente por Fernando Osés (La Sombra Vengadora) y su personaje intenta localizar la cabeza extraviada del Centauro del Norte, Doroteo Arango, en un relato de horror y misterio en el que se mezclan decapitaciones, satanismo y folclor revolucionario.

Más inquietante aún resulta El escapulario, de Servando González, de 1966. Protagonizada por Enrique Lizalde, Enrique Aguilar, Carlos Cardán y la recientemente fallecida Alicia Bonet, inicia justo el 20 de noviembre de 1910 en una casona antigua: ahí, una mujer agonizante que encarna Ofelia Guilmáin relata a un sacerdote la historia de sus cuatro hijos, salvados algunos de ellos por el milagro de un escapulario. Servando González, realizador de Viento negro, consiguió una fascinante mezcla de cine de horror sobrenatural, suspenso y claras referencias rulfianas (ambiente de provincia, hijos sin padre, el tema de la injusticia y la represión social bajo el barniz de un relato fantasmal) alrededor del escapulario del título, en medio de ambientes tenebrosos con espléndida fotografía de Gabriel Figueroa, mucha niebla, ahorcados y fusilamientos, filmado en Tepoztlán, Cuautla, Oaxtepec y Tlayacapan en Morelos, en un relato sombrío e inquietante que aporta una curiosa escena de animación a cargo de Daniel Burgos y una impactante utilización del sonido.

Finalmente, otra rareza esotérica es Los muertos que nos dieron vida (2003) escrita y dirigida por Guillermo Lagunes, que narra la historia de Juan Pueblo (Gary Rivas), nacido en los sesenta, quien por obra y gracia de su abuelo (Manuel Landeta), se traslada de la época actual a la convención de Aguascalientes en 1914 donde conoce a Zapata, Villa y otros jefes revolucionarios y vive varios eventos clave en la Historia de México como la masacre del 2 de octubre de 1968 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en esta extraña aventura fantástica-revolucionaria, muy en deuda con la añeja teleserie El túnel del tiempo (1966-67).