06 · 21 · 21 "Caballitos" (Horsie) Cinema: The Mexican Western Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Rafael Aviña Obras como El charro negro (1940, dir. Raúl de Anda) y secuelas, eran ya una suerte de adelanto de un prolífico subgénero conocido como películas de caballitos o chili western, que se instalaría con éxito en esa industria fílmica nacional venida a menos al término de la época de oro. Así, a finales de los años cincuenta, el cine mexicano descubrió las bendiciones de un género legendario capaz de albergar las más insólitas propuestas. Lejos de rastrear en los mitos de la pradera, la filosofía del honor y las armas, la mezcla de civilización y barbarie, o su singular topografía que convirtió a realizadores como John Ford, Anthony Mann o Raoul Walsh en indudables referencias, el western nacional elegía la baratura, el híbrido y la degeneración ranchera. En los estertores de los charros y las aventuras folclórico-campiranas, el género ranchero descubrió una salida en ese llamado cine de caballitos. Relatos de héroes justicieros, pistolas, máscaras, jovencitas en peligro, terratenientes ambiciosos, boleros rancheros interpretados por cantantes de moda, escenarios rascuaches: la mayoría de ellos en el "pueblo del oeste" de los Estudios América, torpes enfrentamientos de cantina y tramas disparatadas que se movían entre la típica historia de vaqueros, el horror, la comedia y el suspenso en un viejo oeste con locaciones rurales. Con El jinete sin cabeza (1956), de Chano Urueta —saga de tres películas—, se inauguraba la primera de las series del STIC. Sus episodios de acción con un misterioso jinete sin testa que buscaba la cabeza de Pancho Villa, lanzaban a Luis Aguilar como el nuevo héroe de un incipiente western nacional. Un año después, el Gallo Giro cambiaba la cabeza por el fuete en El Látigo negro (1957) y de ahí, entre balaceras, charros, antifaces, autómatas y brujas, se transformaba en El Zorro escarlata (1958). Aguilar, fue a su vez uno de Los Cinco Halcones (1960) acompañado de otros héroes rancheros como Miguel Aceves Mejía, Javier Solís, Demetrio González y Joaquín Cordero. Más tarde, en un alarde de valentía, perdía un brazo en Juan sin miedo (1960) y se trastocaba en El Halcón solitario (1963), sólo para transmutarse, más tarde, en charro revolucionario en Los hermanos muerte (1964) y Los cuatro Juanes (1964). No obstante, al lado de Aguilar, otros héroes y animales enmascarados se disputaban el escenario de esa paupérrima muestra del género: Fernando Casanova fue El Águila negra (1953 y 1956), Tony Aguilar seguía sus vuelos en La justicia del gavilán vengador (1956), Manuel López Ochoa afilaba La garra del Leopardo (1962), René Cardona hijo, se convertía en El Puma (1958), y otro junior, Rodolfo de Anda, se presentaba como el sucesor de El Charro Negro en El hijo del Charro Negro (1960) para estelarizar múltiples chili westerns: El Texano, Duelo en el desierto, Pueblo fantasma y más. El topo (1970, dir. Alejandro Jodorowsky)