17 · 08 · 18 Después de la revolución: La influencia del cine de 1968 Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Alonso Díaz de la Vega @diazdelavega1 Alonso Díaz de la Vega En 1977, Hollywood estrenó dos películas tan opuestas como representativas de lo que provocó el cine de finales de los sesenta. La guerra de las galaxias, de George Lucas, y Tres mujeres, de Robert Altman, tienen poco que ver entre sí, estéticamente hablando. La primera fue un riesgo de inversión motivado por el éxito de Tiburón (1975), de Steven Spielberg, que definiría la tendencia del cine de entretenimiento hasta nuestros días. La segunda es un filme onírico y misterioso que se regodea en desorientar al espectador con una historia que alude a la idea de un matriarcado sobre la Tierra. Experimentos distintos que repercuten todavía, estas cintas no podrían haber existido sino después de 1968. En general, el cine estadounidense cambió mucho después de ese año. En 1969 apareció el primer gran éxito de lo que se conocería como el Nuevo Hollywood: Busco mi destino, dirigida por el actor Dennis Hopper. La película encarnaba los ideales psicodélicos de su tiempo y encontró un mercado para expresiones menos tradicionales. De ella derivaron las producciones de BBS. Fundado por los creadores de los Monkees, el estudio se dedicaría a buscar nuevas direcciones en la forma cinematográfica en filmes como La última película (1971, dir. Peter Bogdanovich) o Mi vida es mi vida (1970, dir. Bob Rafelson), que comenzó a dar visibilidad a Jack Nicholson. Apocalipsis ahora (1979, dir. Francis Ford Coppola) El cambio afectó a los grandes estudios, que comenzaron a dar más libertad y oportunidades a directores como Martin Scorsese, Brian De Palma, Francis Ford Coppola y Hal Ashby. A lo largo de los 70 ellos renovarían todos los géneros con lo aprendido de las nuevas olas en el resto del mundo. De Malas calles (1973), de Scorsese, a Apocalipsis ahora (1979), de Coppola, el cine estadounidense vio una inversión irrepetible en las propuestas más radicales de su historia. En el resto del mundo la experimentación fue todavía más lejos. En Latinoamérica el manifiesto Hacia un tercer cine, del Grupo Cine Liberación, definiría a partir de 1969 la estética de cineastas en todo el mundo. Películas como Antonio das Mortes (1969), del brasileño Glauber Rocha, o La sangre del cóndor (1969), del boliviano Jorge Sanjinés, se dirigen a temas como el neocolonialismo mientras emplean las estéticas aprendidas de los años sesenta para rebelarse contra lo que percibían como las convenciones imperialistas. Rocha, por ejemplo, tenía un estilo poético que mezclaba a Pasolini y Godard, mientras que Sanjinés denuncia la intervención estadounidense en comunidades indígenas con un estilo más cercano al neorrealismo. Desde años antes, otro director brasileño del Cinema Novo, Nelson Pereira dos Santos, había comenzado a hacer algo similar y continuó así con películas como Qué sabroso estaba mi francés (1971), que explora el choque cultural entre los europeos y los indígenas de Brasil. Antonio das Mortes (1969, dir. Glauber Rocha) Siguiendo la tradición revolucionaria de la Nueva ola francesa, el cine europeo dio algunas de sus mayores expresiones desde finales de los 60. Por un lado, el maestro español Luis Buñuel comenzó su último gran periodo con su historia satírica de la herejía, La vía láctea (1969), que culminaría con su última película, Ese obscuro objeto del deseo (1977), pero más apegados al cine de Godard y Truffaut, los directores alemanes comenzarían en los setenta su gran incursión. Aunque las figuras más populares del Nuevo cine alemán no firmaron el Manifiesto de Oberhausen en 1962, uno de sus firmantes, Alexander Kluge, sería una figura marginal pero importante del movimiento que se basaría en él. Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders, Werner Herzog, Margarethe Von Trotta y Volker Schlöndorff crearían con sus películas una fascinante reflexión sobre lo que significaba ser un alemán después de Hitler. Fassbinder sería el más prolífico y el más político con películas como las de su trilogía BRD, mientras que Wenders exploraría su identidad nacional en su trilogía de la carretera, antes de cambiar el campo alemán por el desierto estadounidense. El apando (1976, dir. Felipe Cazals) En México la nueva generación de cineastas comenzaría a nutrir el cine nacional con clásicos como El apando (1976) y Canoa (1976), dirigidas por Felipe Cazals, o María de mi corazón (1979), escrita por Gabriel García Márquez y dirigida por su coguionista, Jaime Humberto Hermosillo. Estos filmes exploran temas sociales que en años previos a los 60 hubieran resultado imposibles de tratar. Del abuso en las cárceles y la drogadicción, a la intolerancia religiosa y el fracaso de las instituciones, el México de los 70 se vio en el cine más real que en décadas anteriores. Otras cinematografías en el mundo no tendrían movimientos vastos o muy definidos pero las apariciones de cineastas como Nagisa Oshima, en Japón; Elio Petri, en Italia; Shadi Abdel Salam, en Egipto, y Dusan Makavejev, en Yugoslavia, demuestran la animosidad hacia lo normal que inspiró el cine de los 60. Quizá la revolución no llegó a los palacios de gobierno, pero en el cine llegó a abarcar todas las cinematografías del mundo. No se puede pedir mayor legado.