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Cine documental y activismo ciudadano

"Nada cambia si no cambio yo" exclama en letras grandes y negras el sitio oficial de ¡De Panzazo!, dejando muy claro que a pesar del arduo trabajo de Juan Carlos Rulfo y Loret de Mola, mejorar la educación en México se queda en manos de los espectadores. Este documental, ligado a la iniciativa ciudadana "Mexicanos Primero", es parte de una extensa campaña por elevar el nivel académico en nuestro país. Es decir que ¡De Panzazo! no se limita a exponer el problema, sino que incluye instrucciones para aquellos interesados en resolverlo. Pero, ¿qué sucede en el caso de otros documentales de temática social?

El cine documental como una herramienta de acción política ha sido discutido con frecuencia en círculos académicos. Por un lado, el cine tiene la capacidad de ser un testigo súmamente convincente, pero también existen factores que juegan en contra de su objetividad y eficacia. En la edición número 18 de la conferencia de cine documental "Visible Evidence", la doctora Angela J.Aguayo de la Universidad de Southern Illinois, sugirió que el proceso de documentar un problema puede tener un mayor impacto en la comunidad afectada que el resultado final. En su opinión, la misma intervención estética es lo que cambia una situación negativa, no la reacción de la audiencia.

En esa misma conferencia, la doctora Marty Fink de la Universidad de Concordia coincidió en que el contexto de la realización suele ser más significativo (a nivel social), que el contenido de la película. Pero, desde una perspectiva positiva, la investigadora resaltó el poder del cine documental para otorgarle visibilidad a una comunidad invisible. Presunto culpable (2008), de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, o Bajo Juárez (2006), de Alejandra Sánchez, son sólo dos ejemplos de películas mexicanas que le brindaron visibilidad a una comunidad marginada.

Marty Fink también advirtió que el cine narrativo suele generar empatía, pero que ésta no equivale a activismo. Comprendo esta diferencia porque en más de una ocasión he salido del cine con el estómago revuelto por la indignación, pero no siempre he actuado en consecuencia. A veces el problema expuesto por el documental me parece demasiado lejano (en el tiempo o en el espacio) para que mis acciones provoquen algún cambio, y a veces no se qué puedo hacer para ayudar.

Sin embargo, vale la pena celebrar aquellos momentos en los que el cine nos inspira a adoptar una buena causa. Yo, por ejemplo, evito comprar agua embotellada desde que vi Tapped (2009), de Stephanie Soechtig y Jason Lindsey, y me preocupo por generar consciencia sobre el impacto ambiental de este producto. Estoy convencida de que mi experiencia no es única, así que te invito a compartir en nuestra página de Facebook: ¿De qué manera has sido movido a la acción social por una película documental?