10 · 01 · 23 Buñuel noir: ENSAYO DE UN CRIMEN Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña No hay duda en colocar a Ensayo de un crimen, dirigida por Luis Buñuel en 1955, como un inquietante retrato noir de una mente atormentada. Una extraña mezcla de drama y comedia negrísima y esquizofrénica, bajo el genial punto de vista de su autor, capaz de convertir cualquier género tradicional en obras atípicas e inclasificables pero en este caso, con una enorme carga de cine negro sicótico y enfermizo al igual que su humor. De hecho, las referencias noir en Buñuel resultan claras y evidentes en dos películas anteriores de esa misma década: Susana (Carne y demonio) (1950) y Él (1952). Incluso, la propia fotografía de Gabriel Figueroa en Los olvidados (1950), está cargada de imágenes expresionistas y de claroscuros dramáticos muy en deuda con el cine negro social realizado en los años treinta y cuarenta. Ensayo de un crimen (1955, Dir. Luis Buñuel) Para mediados de esos años cincuenta, Buñuel había retratado con veracidad y feroz ironía ambientes rurales y urbanos creando extrañas crónicas cotidianas del Alemanismo y el sexenio Ruizcortinista, al tiempo que hacía estallar temas manejados de manera convencional como la locura y los celos. En ese sentido, destaca la fabulosa escena en el interior de la iglesia en Él; justo cuando explota la demencia del protagonista, así como aquella sicopatía criminal encarnada en el personaje de Archibaldo de la Cruz –un extraordinario Ernesto Alonso- en Ensayo de un crimen que se conecta de algún modo con la adaptación fílmica de Él. En efecto, con un personaje similar al interpretado por Arturo de Córdova en Él, Buñuel asume los delirantes excesos de la versión fílmica de Ensayo de un crimen, drama satírico de tintes criminales, inspirado en una pieza de Rodolfo Usigli quien protestó ante la versión final, adaptada por el propio Buñuel y Eduardo Ugarte, con un inquietante trabajo fotográfico en blanco y negro a cargo del maestro Agustín Jiménez. Archibaldo de la Cruz (Rafael Banquells hijo), es un niño burgués convencido de que una cajita musical puede realizar todos sus anhelos. Así, llega a desear la muerte de su institutriz (Leonor Llausás) que es asesinada por una bala perdida. La imagen de las piernas de la joven y la sangre que corre por su cuerpo marcarán su vida adulta y sus fantasías criminales. Ya mayor, Archibaldo (Ernesto Alonso), reencuentra en el almacén de un anticuario, su antigua cajita musical y conoce a la hermosa Lavinia (Miroslava). Una vez más, los deseos fetichistas y homicidas de Archibaldo se van cumpliendo y entonces concluye que es un asesino, por lo que decide entregarse a la justicia. Realidad y fantasía se mezclan en la mente perturbada del protagonista, al tiempo que narra su encuentro con varios personajes como la sensual y vulgar Patricia Terrazas (Rita Macedo), amante de un tal Willy (José María Linares Rivas), apostadora empedernida que fallece a su vez por deseo de Archibaldo, o su interesada prometida Carlota Cervantes (Ariadna Welter) –amante del Arquitecto Rivas (Rodolfo Landa) e hija de la señora Cervantes (Andrea Palma), ricos venidos a menos-, o la monja Trinidad (Chabela Durán), que cae por el cubo de una escalera. Ensayo de un crimen (1955, Dir. Luis Buñuel) Ensayo de un crimen es una de las obras maestras de Buñuel que ostenta un trabajo escenográfico extraordinario de Jesús Bracho, varios momentos brillantes como la muerte de cada uno de los personajes que Archibaldo odia, o la fascinante escena del maniquí de Lavinia consumido por el fuego de un horno de ceramista. A lo que se suma, el uso de locaciones muy atractivas: Chapultepec, el centro de Coyoacán muy distinto al actual, el local de Las Veladoras de Santa en Cuatemotzin en Fray Servando Teresa de Mier, o El club de los artistas, cabaret de la avenida Dr. Vértiz donde se encontraba el Leda que fuera el escenario de La mancha de sangre (1937, Dir. Adolfo Best Maugard), con sus murales de escenas prehispánicas. Se trata de una rarísima variante del noir con un tratamiento de humor negro similar a aquel otro retrato criminal en tono de abierta comedia emprendido por Rogelio A. González: El esqueleto de la señora Morales (1959) escrita por Luis Alcoriza y protagonizada por Arturo de Córdova y Amparo Rivelles. Pocas semanas después del término del rodaje, ocurrió la intrigante y polémica muerte de Miroslava Stern en ese año de 1955, cuyo cuerpo en apariencia fue incinerado al igual que el maniquí con su figura, en un deceso rodeado de misterio. La versión oficial del suicidio ligada a su supuesta obsesión romántica por el torero Luis Miguel Dominguín, contrasta con otra posterior que mencionaba la posibilidad de que la actriz hubiera perecido quemada –una vez más, al igual que el maniquí de Lavinia- en un accidente de aviación en San Luis Potosí, acompañada de su aparente amante, el millonario Jorge Pasquel y otros pasajeros que viajaban en el avión privado del acaudalado político y empresario… Por cierto, breves escenas de Ensayo de un crimen aparecen en Carne trémula (1997), de Pedro Almodóvar, y en Crimen Ferpecto (2004), de Alex de la Iglesia.