Pasar al contenido principal

BLANCO DE VERANO, de Rodrigo Ruiz Patterson o LOS 400 GOLPES en Tecámac

En octubre del 2013, el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) exhibió Paradisio, cortometraje mexicano del estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), Rodrigo Ruiz Patterson. En él, Xabiani Ponce de León, el protagonista, encarnaba a Michel, un joven burgués que seguía una espiral de violencia y desolación a partir del suicidio de una amiga, en un espléndido y breve retrato sobre los horrores de las élites y la impunidad con la que actúan algunos jóvenes mexicanos de familias acomodadas, que conectaba, a su vez, con las intenciones y personajes nihilistas del escritor estadunidense Bret Easton Ellis.

Siete años después, el realizador exhibía también en Morelia, su ópera prima en el largo de ficción Blanco de verano (2020), apoyada por el CCC, recién estrenada comercialmente y en la que regresa una vez más a los universos adolescentes de melancolía, desamparo y pesimismo. No obstante, en esta ocasión, abandona el ambiente de las clases altas para concentrarse en el mundo interior de un jovencito de la periferia, habitante de una de esas centenares de casas idénticas de unidades habitacionales enormes e impersonales de clase trabajadora, asentadas muy cerca de la carretera hacia las Pirámides de Teotihuacán, en Nextlalpan, Estado de México por Tecámac, donde el reinado de un hijo único y mimado está por venirse abajo.

Blanco de verano (2020, dir. Rodrigo Ruiz Patterson)
Blanco de verano (2020, dir. Rodrigo Ruiz Patterson)

Rodrigo (el espléndido Adrián Rossi en su primer trabajo para el cine) de 13 años, es un estudiante de secundaria, huraño y retraído, que sin embargo vive una suerte de casto romance permanente con Valeria, su joven madre (notable Sophie Alexander-Katz), en ese mundo íntimo familiar de codependencia, que ambos han construido. Así lo demuestra, por ejemplo, la inquietante escena inicial en la que ambos se cepillan los dientes y la madre no tiene pudor alguno en mostrarse semidesnuda ante su hijo. Sin embargo, todo se trastoca cuando ella decide cohabitar en el estrecho hogar, con Fernando, su nuevo novio (el siempre solvente Fabián Corres). La tolerancia del adolescente será puesta a prueba de manera brutal y, por ello, se debatirá entre aceptar la relación o recuperar su reino, aunque vaya de por medio la felicidad de su madre.

Escrita por el propio Ruiz Patterson y Raúl Sebastián Quintanilla (asistente de dirección en Las tinieblas y en Un monstruo de mil cabezas), la película mantiene correspondencias inquietantes con notables dramas europeos de los setenta, como: El soplo al corazón (1971), de Louis Malle y La luna  (1979), de Bernardo Bertolucci, que proponían historias íntimas de madres e hijos que mostraban una suerte de incesto emocional entre los protagonistas. No obstante, Blanco de verano se conecta aún más con otras sensitivas y sinceras historias de pérdidas y ganancias afectivas adolescentes y crecimiento juvenil, como lo serían: Somos Mari Pepa (2014) –vista en Morelia- y Los lobos (2019), dirigidas ambas por Samuel Kishi Leopo, así como varias de las historias del cineasta francés Francois Truffaut, en particular: Los 400 golpes (1959).

Rodrigo choca de inmediato con el resignado Fernando que hace lo imposible por mostrar su afecto y confianza; de ahí las vacaciones en Acapulco o las clases de manejo que le sirven al chico para explotar con el intruso que acapara a su madre, no sólo en la intimidad sino en los actos cotidianos. La rebeldía del adolescente se exacerba y decide manchar los trajes del novio con la pintura “Blanco de verano" con la que remozan la casa y la madre amenaza con enviarlo a casa del padre biológico que no es más que una voz lejana dentro su espectro emocional. En sus escapadas y pintas de la escuela, Rodrigo descarga su ira y su frustración en la piromanía y en un deshuesadero donde localiza un auto-remolque abandonado y destartalado que le servirá de refugio. 

La sutileza con la que Ruiz Patterson dirige y coescribe, no sólo estaba presente desde Paradisio, sino en el largo documental Bad Hombres (2019) sobre una serie de personajes límite y outsiders en la frontera entre Estados Unidos y México. Se trata de una épica íntima de la soledad y la tristeza que universaliza en buena medida a los adolescentes mexicanos en un país sin oportunidades, donde los jóvenes cuyas familias se reactualizan, no alcanzan a comprender el porqué de tantas diferencias abismales entre ellos, no sólo económicas, sino afectivas. Blanco de  verano es un relato minimalista, emotivo y entrañable, como lo es su eficaz y sensible final, luego de que la pareja que conforman madre e hijo, han atravesado por un difícil y aleccionador sendero repleto de espinas y fuego.