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Amelia, Mariana y Narda o el verano: el adverso caso de Juan Guerrero

Se dice que la primera credencial para un alumno de ese nuevo y atípico modelo educativo que fue el CUEC (hoy ENAC), Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, fundado en 1963, fue para Juan Guerrero Sánchez, egresado de la licenciatura en Arquitectura por la UNAM y de la Maestría en Urbanismo en La Sorbona de París. Tan sólo un año después, Guerrero se inscribiría en el Primer Concurso de Cine Experimental convocado por la Sección de Técnicos y Manuales del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC) y el resultado fue Amelia (1964), inspirado en el relato homónimo de Juan García Ponce, adaptado por ambos y por el también escritor Juan Vicente Melo.

Amelia fue un emotivo acercamiento a uno de los tópicos esenciales de la obra literaria de García Ponce: la imposibilidad amorosa de una pareja, luego de atravesar por las etapas del noviazgo y el matrimonio que remata en el distanciamiento, el hastío y el abandono moral —ella, la actriz y periodista Lourdes Guerrero, esposa del propio cineasta y él, Luis Lomelí—. Su ópera prima resultó de una sensibilidad y sinceridad pocas veces alcanzada por nuestro cine, en la que el concepto del erotismo antecede a la fractura amorosa. Aparecen, entre otros: Alberto Dallal, Claudio Obregón y Manuel González Casanova, entonces director del CUEC y Filmoteca UNAM. Amelia obtuvo el premio a Mejor Música a cargo de Manuel Enríquez.

Amelia (1964, dir. Juan Guerrero)

Su propuesta narrativa muy en deuda con la nueva ola francesa del momento y la búsqueda de una nueva sensualidad con mayores audacias formales alejada de moralismos, culminaría con Mariana (1967) —asistido por Alberto Bojórquez y Alfredo Gurrola— y Narda o el verano (1968). A partir del cuento homónimo de Inés Arredondo, adaptado por ella, García Ponce y Guerrero, Mariana relataba otra historia de imposibilidad amorosa y de fragilidad emocional protagonizada por una bella y muy sensible Pixie Hopkin, narrada a través de un flashback que inicia con el sepelio de Mariana. Siendo una adolescente y estudiante en un colegio de monjas, la joven se escapa con su novio Fernando (Julio Alemán), provocando la ira de su progenitor que la envía de su natal Culiacán a Suiza por diez años. A su regreso, se reencuentra con Fernando, huyen, se casan, tienen hijos. El sexo es el motor principal que los une, sin embargo, los complica la tendencia de Mariana a ensimismarse con la naturaleza. Durante un paseo junto al mar, Fernando, irritado por la fascinación de su mujer por el océano, la golpea brutalmente y ella acaba casi moribunda en un hospital, y sus padres consiguen separarlos. Él se marcha y pide ayuda con un siquiatra (Juan José Gurrola). Mariana busca en la capital a su marido sin encontrarlo. A su regreso a Culiacán, se pierde en una larga fila de aventuras sexuales rastreando la mirada de Fernando en cada sujeto que la aborda, sólo para terminar asesinada en un siniestro hotelucho, por un agente viajero con el que ha alcanzado un enorme placer. Fernando se reconoce como el culpable de la tragedia y acepta una lobotomía para olvidar.

Mariana (1967, dir. Juan Guerrero)

Luego de este sensitivo relato, Juan Guerrero realizaría Narda o el verano, su tercera y última película, inspirada en una intrigante historia de Salvador Elizondo, que involucra a una extraña joven europea con dos amigos que han llegado al puerto de Acapulco para reventarse. 
El rodaje se inició un par de días antes del fatídico 2 de octubre de 1968 y la trama se concentra en esa otra juventud del momento: la del desmadre, la inconsciencia y el ligue erótico, con la rubia exuberante Amedée Chabot. Poco queda del moroso y sensual relato de Elizondo —de hecho, Narda era una utopía—, sin embargo, este triángulo amoroso y trágico más cercano a Jules y Jim (1961), de Francois Truffaut, se trastoca en un documento de una época en particular intensa para los jóvenes de entonces. Se trata, en efecto, de un relato existencialista como lo era el bello cuento de Elizondo, con referencias literarias y fílmicas —Blow Up (1967), de Michelangelo Antonioni, por ejemplo— y en el que se habla de “erotismo y sexo” como motores de una nueva generación.

Narda o el verano (1967, dir. Juan Guerrero)

El tema musical fue interpretado por Mona Bell y, a su vez, aparece brevemente Pixie Hopkin y Lourdes Guerrero, en el papel de la modelo Joyce Proust. Quedan sin duda, algunas atractivas imágenes eróticas, como el streaptease que ejecuta Chabot, ante los azorados Max (Enrique Álvarez Félix) y Jorge, el fotógrafo voyeurista que encarna Héctor Bonilla. Ella se mueve cadenciosamente al ritmo de una pieza de jazz —la música es de Joaquín Gutiérrez Heras y los arreglos de Alicia Urreta—, e interrumpe su baile, cuando Bonilla le toma una fotografía. Otras escenas, como aquella en la que Narda, en minúsculo bikini hace el amor a bordo de un velero en alta mar con Max, mostrando fugazmente los senos y, más tarde, se acuesta con Jorge —Max le dice: “eres una gran puta”—, en un triángulo sexual y homo erótico que se repetirá varias décadas después en títulos como Y tu mamá también (dir. Alfonso Cuarón, 2001), Así (dir. Jesús Mario Lozano, 2005), Drama / Mex (dir. Gerardo Naranjo, 2006) y Cumbia Callera (dir. René Villarreal, 2007). Juan Guerrero fallecería de cáncer en 1970 a la edad de 34 años.