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Amalia Aguilar: 100 años

En paralelo a divas cubanas, como: María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Rosas Carmina y la mexicana Meche Barba, Amalia Aguilar (3 de julio de 1924-8 de noviembre de 2021), exportada directamente desde Matanzas, Cuba, se incorporaría pronto al grupo de rumberas que causarían furor en el México Alemanista.

Diosas del espectáculo nocturno que perturbaban con sus cadenciosos meneos de cadera y sus ombligos trastocados en brevísimos objetos del deseo a espectadores que pedían su incursión en las pantallas. Arrancaban así, los primeros mitos de rítmica sensualidad en dónde aquellas eran maltratadas, pervertidas y explotadas por los hombres, la sociedad y un destino trágico ejecutando sus intensas coreografías. No obstante, las películas de Amalia Aguilar cambiaron la tragedia por el relajo explosivo y la alegría contagiosa que aparece en casi en toda su filmografía.

Amalia Aguilar

El cabaret como espacio fílmico imaginario ofreció toda clase de fascinantes exotismos como lo muestra Pervertida (1945) protagonizada por Emilia Guiú y Ramón Armengod en la que debutaba Amalia Aguilar contratada por los hermanos Guillermo y Pedro Calderón productores del filme y expertos en relatos de perdición y en la que encarnaba a la salerosa rumbera “Esmeralda”. Esbelta, de largas piernas, ojos enormes y amplia cabellera, Amalia lucía un coqueto lunar en su barbilla partida y su alegría cubanísima en cada uno de los 23 filmes en los que participó entre 1945 y 1955.

Fue el empresario Julio Richard quien la trajo a México en 1944 para debutar en teatro, integrarse al cine y realizar una gira por Estados Unidos hacia 1946 donde es bautizada como “La Bomba Atómica”. Amalia regresa a México y aparece en Conozco a los dos (1948) de Gilberto Martínez Solares, para lucimiento de los cantantes y compositores los “Cuates Castilla” y tiene una participación especial en Dicen que soy mujeriego junto a Pedro Infante, como “Luciérnaga”: rumbera que le baila y canta a Pedro: "No te acerques, no me toques, mi cuerpo está electrizado...". 

Ese mismo año Martínez Solares la reúne con Germán Valdés Tin Tan en Calabacitas tiernas donde Amalia irrumpe como ciclón con sus bongoceros cubanos para bailar “Que rumbón de conga”: se sube a mesas, utiliza la sala de una mansión como un escenario para dar rienda suelta a sus magníficas evoluciones: “¿Quién trajo a este mango antillano”, dice el cómico, en un año en donde filmaría además, En cada puerto un amor como mujer fatal interpretando danzas afrocubanas.

Amalia Aguilar, Tin Tan

Alterna sus presentaciones en cabarets junto a su grupo Los Diablos del Trópico. Filma en 1949 El gran campeón al lado de Luis Villanueva "Kid Azteca", como inquieta rumbera que disputa con María Luisa Zea el amor del púgil tepiteño y bajo las órdenes de Juan Bustillo Oro aparece en El colmillo de Buda (1949) como “Adjacapatra”, hermosa bailarina que pertenece a la colección de tesoros de un extravagante inglés. Y en Novia a la medida (1949) es la “Remolino”, rumbera que incita a bailar a medio mundo.

La vida en broma (1949), se ambienta en famosos cabarets de la época como El Patio y el Ciro’s, escenarios que llevaron a sus personajes a transitar por una suerte de paraíso musical que albergaba todos los ritmos incluyendo el mambo como sucede en Al son del mambo (1950) con la presencia y música del cubano Dámaso Pérez Prado y sus Dolly Sisters, el comediante y bailarín Resortes, los Tres Diamantes, Chucho Martínez Gil y Rita Montaner, más un duelo pianístico entre el “Chamaco” Domínguez y Juan Bruno Tarraza en cuyo piano se posa Amalia para interpretar un número musical y luce muy bella al frente del ballet de Chelo La Rue en medio de sus paisanos Pérez Prado y Benny Moré.

En Ritmos del caribe (1950) los momentos dramáticos son sepultados por las intervenciones musicales de Daniel Santos, Bienvenido Granda, la Sonora Matancera, el trío Los Panchos, Roberto Cobo “Calambres” y la explosiva presencia de Amalia Aguilar quien aporta sensualidad y un ritmo fuera de serie, seguida de Amor perdido (1950) donde a la actriz le desfiguran parte del rostro y por ello baila con antifaz y cuya trama se inspiraba en el célebre bolero de Pedro Flores, al lado de María Victoria, Pérez Prado, María Luisa Landín y Juan Bruno Tarraza. Seguidas de Los huéspedes de la marquesa y Delirio tropical –ambas de 1951- con el espléndido bailarín y coreógrafo Carlos Valadez.

Amalia Aguilar

El cine nacional retrataba entonces los cambios culturales y nuevos personajes femeninos se integraban al progreso social como Las tres alegres comadres y Las interesadas en 1952 con Amalia Aguilar, Lilia del Valle y Lilia Prado: sendos y atractivos carteles ilustrados por el “Chango” García Cabral y Freyre respectivamente, daban fe de esos monumentos de mujer en un ambiente urbano y moderno; en la primera, audicionan para una película y Amalia tiene un estupendo número musical con fondo del Sanborns de los Azulejos, seguida de Mis tres viudas alegres (1953) con Amalia, Del Valle y Silvia Pinal en lugar de Prado y en Las cariñosas, adquieren el extraño virus del “Sex-appelitis”.

Dirigida en única ocasión por Alejandro Galindo, Amalia Aguilar interviene en Los dineros del diablo (1952), drama policial donde se luce con espectaculares coreografías y desquicia a Roberto Cañedo. Sin embargo, su carrera fílmica termina en 1955, debido a su matrimonio con el médico peruano Raúl Beraun; año en que aparece en una breve intervención en Los platillos voladores con Resortes y Evangelina Elizondo y en Música en la noche, cuyo pretexto era una larga sucesión de números musicales, al tiempo que protagoniza Las viudas del cha cha cha, donde dejaba muy claro que Amalia Aguilar a cien años de su nacimiento, dejaría huella indeleble en un cine popular por excelencia que llevó la música del trópico y la comunión entre cuerpo y baile a alturas insospechadas.