15 · 07 · 12 Alejandro Gerber recomienda Intimidad, de Patrice Chéreau Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Alejandro Gerber, director de Vaho, Mención Especial FICM 2009 (@Socaires) Una caricia furtiva en la mejilla es el inicio de todo. ¿Habíamos quedado en esto? Le preguntó Jay (Mark Rylance) al abrirle la puerta. No, no habían quedado. Es obvio que no se conocen, no en realidad, pero la caricia de Claire (Kerry Fox) los conducirá a tener una relación sexual intempestiva en el suelo del sucio cuarto que Jay ocupa; y que le anuncia a cualquier visitante que se atreva a entrar que está ante un hombre que ha fracasado en todo. Los encuentros sexuales se repetirán obsesivamente: cada miércoles, al mediodía, sin mediar palabras ni acuerdos. Claire visitará a Jay para coger con él y luego irse sin despedirse. Pero está claro que no es precisamente placer lo que ella busca ahí, tampoco amor. Claire entra al cuarto de Jay con el gesto de abandono de quien se arroja a un abismo y mantiene la secreta esperanza de liberarse de sí misma al hacerlo. El gesto de quien sospecha que hay algo más, en la profundidad de ella misma, que desconoce y debe encontrar. Las escenas sexuales son gráficas, desesperadas, bruscas e intensas. No hay aquí orgasmos épicos, ni gemidos bíblicos a la Michael Douglas, incluso son breves e interrumpidos, pero el efecto es avasallador para estos dos personajes sumidos en una soledad abismal que pide a gritos la urgente presencia de ese otro, de ese desconocido, que habrá de llegar para darle algún sentido a la existencia. ¿Quién es esta mujer que viene a visitarme los miércoles? Se pregunta Jay antes de descubrir que es una actriz amateur casada con un taxista sin autoestima y madre de un hijo. La primera vez que Jay la ve fuera de su casa, la ve en el escenario, representando otro personaje, distinto de la mujer de los miércoles, distinto también de la inasible verdad que esconde para él esta mujer enigma. Jay no lo sabe, pero ella, en el grupo amateur de teatro que dirige, hace que sus alumnos representen la misma escena que ella representa los miércoles con él; y le pregunta a sus alumnos la misma pregunta que se hace a ella misma: ¿Qué hace que una mujer cruce la ciudad de punta a punta una vez a la semana, lo abandone todo y ponga todo en riesgo para ir a hacerle el amor a un desconocido? Claire está ante el íntimo secreto que compartimos los que nos dedicamos a la ficción: la representación no es otra cosa que un desesperanzado esfuerzo por entender quiénes somos. Jay en cambio decidió seguir en el juego porque pensó que Claire "sabía algo" que había descubierto algo en él, que había "visto" algo que él ignora y que en algún momento se lo diría. Jay tiene la vana esperanza de que Claire le abra los ojos, lo sacuda de su ceguera y le enseñe quién es él en realidad. En realidad Claire al único quién puede abrirle los ojos es a su propio marido después de ser descubierta: "Me conoces tan poco que ni siquiera sabes cómo lastimarme". ¿Es posible que Jay, quien sólo la ve los miércoles para coger, la conozca mejor? ¿Será por eso que le pide que se quede? La película comparte título con una novela del escritor inglés Hanif Kureishi, pero pensarlo como una mera adaptación cinematográfica del libro es injusto para ambas partes. En la novela asistimos a la narración descarnada y magistral del día en el que Jay decide dejar a su mujer e hijos, abandonar su vida burguesa y arrojarse a la aventura de la soltería. En el texto Jay es cínico, pero optimista sobre su futuro. La película, en todo caso, sería la representación de ese futuro: una secuela; pero Jay no parece ser el mismo. Hay una derrota íntima y profunda que media entre un personaje y el que sigue. Algo sucedió ahí que ni Kureishi, ni Patrice Chéreau, director de la película, nos quisieron contar. La cámara de Patrice Chéreau rara vez está a más de un metro de los personajes. Participa de la intimidad de la escena con rigor admirable. Somos, los espectadores, uno más en la escena. Las actuaciones de Mark Rylance y Kerry Fox son estremecedoras, realistas, vívidas y orgánicas, los dos pretenden encontrar en el otro un espejo que les refleje la verdadera esencia e imagen de lo que son; sin embargo, ese espejo es imposible: ese que ves ahí no eres tú, ese que veo no soy yo, y a fin de cuentas lo único que la intimidad de esta pareja nos revela es que no tienen salida posible a la abrumadora soledad de su existir.