11 · 01 · 24 30 años de las Jornadas de Cortometraje: recuerdos de Enrique Ortiga Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Hace tres semanas se dio a conocer una lamentable noticia que sacudió a la comunidad fílmica: el fallecimiento del querido amigo y apasionado cinéfilo, Enrique Ortiga. Nacido en la ciudad amurallada de Corralito de Piedra, en Cartagena, Ortiga fue también curador y Maestro en Historia del Cine. Quince días antes de la 21a edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), nos escribimos y comentamos que en el año por llegar se cumplirían tres décadas de las Jornadas de Cortometraje que él y Daniela Michel idearon y echaron a andar en 1994. En ese breve intercambio de mensajes, a Enrique se le notaba contento y entusiasmado con venir al FICM en 2024. Varios años atrás, el 10 de octubre de 1991, el periódico colombiano El Tiempo, se refería a Enrique de la siguiente manera: “Por lo pronto, su trabajo en el archivo fílmico del Museo de Arte Moderno de Nueva York es suficiente. Catalogar películas y organizar exhibiciones itinerantes, especialmente por Latinoamérica, ocupan todo su tiempo. Se encuentra en Colombia presentando la muestra de cine clásico y experimental que trajo el Museo Arte de Nueva York al VIII Festival de Cine de Bogotá. Por su trabajo, ve dos o tres películas al día. Eso sí, nunca en video o de televisión. Eso es casi una ofensa. Prefiere la experiencia de ver una película desconociendo cualquier detalle a llegar con una cantidad de información que le nuble los sentidos”. Enrique Ortiga Poco más de un año después de aquella nota, Enrique llegaría a la ciudad de México, un país y una ciudad que hizo suya de manera sorprendentemente rápida. De inmediato, se sumó a la Filmoteca UNAM, cuya sede se encontraba en San Ildefonso, en el Centro Histórico, y con la misma velocidad sacudió a la institución de su marasmo proponiendo múltiples proyectos para sacar el mayor jugo posible a las colecciones universitarias. Fue así como lo conocí a fines de 1992, o quizá en 1993. En ese entonces, yo escribía en el diario Uno más uno, cuya libertad me permitía hablar de cualquier aspecto fílmico. Enrique me contactó para charlar y para que escribiera acerca de los eventos de Filmoteca que podrían interesarme. Me encontré con un hombre encantador, de un entusiasmo y pasión desbordada que no paraba de hablar y que reía de manera explosiva todo el tiempo, contagiando su emoción. No sólo eso, me pidió que presentara en el Auditorio Justo Sierra, mejor conocido como el Auditorio Che Guevara, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el documental El grito(1968), de Leobardo López Arretche, la obra cumbre de los eventos de 1968. La exhibición sería el mismísimo 2 de octubre y, la verdad, me aterré por la fecha, la película y por los sobrevivientes de los sucesos de Tlatelolco que con seguridad estarían ahí. Enrique me convenció, no había forma de darle una negativa. Entré al recinto muy nervioso acompañado de él, y puedo decir que fue una de las experiencias más bellas y emotivas que he tenido, debido a los testimonios que se suscitaron al final de la proyección y el debate que a su vez conduje. Enrique Ortiga tenía la capacidad de extraer lo mejor de las personas que tocó con su enigmática presencia y cinefilia. Catapultaba las virtudes de los seres con los que convivió, trastocando sus temores o sueños en realidades positivas y la lista es interminable: Daniela Michel, Marina y Andrea Stavenhagen, Iván Trujillo, Fernando Eimbcke, Rodrigo Plá, Roberto Fiesco, Julián Hernández, Ernesto Contreras, Ximena Cuevas, Ricardo Nicolayevsky, Arturo Castelán, Paula Astorga, Antonia Rojas y centenares más. Y no sólo eso, Enrique nos puso a todos en contacto, en una época en la que las redes sociales era asunto de ciencia ficción. El grito (1968, dir. Leobardo López Arretche) Por supuesto la anquilosada burocracia de la UNAM en su conjunto no aguantó el incansable ritmo de Enrique Ortiga y este empezó a diversificarse y a impulsar de manera decisiva los ideales de muchos otros. Uno de esos proyectos fue justo las Jornadas de Cortometraje. Enrique y Daniela Michel intuían no sólo que ese formato tendría un impacto mayúsculo, sino que sería trascendental el apoyar a una camada de futuros cineastas, y así lo demuestran la enorme calidad de cortos mexicanos de ese instante único, avalados por múltiples galardones internacionales, empezando por la Palma de Oro en Cannes para El héroe (1994), de Carlos Carrera. Enrique comentaba enfático: “El cortometraje es territorio libre del cine y en el principio era el corto”. El héroe (1994, dir. Carlos Carrera) Fue así como conocí a Daniela Michel y ambos me invitaron a escribir comentarios sobre algunos cortos y la introducción de aquel mítico primer catálogo de un evento que daría pie a los célebres Encuentros de Realizadores llevados a cabo en la Cineteca Nacional, moderados por el finado Joaquín Rodríguez, Carlos Bonfil, la propia Daniela y yo. Ambos eventos cristalizarían en el primer Festival Internacional de Cine de Morelia, en 2003 que nació con una madurez excepcional y al que acudieron personalidades como Werner Herzog, Barbet Schroeder y Fernando Vallejo, con la gestión del propio Enrique. En noviembre de 1994, en la introducción al catálogo de aquellas primeras Jornadas de Cortometraje, escribí: “[..] Menospreciado y mal difundido […] el cortometraje en nuestro país ha venido a demostrar que en ocasiones, lo mejor de nuestra alicaída industria fílmica se encuentra justo en el campo del corto. Ya sea, desde la perspectiva de las escuelas de cine, de las coproducciones entre éstas y organismos institucionales, e incluso, de las mismas producciones estatales con todo y el aparato burocrático que lo sustenta. Con su actitud arriesgada y propositiva, sus muy particulares condiciones de producción y sus escasos presupuestos y días de rodaje, el cortometraje viene a llenar huecos y a formar cineastas […] Más allá de una simple válvula de escape, se trata de una alternativa importante de una cinematografía en crisis”. En ese mismo catálogo Daniela y Enrique comentaban: “Se trata de obras que consideramos importantes, que merecen ser vistas como tales, no sólo como ejercicios escolares, o pilones […] 1994 puede considerarse el año del cortometraje mexicano. No tanto por la numerosa producción, los importantes premios internacionales y el nivel de divulgación que ha merecido, sino especialmente por la enorme capacidad expresiva y la seriedad y diversidad de las propuestas cinematográficas […] Creemos necesario que la realización de cortometrajes esté acompañada por un diálogo reflexivo y su producción, promoción y exhibición se regularicen y amplíe”. No es casual que algunos de los cineastas y técnicos en activo más importantes, exitosos y/o propositivos de hoy participaron no sólo en aquella primera jornada, sino en las posteriores. En 2010 durante, en el octavo FICM, se le rindió un homenaje a Enrique Ortiga en el que Daniela Michel expresó: “El Festival Internacional de Cine de Morelia nunca hubiera sido posible sin el aprendizaje que obtuve de Enrique Ortiga, es mi maestro y me enseñó todo lo que soy. Estoy muy orgullosa de rendirle un tributo […] Todos los festivales de cine le debemos mucho a él. Este festival es producto también de Enrique, te damos este reconocimiento […] Te esperamos todos los años. Eres el invitado más especial que tenemos. Eres el origen de todo, el que me inspiró a hacer esto”. Para aquellos que lo conocimos, Enrique fue sin duda un ser visionario y generoso. Lo vamos a extrañar.