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Vicente Leñero: guionista

La primera vez que tuve acceso a un guión cinematográfico impreso fue de manos del gran y admirado Vicente Leñero (Guadalajara, 1933-CDMX, 2014), quien me regaló una copia de su más reciente trabajo en ese entonces: su propia adaptación fílmica de Las batallas en el desierto, que iba a dirigir José Estrada y que debido a su repentina muerte fue sustituido por Alberto Isaac en Mariana, Mariana (1986), su título final.

Era el año de 1987 y Leñero fungía como nuestro profesor de guión en la Escuela de Escritores de la SOGEM inaugurada ese mismo año. Vicente Leñero no sólo era en extremo amable, sencillo, simpático y empático y sus lecciones magistrales, sino que era excepcional en todo: dramaturgo, novelista, ensayista o periodista como lo demuestran varios de sus trabajos: Los albañiles, Pelearán 10 rounds, Estudio Q, Asesinato: el doble crimen de los Flores Muñoz, Solo periodismo y más. Sin embargo, tenía otro enorme talento: su labor como adaptador y guionista con una gran capacidad para la ironía, un oído muy fino para el diálogo y una sorprendente habilidad para crear situaciones complejas a partir de acciones simples en apariencia.

Ya desde sus primeros trabajos con el realizador Francisco del Villar, donde se arriesgaba con inquietantes metáforas sobre la perversidad y el erotismo como sucedía en las películas de 1972 El festín de la loba y El monasterio de los buitres —inspirada en Pueblo rechazado— o El llanto de la tortuga (1974) y Cuando tejen las arañas (1977), ésta última de Roberto Gavaldón; Leñero supo adecuarse a un cine nuevo que intentaba derribar las barreras de lo convencional y las fórmulas agotadas que arrastraba nuestra cinematografía. De hecho, su incursión como guionista serviría para potencializar las propuestas del cine echeverrista y posterior, que criticaba los vicios del sistema sin descartar sensacionalismo y denuncia social.

 Mariana, Mariana (1986, dir. Alberto Isaac)

En efecto, en la segunda mitad de los setenta el trabajo argumental de Leñero adquiriría relevancia mayúscula como lo muestra el crudo retrato de Los albañiles (1976), inspirada en su novela y su obra teatral homónima sobre el fallido sistema judicial mexicano y los abismos sociales en nuestro país. En ese 1976 revisa la célebre novela de Mariano Azuela, Los de abajo bajo la dirección de Servando González con quien adapta también la novela de Luis Spota: Las grandes aguas en 1978. En ellas, Leñero guionista destacó los avatares de una epopeya revolucionaria sin sentido y el microcosmos social durante la edificación de una presa. Del mismo Spota, utiliza Lo de antes para construir la que es quizá la mejor obra de Arturo Ripstein: Cadena perpetua (1978), thriller oscurísimo sobre la corrupción, el crimen y los odios sociales; no sólo es el mayor registro histriónico de Pedro Armendáriz hijo como raterillo y proxeneta atormentado por el sistema, sino que su premisa sobre la violencia urbana y la descomposición de las instituciones continúa vigente.

Con el mismo Ripstein, Sabina Berman y Delfina Careaga, escribe La tía Alejandra (1978), inquietante relato de brujería cotidiana y después adapta su propia novela Estudio Q para realizar Misterio (1979) de Marcela Fernández Violante: intrigante y enigmático juego de espejos del escritor, una atractiva reflexión sobre el poder y el impacto de la televisión. Figuras de la pasión (1983) de Rafael Corkidi, fue la versión fílmica de su obra El evangelio de Lucas Gavilán y en breve vendría la amarga revisión del Alemanismo según la citada novela de José Emilio Pacheco para Mariana, Mariana a partir de las remembranzas infantiles de un adulto en la Colonia Roma: enorme texto y adaptación que no cuajó del todo debido al inesperado deceso del “Perro” Estrada.

La tía Alejandra (1978, dir. Arturo Ripstein)

Luego de su propia versión de La mudanza, dirigida por Gabriel Retes y Lourdes Elizarrarás entre 1989 y 2003, la biografía emocional del pintor Francisco Goitia en Goitia, un Dios para sí mismo (1988), de Diego López, y la de la actriz checa Miroslava (1992, dir. Alejandro Pelayo) y su trágico final o la reflexión sobre el Sida a cargo de Valentín Trujillo en Amor que mata (1992), siguen tres excepcionales éxitos en la carrera de Leñero como guionista: 
El callejón de los milagros (1994) de Jorge Fons, La ley de Herodes (1999) de Luis Estrada y El crimen del Padre Amaro (2001) de Carlos Carrera.

La primera, actualizaba los ambientes populares y de vecindad del cine de los años cuarenta a partir de una obra del egipcio Naguib Mahfouz, mientras que El crimen del Padre Amaro era una adaptación de una novela del portugués José María Eca de Queiroz. La crítica alrededor de la doble moral de algunos ministros de la Iglesia católica y autoridades políticas, sus excesos y corruptelas, el retrato de la hipocresía social y la ambivalencia alrededor del celibato, son algunos de los temas de Eca de Queiroz y también del mismo Leñero. De hecho, la premisa de la película, pareciera una variante de la propia La ley de Herodes: la historia de un joven con buenas intenciones que se va corrompiendo poco a poco, ante la promesa de una mejor posición política dentro de la institución, ya sea el Partido en la cinta de Estrada o la Iglesia en el caso de Carrera y cuyo entusiasmo y generosidad se trastocan en ambición y egoísmo.

El crimen del Padre Amaro (2001, dir. Carlos Carrera)

Para entonces, al inicio del nuevo milenio, Leñero era el guionista más cotizado del cine nacional con relatos de violencia y suspenso: Fuera del cielo, La habitación azul, A contracorriente, El garabato —sobre su propia novela—, apoyando mediometrajes o filmes de episodios: La milpa, Sexo, amor y otras perversiones, para cerrar con filmes poco vistos como: El atentado (2009) de Fons, La noche de las flores (2009) de Adrián Burns y La prima (2015) de Víctor Ugalde. Este mes se cumplieron 10 años de la partida del inolvidable Maestro Vicente Leñero.