21 · 03 · 23 TROTACALLES y el caso de una cineasta pionera: Matilde Landeta Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña Durante casi todo el Siglo XX –sobre todo en las primeras siete décadas-, la creación cinematográfica parecía en esencia un oficio de hombres. Eran en apariencia ellos, los varones, los encargados de lidiar con un nutrido equipo de producción que incluía desde cinefotógrafos, sonidistas y asistentes a actrices y actores. No obstante, por fortuna, la historia desmiente esa teoría a partir de la sustancial cantidad de filmes dirigidos por mujeres. Una mirada femenina sugerente, sensible, diferente, que complementa el rudo oficio masculino detrás de cámaras. Y uno de los ejemplos más acabados lo representa la realizadora pionera Matilde Landeta, oriunda de San Luís Potosí, nacida en pleno fervor revolucionario en el año de 1910, cuya filmografía fue más bien breve: tan sólo cuatro películas en 43 años de carrera desde su debut en 1948 con Lola Casanova, seguida por La negra Angustias (1949), Trotacalles (1951), el guión de El camino de la vida escrito en 1950 que originalmente dirigiría y que terminaría realizando hasta 1956, Alfonso Corona Blake, así como su crepuscular Nocturno a Rosario en 1991 cuando la cineasta contaba con 81 años. Luego de sus dos primeras películas; un par de retratos femeninos protagonizados respectivamente por Meche Barba y María Elena Marqués a partir de relatos de Francisco Rojas González, Landeta emprende a partir de un argumento de Luis Spota adaptado por ella misma y José Águila, el ambicioso relato de sororidad femenina que se da en un ambiente de cabaret y explotación femenina, en un momento de nuestra cinematografía en el que a la mujer abandonada, el único camino que le quedaba era prostituirse, según los lineamientos del cine mexicano de la época de oro. Matilde Landeta En ese sentido, Trotacalles resulta un caso insólito, centrado en un grupo de solidarias prostitutas que hacen frente a clientes abusadores y explotadores sin escrúpulos, o afrontan la enfermedad mortal de una de ellas, la tísica LUZ (Isabela Corona), en un ambiente triste y sensible, en que incluso tiene cabida una elegante señora casada (Miroslava), cuyas infidelidades la convierten finalmente en otra “mujer del oficio” como peyorativamente se decía. Se trata de un filme cuya visión femenina fue de alguna manera contaminado por el enfoque de los productores varones que trastocaron en parte una trama de corte realista, en un asunto melodramático, para insistir en ese mal necesario que representaba la trabajadora sexual en el cine nacional de aquellos años… …Un acaudalado banquero (Miguel Ángel Ferriz) atropella sin consecuencias a la prostituta María (Elda Peralta), hermana de Elena (Miroslava), esposa y ex secretaría de aquel. Tiempo atrás, María le quitó a su hermana al hombre que la orilló a la prostitución y en un cabaret de lujo, Elena es seducida por el villano abusador apodado El Rudy (Ernesto Alonso), explotador de su hermana, quien la convence de huir con él, robando varias acciones de su marido. María intenta prevenir a Elena del malvado Rudy, y éste la asesina; sin embargo, más tarde será acribillado por la policía, justo cuando Elena va a escaparse con él. Ella regresa a su hogar y el marido la echa de casa y por ello, no le queda otro remedio que acabar como trotacalles… …Matilde Landeta representa sin duda el espíritu pionero de la presencia femenina en nuestro cine, dejando muy claro el camino que buscaba trazar desde que empezó como anotadora y asistente de dirección en una época de bonanza para el cine mexicano, más no para las mujeres. Matilde se inició en los Estudios como anotadora o script-girl. De hecho, fue la única script mexicana en ese medio cerrado y machista, como lo era la industria fílmica nacional. Ahí, aprendió la labor de cineasta viendo trabajar a los hombres quienes dirigían las películas y quizá por ello, evitó en sus trabajos repetir las fórmulas genéricas y sobre todo, el arquetipo femenino de las heroínas. Así, pese a los escenarios paupérrimos, los diálogos excesivos y cierto acartonamiento en las escenas de amor, Landeta probó que podía dirigir una película como lo habían hecho antes otras mujeres (desde Adela Sequeyro y Eva Limiñana Duquesa Olga a las estadunidenses Dorothy Arzner e Ida Lupino). Contemporánea a Landeta, Carmen Toscano, escritora e hija del documentalista y empresario fílmico Salvador Toscano, dirigió, escribió y produjo en 1950, el fascinante documental Memorias de un mexicano, con mucho del material filmado y recopilado por su padre. Y, con el apoyo de Matilde Landeta en el guión, realizaría 26 años después, Ronda revolucionaria (1976), obra fílmica que intentó reflexionar sobre el impacto de la Revolución Mexicana, a partir de materiales de ficción y no ficción de aquellos años y posteriores…