18 · 08 · 22 Rumbo al #20FICM: Workers y La jaula de oro Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña El investigador, crítico cinematográfico y escritor, Rafael Aviña, prepara el camino rumbo al #20FCM con un recuento puntual de los largometrajes de ficción ganadores en las ediciones pasadas del FICM. En esta ocasión aborda Workers (2013, dir. José Luis Valle) y La jaula de oro (2013, dir. Diego Quemada-Diez), ganadoras en el 11° FICM.En 2013, durante la celebración de la edición número 11 del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), se otorgó un nuevo premio: el Ojo a Mejor Primer o Segundo Largometraje. El indiscutible ganador fue La jaula de oro, del cineasta debutante mexicano de origen español Diego Quemada-Diez, que además obtuvo el Premio del Público y el Premio Guerrero de Oro otorgado por la red de prensa de cine. Y la vencedora en la categoría de Mejor Largometraje Mexicano fue Workers, de José Luis Valle, realizador salvadoreño-mexicano que ese mismo año de 2013 estrenaba a su vez otra notable película: Las búsquedas.Workers (Alemania-México, 2013) se ambienta en la contradictoria ciudad fronteriza de Tijuana, lugar con una cerca siniestra que separa dos naciones: una barda que llega al mar y cuya imagen puede ser tan bella como brutal y crear situaciones tan cómicas como dramáticas. Ahí se narran dos tramas paralelas, las de Rafael (Jesús Padilla) y Lidia (Susana Salazar), quienes luego de treinta años de trabajo ininterrumpido, son víctimas de extrañas injusticias morales que afectan sus derechos y su dignidad. De manera eficaz y silenciosa, cada quien por su cuenta aunque unidos bajo una circunstancia trágica y lejana, iniciarán una ofensiva. Él, contra una empresa trasnacional. Ella, contra un perro mimado y con pedigree. Workers (2013, dir. José Luis Valle) Ganadora, a su vez, de la Mejor Película y Guion en el Festival de Huelva y Mejor Película en el Festival Biarritz, Workers narra un relato de agresión moral con dramáticas tramas periféricas, pero desde una perspectiva donde el humor negro y ácido prevalece. Situaciones que de tan absurdas resultaban hilarantes: una suerte de relato kafkiano tijuanense. Rafael compra unos zapatos nuevos para solicitar su jubilación en la fábrica de focos Phillips donde labora en el área de limpieza. Es un trabajador modelo, puntual, eficiente que nunca ha faltado o tomado vacaciones. Sin embargo, cuando el gerente de Recursos Humanos descubre que es un inmigrante salvadoreño indocumentado, le niega la jubilación, aunque tiene la promesa de que no se dará aviso a las autoridades y podrá seguir laborando en la planta.Por su parte, Lidia ha sido la empleada doméstica de confianza de una anciana adinerada, postrada en una silla de ruedas, cuya mayor preocupación es su perra galgo Princesa acostumbrada a comer roast beef, a pasear en Mercedes Benz y a mirar sólo la parte bella de la ciudad. Al morir la mujer, nombra como heredera de su fortuna a Princesa. La servidumbre, compuesta por Lidia, una enfermera, un chofer y dos guaruras, seguirán cobrando su salario laborando al servicio de la perra mientras ésta viva: si muere de causas naturales, ellos serán los herederos. Vidas solitarias, atropelladas, traumatizadas, ya sea por la muerte de un hijo, abuso infantil, o repartición inequitativa de la riqueza, en un filme que sigue esas vidas entrecruzadas llevadas al límite para cobrar una venganza tan risible y ridícula como justa, en un relato sobrio, original y reflexivo de espléndida fotografía que colocaba a José Luis Valle como notable promesa de nuestro cine.Por su parte, en la espléndida y conmovedora La jaula de oro (España-México), persiste un tono amargo, melancólico y a su vez, emotivo y solidario. Pero sobre todo, una enorme sinceridad y sensibilidad en el tratamiento de una trama proclive a todos los excesos inimaginables. Y es que, a pesar de tratarse de un tema manido, queda claro que la película apuesta por otros derroteros para contar una historia cotidiana de agresión, violencia, desamparo y, al mismo tiempo, de fe y esperanza, en la historia de cuatro adolescentes que sueñan con un futuro mejor más allá de las fronteras de sus países donde los horizontes para los jóvenes no existen. La jaula de oro (2013, dir. Diego Quemada-Diez) Juan (Brandon López), Sara (Karen Martínez) con el nombre de Osvaldo (se corta el cabello y se venda los pechos para pasar como hombre) y Samuel (Carlos Chajón), todos de 15 años, abandonan su empobrecida población, irónicamente llamada Sueños de oro, en Guatemala, para llegar a México y de ahí embarcarse en el tren La Bestia para cruzar hacia los Estados Unidos. Al llegar a Chiapas, se les une contra su voluntad un joven de su edad, un indígena tzotzil, Chauk (Rodolfo Domínguez) que no habla español y viaja sin papeles. No obstante el rechazo agresivo e inicial de Juan, (“pinche indio ignorante”), Sara se compadece de él y lo incorpora al grupo. Unos policías mexicanos los roban, agreden y los regresan a Guatemala. Samuel decide quedarse y los otros tres intentan de nuevo cruzar la frontera. Lo que les espera, trastocará sus vidas.La sutileza de la puesta en escena de Quemada-Diez, la belleza de una historia que exuda tragedia y violencia y, sobre todo, la sincera interpretación de un grupo de jóvenes sin experiencia ante las cámaras, le valió además el premio en Cannes al Mejor Reparto en la sección Una cierta mirada. Más importante aun, el arrojo de su director para apostar por un tema difícil y complejo a nivel dramático y resolverlo con enorme madurez y carga poética. En esa edición once del festival, La vida después, de David Pablos obtuvo el premio Klic y Las horas muertas, de Aarón Fernández una mención especial.