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Q: La venganza de Quetzalcóatl

En el piso 47 del Edificio Chrysler en Nueva York, una mujer atiende el teléfono y coquetea con un hombre que lava los ventanales desde el exterior. En segundos,  el sujeto es atacado por una suerte de ave gigantesca y su cabeza y su sangre caen sobre los horrorizados y sorprendidos transeúntes que circulan en esa zona de Manhattan. Es el arranque de un inquietante y sarcástico thriller de horror en ocasiones risible como sus diálogos y situaciones en su mayoría ridículas, pero eficaz, cuyo “monstruo” protagonista, es nada menos que Quetzalcóatl, “la Serpiente Emplumada”. Se trata de Operación serpiente (Q/The Winged Serpent, 1982) producción estadounidense de bajo presupuesto a cargo del respetable artesano del género, Larry Cohen, responsable de títulos de “culto” como: El monstruo está vivo (1974) o La ambulancia de la muerte (1990).

Aunque nunca se estrenó en pantalla grande en nuestro país, fue lanzada en formato de video en aquellos años ochenta por la extinta compañía Videomax, que la distribuyó y descatalogó muy rápido. Aquí, no aparecen escenarios mexicanos; sin embargo, la deidad monstruosa adorada por una suerte de sacerdote fanático que porta una túnica con atuendos aztecas, resulta una representación fantástica de Quetzalcóatl —de ahí el título original de Q —, desde la imaginería de Hollywood y su visión sobre la barbarie de las “culturas” extranjeras.

Estamos ante un curioso regreso a aquel cine de horror de los años treinta y cuarenta, donde la nación estadunidense se veía acosada por amenazas foráneas y “exóticas”. En este caso, un dios inmemorial que se nutre de la sangre de sacrificios humanos y ha empollado un huevo en el afamado edificio neoyorquino, creando así un insólito clima de paranoia y xenofobia como alegoría de una invasión silenciosa y terriblemente brutal. Más allá de toda metáfora ideológica, el filme de Cohen es un entretenido divertimento de suspenso con varias escenas sangrientas en la línea del horror gore de aquellos años, que se nutre de una serie de imágenes y nociones desvirtuadas de la cultura azteca para justificar la violencia y rapacidad de la “Serpiente Emplumada”.

David Carradine

Varias muertes grotescas y desapariciones de personas (algunas despellejadas vivas y otros son jóvenes que toman el sol en el roof garden de edificios altos) coinciden con una serie de asesinatos rituales en Manhattan. El detective Shepard (David Carradine) descubrirá de a poco que todo tiene conexión: los ritos han servido para invocar a un gigantesco monstruo prehistórico mezcla de ave y reptil que comete los sanguinarios crímenes para alimentarse. En su investigación, se cruzará con Jimmy Quinn (Michael Moriarty), un delincuente de poca monta harto de su mala suerte; un tipo nervioso y torpe, involucrado con un asalto a una joyería, que, de manera azarosa dará con la guarida del monstruo y, contra su voluntad, será el único que puede ayudar a la policía en la investigación de tan delirante caso.

Existen momentos de enorme habilidad como esa cámara que planea y simula el volar y los ataques de Quetzalcóatl, y Carradine actúa como una suerte de clon Serie B de Harry el sucio, el detective de San Francisco protagonizado por Clint Eastwood en la película homónima. Moriarty, en cambio, es una especie de “héroe ingenuo” a lo Hitchcock que se roba la película. Los efectos especiales son rudimentarios y algo burdos, al igual que el humor negro, pero resultan eficaces (la escena de los pollos rostizados o la del restaurante).

Asimismo, existe una confusa subtrama que involucra a una suerte de Museo sobre culturas extranjeras, en la que un “especialista” le comenta a Shepard que los aztecas realizaban sacrificios humanos y utilizaban las pieles desolladas de las víctimas como vestidura.

Por supuesto el final es tan bizarro como delirante —ametralladoras incluidas— y la pregunta que jamás responde Q/ Operación serpiente, es: ¿cómo es que nuestra Serpiente emplumada quedó encinta para empollar una nueva dinastía?