28 · 03 · 22 NEO NOIR: El nuevo cine policiaco de los sesenta a los ochenta Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña El noir mexicano supo adecuarse a los tiempos que corrían, lo hizo de los años cuarenta a los sesenta con una visión nihilista y desesperanzadora. Y más tarde a través de una perspectiva violenta y sarcástica en la década de los setenta y ochenta. Aquellas zonas de penumbra del cine negro nacional representaban situaciones de represión social y sexual y una violencia y criminalidad en aumento como lo vemos hoy en día. Una reprimenda que estaba por estallar en la década de los sesenta y que el 68 destapó. No sólo abrió una maloliente cloaca de un crimen de Estado, sino de torturas, secuestros y desapariciones.El cine negro más profundo, enigmático, poético, clásico y tradicional de años anteriores representado por obras como: Distinto amanecer, Cuatro contra el mundo, En la palma de tu mano o La noche avanza, entre otras, desaparecía. Sin embargo, la oscura y sanguinolenta mancha de los sucesos de Tlatelolco en 1968 desplegaría otros caminos y otra respuesta. Más allá de algunas obras que previeron o corrían en paralelo a aquellos sucesos, brotaría entre la bruma y las sombras un nuevo cine negro más amargo, violento, cínico, brutal, nihilista, sin esperanza y en ocasiones autoparódico. Un neo noir que cobraría enorme fuerza en los años setenta, principalmente, recuperando un cierto tono febril y nostálgico en los ochenta y noventa, para abrir más tarde nuevas válvulas de claustrofobia, barroquismo visual y contemplación de un México sin salida en la cinematografía de este nuevo milenio.Así, el cine policiaco abrazó otros caminos no menos interesantes con atmósferas sórdidas y sin redención como ocurre en la cinta En busca de la muerte (1960), de Zacarías Gómez Urquiza, escrita por Alberto Ramírez de Aguilar y Carlos Ravelo, periodistas especializados en nota roja, con David Silva como personaje violento sospechoso de un asesinato. Más interesante aún, resulta La noche del jueves (1960), con el propio Silva al lado de un joven Alejandro Parodi, y de Aurora Molina, Enrique Lucero y Sergio Jurado, centrado en un asalto bancario, escrita también por aquellos.Después, la década de los setenta traería una serie de tramas donde la moral dejaba de tener significado y el crimen y el poder se identificaban con una urbe violenta y enrarecida. Aquí, el antihéroe se preocupa más por librarse de la confusión que por la venganza al tiempo que se ve absorbido y presionado por una sociedad hostil y corrupta, como sucede en Cadena perpetua (1978), de Arturo Ripstein, inspirada en la novela de Luis Spota; en ella, Pedro Armendáriz hijo es El Tarzán, explotador de mujeres acosado por el sistema, en un relato sobre la violencia urbana y la descomposición de las instituciones.El propio Armendáriz se convertiría en figura central de ese renovado cine policiaco con El complot mongol (1977), de Antonio Eceiza, a partir de la novela de Rafael Bernal y con la obra de Paco Ignacio Taibo II llevada a la pantalla con su personaje de Héctor Belascoarán Shayne, una suerte de ángel vengador urbano protagonista de Días de combate y Cosa Fácil, dirigidas por el eficaz Alfredo Gurrola, a su vez, responsable de una suerte de desquiciada parodia hiperviolenta del género: la notable Llámenme Mike —todas de 1979— con Alejandro Parodi como el demencial protagonista.Ello coincidía con la producción de tres películas de bajo presupuesto al inicio de los años ochenta con elementos más gráficos de sexualidad, erotismo y violencia, como lo muestran: Nocaut, Motel y El diablo y la dama; tres relatos producidos de manera independiente y fuera de la industria nacional de ese entonces. Nocaut (1982), de José Luis García Agraz, recuperaría en buena medida las atmósferas del cine negro a partir de una elaborada narración que se mueve en diferentes tiempos para contar la historia de un boxeador (Gonzalo Vega) que decide eliminar a un empresario sin escrúpulos al tiempo que se ve agobiado por una ciudad hostil y cruel.Motel (1982-1983), ópera prima Luis Mandoki, es una muy entretenida y eficaz muestra de cine noir a la mexicana con elementos cercanos a clásicos del género como Pacto de sangre (dir. Billy Wilder, 1944), El cartero llama dos veces (dir. Tay Garnett, 1946) y En la palma de tu mano (dir. Roberto Gavaldón, 1950), en un relato que reúne a una pareja de amantes malditos (José Alonso y Blanca Guerra), una anciana adinerada (Carmelita González) y un cínico detective (Salvador Sánchez).Y por último, una enigmática inmersión en el universo cabaretil y gangsteril del más extravagante cine mexicano camp de la década de los cuarenta en esa suerte de noir surrealista que es El diablo y la dama (1983), de Ariel Zúñiga, donde se entrecruzan: mafiosos, un explotador de mujeres (Carlos Castañón), variaciones del tema “Cabellera Negra”, de Agustín Lara, y una habitación de hotel en París, donde descansa el maniquí de una figura diabólica, una joven francesa (Catherine Jourdan) y su maduro amante (Richard Bohringer) que baja a comprar tabaco, en una delirante trama policiaca que sucede entre el sueño y la memoria en México y en París.