18 · 05 · 23 Migración, desapariciones forzadas, memoria y olvido en tres documentales Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña No es un secreto que el cine documental mexicano vive ahora su mejor momento y ese impulso viene germinando desde el arranque del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), cuya primera edición en 2003 capturó la esencia de aquello que se movía con mayor pulsión e ímpetu en el interior de nuestra cinematografía: la permanente vocación de desafío, denuncia, riesgo y sororidad que el documental tiene. Por ello, no es casual que ese formato se ha vuelto cada vez más cotidiano en la cartelera comercial. Justo en estos días, se estrenan tres largometrajes documentales exhibidos con éxito en anteriores ediciones del FICM. Mi casa está en otra parte/ Home is Somewhere Else (2022), de Carlos Hagerman y Jorge Villalobos, curioso, sensible y atípico documental de animación que sigue tres historias reales en voces de sus propios protagonistas a través de viñetas animadas. Estas viñetas son cercanas al estilo de aquellos trabajos del desaparecido cineasta francés radicado en México, Dominique Jonard, con cortos de animación como: Desde adentro (1996), ¡Santo golpe! (1997) y La De Génesis (1998), en el que, incluso, un demonio hablaba una suerte de inglés-pachuco, que recuerda a la voz del narrador principal del filme de Hagerman y Villalobos, una suerte de hiphopero poeta, apodado Deportee (José Eduardo Aguilar), como actual remembranza del Pachuco encarnado por Edward James Olmos en Zoot Suit/Fiebre latina (1981) de Luis Valdez. El documental sigue tres entrañables relatos: el de Jasmine, una niña de 11 años nacida en Estados Unidos y de padres indocumentados que viaja a Washington para apelar por sus derechos. La historia de las hermanas Elizabeth y Evelyn separadas por su situación migratoria; una vive en Yucatán con su abuela y es estadunidense, la otra en California sin papeles. Y, finalmente, la del propio Deportee, Lalo, mexicano que creció desde niño en Utah, es deportado a su país a los 23 años y desde esa, su nación que desconoce, y a través de sus textos, se trastoca en activista y defensor de migrantes devueltos a su patria. Tres historias de sentimientos y emociones, agridulces y reflexivas. Volverte a ver (2020), de Carolina Corral y Magali Rocha, ganadora de múltiples premios, es otra obra de enorme percepción y empatía que se centra en Tranquilina, Angélica y Edith, tres mujeres en el estado de Morelos, dedicadas a rastrear los cuerpos de sus familiares desaparecidos y a los que las autoridades han dado carpetazo o simplemente esperan un largo turno en la indiferencia, desamparo y burocracia de justicia que se vive en nuestro país en este momento. Habilitadas por las circunstancias en peritos forenses, participan en la exhumación de más de 200 cadáveres que la fiscalía de Morelos enterró en secreto. A través de los colectivos Regresando a casa Morelos y Familias resilientes Morelos, las tres mujeres cuyas vidas se volvieron de un día a otro una absoluta pesadilla, van descubriendo, junto con las jóvenes cineastas Corral y Rocha, la vergonzosa cadena de corrupción, complicidad e ineptitud de las autoridades de sexenios anteriores y el actual, en la suerte que corrieron sus familiares y en la torpe búsqueda y seguimiento de sus casos. Volverte a ver, filmada con enorme fuerza, es una sensible denuncia social y hermandad entre mujeres. Finalmente No son horas de olvidar (2020), de David Castañón, a estrenarse la próxima semana, es otro emotivo trabajo documental que cuestiona la memoria, el olvido, la vejez y la conciencia política en la historia de Jorge, un hombre de la tercera edad que teme que Juanita, su mujer terminé por no reconocerlo en breve. Tiempo atrás, debido a la dictadura militar en Chile, Juana perdió la memoria y la recuperó, hoy en día, un brote de Alzheimer la coloca en la misma circunstancia. Jorge entonces, se sumerge en la música, imágenes y escritos para recuperar a su compañera que amenaza con perderse en el limbo del olvido. El propio Castañón se erige como narrador-entrevistador en este bello aunque triste recorrido por la memoria, el amor de pareja y la militancia social como símbolo de identidad. Un relato intimista y a la vez político, filmado y editado con eficacia, además de contar con un notable material de archivo de los personajes protagonistas.