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Madre sólo hay una. México: maternidades atípicas, siglo XX

Uno de los ejes primordiales de la cinematografía mexicana en el siglo XX, es el personaje de la madre abnegada. La cabecita blanca o casi, que sufre todo tipo de humillaciones con tal de sacar adelante a sus hijos, como sucede en Madre querida, de Juan Orol; Corona de lágrimas, de Alejandro Galindo; Soledad, de Miguel Zacarías; o El día de las madres, de Alfredo B. Crevenna. Sin embargo, nuestro cine ofreció, a su vez, relatos diferentes opuestos a las consabidas historias de sacrificio y abnegación maternal. 

Así, y pese a reciclar el tema del sufrimiento materno, algunos filmes desechan el melodrama para incursionar en un realismo conmovedor, en el humor involuntario, en el sadismo más delirante o, incluso, también en la violencia extrema, con progenitoras atípicas como sucede en Los olvidados, de Luis Buñuel. Aquí, Stella Inda, rechaza a Pedro, su hijo mayor (Alfonso Mejía), producto de una violación, al tiempo que tiene un breve encuentro sexual con el amigo/enemigo de su hijo: El Jaibo (Roberto Cobo). No sólo eso, en una escena que alegoriza con el Edipo reprimido del hijo, Pedro sueña a su madre vistiendo un camisón blanco flotando cerca de su cama.

Los olvidados (1950, Dir. Luis Buñuel)

Insólita también es la maternidad asumida por Ninón Sevilla en Víctimas del pecado, de Emilio Fernández. Violeta, fichera y bailarina, rescata de un bote de la basura frente al Monumento a la Revolución al hijo de una colega, acaba en la cárcel y es redimida por el amor de ese niño, el genial Ismael Pérez. Escenas antológicas como aquella de Poncianito al pie del Monumento a la madre o llevando a su “jefecita” encerrada en prisión unos zapatos el 10 de mayo, al tiempo que unos guardias “inhumanos” le cierran el paso.

María Félix, alejada de todo estereotipo, aportó otros ángulos, como lo muestra Doña Bárbara, de Fernando de Fuentes: convierte en un guiñapo al borrachín que ha seducido y embrujado (Andrés Soler) y con el que tiene una hija: la salvaje Marisela (María Elena Marqués), quien pelea junto con su madre por el amor de Santos Luzardo (Julián Soler). En Que Dios me perdone, de Tito Davison, María encarna a una espía secreta con sicosis de guerra que trae la desgracia a los hombres que la chantajean sobre el paradero de su hija que dejó en Europa y, en Vértigo, de Antonio Momplet, es casada a la fuerza con un hombre mayor (Jorge Mondragón), queda viuda y se hace amante de Emilio Tuero, novio de su hija Lilia Michel

Doña Bárbara (1943, dir. Fernando de Fuentes)

Madres vengativas existen muchas, pero en particular, Columba Domínguez en Los hermanos del Hierro, de Ismael Rodríguez, abraza una ansiada venganza en contra del homicida de su marido (Eduardo Noriega), asesinado frente a sus dos pequeños hijos que crecen educados en el odio y el desquite (Antonio Aguilar y Julio Alemán), en medio de un clima de machismo, revancha e instintos sicópatas. En contraste, uno de los personajes maternales más conmovedores y extraños del cine mexicano lo encarnó Pina Pellicer en Días de otoño, de Roberto Gavaldón; la historia de una joven que sueña con un buen matrimonio e hijos y acaba fingiendo una boda y un embarazo.

Por su parte, Sara García dio un insólito giro a sus personajes en los años sesenta y setenta como lo muestra la anciana madre que decide liberarse de su marido y su familia castrante en esa rareza que es ¿Porqué nací mujer?, de Rogelio A. González; o la madre/abuela que mienta madres y fallece de una congestión estomacal en Mecánica Nacional, de Luis Alcoriza; al igual que en Fin de fiesta, de Mauricio Walerstein, como la madre millonaria que tolera y cubre las perversiones de su hedonista hijo que encarna José Gálvez. Katy Jurado, en cambio, es la madre agresiva y desesperada que sufre un viacrucis en varias instituciones de “justicia” y culpa a su pequeño hijo (Fernando García Ortega) del asesinato accidental de su marido, un cargador alcoholizado (Julio Aldama).

Sara García

En Intimidades en un cuarto de baño, de Jaime Humberto Hermosillo, Martha Navarro tiene un sorprendente papel de madre castrante, en oposición al personaje de la mamá sobreprotectora que permite el noviazgo homosexual de su vástago, en otro gran relato de Hermosillo: Doña Herlinda y su hijo. No obstante, extremos de maternidad se localizan en los papeles que Ana Ofelia Murguía representó para Felipe Cazals y Arturo Ripstein: la suegra brutal de Los motivos de Luz y la madre arpía de la cantante Lucha Reyes en La reina de la noche, respectivamente. En la primera, le hace la vida imposible a su nuera (Patricia Reyes Spíndola), casada con su hijo Alonso Echánove en una trama inspirada en el caso de Elvira Luz Cruz, que en apariencia, asesinó a sus pequeños hijos.

Asimismo, en Principio y fin de Ripstein, Julieta Egurrola se hace cargo de sus hijos y decide sacrificar las ilusiones de sus fracasados vástagos en aras del menor (Ernesto Laguardia), que se convierte al final, en una suerte de ángel destructor que acaba incluso con su propia existencia después de fastidiar la vida de sus hermanos. Por último, dos destacables personajes femeninos maternales de los noventa: Los pasos de Ana, de Maryse Sistach, y Lola, de María Novaro. Dos jóvenes madres solteras que se abren paso por la vida, enfrentando los embates de enraizadas posiciones machistas, como le sucede a Ana interpretada por Guadalupe Sánchez y a Lola que encarna Leticia Huijara: la primera lleva un videodiario de sus hijos y la segunda, deambula en una urbe fracturada por los sismos de 1985 con su pequeña niña.