08 · 04 · 14 Las Diosas nunca mueren: 100 años del nacimiento de María Félix Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Hoy se cumple un centenario del nacimiento de María Félix, una de las actrices más emblemáticas de la Época de Oro del cine mexicano. Para celebrarlo, el FICM presenta una serie de imágenes desarrolladas por el diseñador Marco Colín (@marcocolin) en honor a “La Doña.” María Félix nació como María de los Ángeles Félix Güereña en Álamos, Sonora, el 8 de abril de 1914. Su extensa carrera como actriz incluye películas mexicanas tan célebres como El peñón de las ánimas (1943), de Miguel Zacarías; Doña Bárbara (1943), de Fernando de Fuentes y Manuel M. Delgado; El monje blanco (1945), de Julio Bracho; Río Escondido (1947), de Emilio "el Indio" Fernández; y La diosa arrodillada (1947), de Roberto Gavaldón, entre muchas otras. Su presencia en la pantalla grande, y su personalidad fuera de ella, la convirtieron en un símbolo de la belleza y de la fuerza seductora de la mujer mexicana. Describirla es una tarea difícil, por eso decidimos delegarla a otro icono de la cultura mexicana: Octavio Paz. El poeta escribió el artículo “Razón y elogio de María Félix” como prólogo del libro María Félix: Una raya en el agua, que contiene fotografías de la actriz reunidas por su hijo Enrique Álvarez Félix. A continuación puedes leer un fragmento: “María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma. Muchas mujeres nacen hermosas y otras, a fuerza de cuidados y afeites, se fabrican una belleza; únicamente las actrices (y no todas: unas cuantas) transforman su físico en una imagen, compuesto indefinible de lo real y lo ideal, lo sensible y lo ficticio. La transformación de la realidad en ficción y de la ficción en realidad es el misterio de lo que llamamos arte; un misterio en el que participan, por igual, el genio y los genes, la voluntad y la imaginación. No es ocioso insistir en lo que distingue al actor y a la actriz de los otros artistas, sean hombres o mujeres: la estrella no se realiza como persona sino que se inventa, se transforma en imagen. La María Félix que conozco y con la que a veces converso no es la misma, aunque no sea menos verdadera, que la otra. La María-imagen no es irreal: habita otra realidad. Si se quiere precisar la naturaleza del encanto de María hay que referirse, en primer término, a su belleza. Hay una canción famosa que lleva su nombre: María Bonita. Pero María no es bonita: es bella. ¿Bella o hermosa? Se dirá que las dos palabras significan lo mismo. No, hay una diferencia: bello viene de bellus, que en latín quiere decir, precisamente, bonito. Los romanos tenían dos palabras para significar la hermosura: pulcher y formosus. Ambas pertenecen al latín clásico; formosus es más ilustre: aparece en Virgilio. El parentesco con forma -que quiere decir figura, configuración y, también, hermosura- contribuyó probablemente, dice Corominas, a que en castellano se conservase la palabra, a diferencia del francés y de otras lenguas romances, que la perdieron. Hermosura implica la conjunción de dos realidades, una física y otra moral: la proporción de los miembros, la armonía de las facciones y la expresión. El cuerpo es firme, ágil, esbelto, bien plantado; el rostro denota nobleza, generosidad, grandeza de alma, valor. La grandeza colinda con el orgullo, el desdén y la cólera; también con el arrojo y el desprendimiento. María es generosa, altiva y valiente. Hermosura combatiente, hermosura libre que hace pensar en las heroínas del poema de Tasso, como Armida la maga que, "armada sólo de sus trenzas y de una falda", penetró en el campamento de sus enemigos y los sedujo. A pesar de que México es un país en el que han imperado los valores masculinos -el padre, el patriarca, el abuelo, el jefe, el macho-, muchas imágenes femeninas han encendido la mente y la fantasía de los mexicanos. Unas son dulces como la Virgen de Guadalupe, colina maternal, amparo de huérfanos; otras son abismales e insondables como la Malinche; otras son un aullido inconsolable, un río negro en la noche, como la Llorona; otras son risueñas y denodadas como la Adelita de los revolucionarios. El mito de María Félix es distinto. En primer lugar, es moderno; enseguida, no es enteramente imaginario, como casi todos los del pasado, sino que es la proyección de una mujer real. Nació ante nuestros ojos y nació como un relámpago que desgarra las sombras. Fue y es un desafío ante muchas convenciones y prejuicios tradicionales. No es extraño que haya provocado irritaciones, despecho, calumnias. La envidia es una forma invertida de la admiración. María Félix es una mujer muy mujer que ha tenido la osadía de no ajustarse a la idea que se han hecho los machos de la mujer. Es libre como el viento; dispersa o congrega a las nubes, las parte o las ilumina con una centella, con una mirada. Su magnetismo se concentra en sus ojos, alternativamente serenos y tempestuosos: atraen y fulminan. Como Armida -la comparación es inevitable- un momento es hielo y otro fuego. Hielo que el sol desata en arroyos, fuego que se transforma en claridad.” – Octavio Paz Te invitamos a unirte a nuestra celebración de esta mujer que “nació como un relámpago que desgarra las sombras” hace exactamente 100 años. Busca el resto de las ilustraciones de María Félix en las redes sociales del FICM (Facebook, Twitter, Instagram y Google+) y compártelas con el hashtag #LasDiosasNuncaMueren.