05 · 10 · 23 LA PALOMILLA SALVAJE, BAJO JUÁREZ y EN EL HOYO, los documentales del 2006 Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña En el año 2006, el 4° Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), ofrecía un importante foro a incipientes y entusiastas realizadores dispuestos a mostrar una serie de obras alternativas que de a poco empezaban a salir de los círculos del cineclubismo, para llegar a las salas comerciales y competir al tú por tú en cartelera con las armas de la inteligencia, del discurso propositivo y la muestra de una realidad tan cruda como emotiva que sólo el documental era capaz de lograr. En ese año, si en algo coincidían documentales como En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo, y La palomilla salvaje del debutante Gustavo Gamou –ambas del 2006-, era el descubrimiento de héroes anónimos que merecían reconocimiento en ese mundo masificado y sin horizontes donde seguimos sobreviviendo. Reinaldo, huérfano desde los 3 años, rechoncho y bajito lustrazapatos que sueña con tener su propio caballo blanco para recorrer las praderas y José Alfredo, un taxista que acaba en el reclusorio y cuyo sueño es montar un toro, intentan convertirse bajo los consejos de Fidel El Bandido, apasionado del viejo oeste, en astros del jaripeo, bajo el nombre de La palomilla salvaje. La palomilla salvaje (2006, dir. Gustavo Gamou) Gamou se llevó el Premio a Mejor Documental, con una espléndida obra que creaba un fuerte, emotivo y a la vez divertido lazo entre sus personajes y el espectador. Su cámara, no sólo los acompaña durante sus ejercicios, sino a la muy íntima fiesta de cumpleaños de José Alfredo, a un pleito callejero de éste y a la fuerte discusión con su madre debido a su alcoholismo. En las funciones de aquel 2006, algunos espectadores cuestionaban si existía un abuso de confianza del realizador y cuál era la línea divisoria entre ésta y la exposición de su realidad. Un punto que se aplicaba también a otra notable obra documental que obtuvo una Mención Especial y el premio Titra: Bajo Juárez. La ciudad devorando a sus hijas, ópera prima de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero. Filmes de ficción palidecen ante una obra ambigua pero eficaz como Bajo Juárez, valiente recuento sobre la tragedia y la pesadilla de las muertas de Ciudad Juárez, que actualizaba la información planteada por Lourdes Portillo en Señorita extraviada (2001). Sánchez y Cordero, intiman con las madres de las víctimas y exponen sus videos caseros y sus recuerdos más personales, como sucede con el caso de la quinceañera asesinada, Lilia Alejandra García Andrade, joven madre adolescente de dos pequeños que quedaron a la custodia de su abuela. Bajo Juárez (2006, dir. Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero) Apoyados en valiosos testimonios de personalidades como el escritor y ensayista Sergio González Rodríguez –autor de Huesos en el desierto-, la periodista Diana Washington y el criminólogo Óscar Máynez, a quien la fiscalía especial le pidió que fabricara pruebas para inculpar inocentes, Bajo Juárez, denuncia métodos de tortura a chivos expiatorios –algunos chóferes de autobuses- y exhibe a las fiscales Suly Ponce y María López Urbina, funcionarias ineptas, irresponsables e ignorantes, y sugiere a su vez, elementos inquietantes, como el hallazgo de que la gran cantidad de jovencitas violadas, torturadas y asesinadas, fueron localizadas en terrenos de familias muy poderosas del Estado de Chihuahua. En su tercera incursión fílmica como director (productor, guionista, fotógrafo y distribuidor), Juan Carlos Rulfo dejaba atrás las evocaciones rurales de un grupo de ancianos, para sumergirse En el hoyo (2006) de una urbe caótica como lo era y lo es la ciudad de México y extraer de ahí insólitas historias de vida: las de un grupo de trabajadores de la construcción, que por el breve espacio de 84 minutos dejan de ser la masa anónima despreciada por una sociedad cuyo confort depende del sudor de aquellos, en una obra merecedora del premio del público a Mejor Documental. La edificación del entonces polémico segundo piso del Periférico, botín político de ataques, censuras y proselitismo, fue abordado por Rulfo sin afanes partidistas, didácticos o turísticos. El cineasta se trastoca aquí en un obrero más, para construir desde los cimientos de ese cine nacional más honesto, apoyado a su vez en un notable montaje de Valentina Leduc y en una excepcional banda sonora de Leonardo Heiblum, la realidad de un país de contrastes brutales, de necedades políticas y de menosprecio social, donde, pese a ello, hierve la fuerza del trabajo, las ocurrencias y el sabor de una cultura popular de la urbe. Esa que se transforma minuto a minuto en una ciudad monstruosa; una suerte de bestia sin control, donde día a día, miles de automovilistas recorren los distribuidores viales que erigen varios de los millares de héroes anónimos de este país. En el hoyo (2006, dir. Juan Carlos Rulfo) Todo ello, en un acercamiento cotidiano y afectivo con un puñado de entusiastas albañiles que no pierden el humor, la esperanza y su fuerza de vida ante las inevitables desigualdades sociales en sus arduas jornadas de trabajo, bajo lluvia, calor intenso, “toreando” autos, eludiendo peligros y bajo pésimas condiciones de trabajo que incluye escaleras rotas, falta de señalamientos y barreras de contención. Escenas notables como la plática con los “fierreros” que amarran varillas en las alturas, la improvisada fiesta de Chabelo El Chaparro que dice: “La vida es una vida muy buena. Hay de todo, hay que saberlo aprovechar”, o aquellos recorridos donde la cámara sigue a algunos de los protagonistas hasta sus lugares de origen. En el hoyo reveló un insospechado humanismo y otorgó nombres y rostros a aquellos miles de fantasmas a los que nadie mira y que sostienen entre varillas y toneladas de tierra, el impulso del futuro.