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José Agustín: CINCO DE CHOCOLATE Y UNO DE FRESA

Escritor de talento precoz, José Agustín (1944-2024) lideró a partir de La tumba (1964) y De perfil (1966) esa curiosa generación de la llamada “Literatura de la onda”, misma que amplió al cine coescribiendo Cinco de chocolate y uno de fresa (1967) y Alguien nos quiere matar (1969), ambas bajo la dirección de Carlos Velo, y dirigiendo Ya sé quién eres (te he estado observando) (1970); las tres, protagonizadas por una muy joven y hermosa: Angélica María, con la que vivió una breve e intensa historia de amor, y producidas por Angélica Ortiz, madre de la actriz y cantante, que al igual que José Agustín, se encontraba en la etapa más efervescente de su carrera.

Nacido en Jalisco, “hijo predilecto de Cuautla” y acapulqueño por convicción, José Agustín Ramírez Gómez fue, además, guionista, ensayista, dramaturgo y periodista y, a su vez, estudiante, por una corta temporada, de la segunda generación del legendario CUEC (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos), hoy ENAC, hacia 1965, becario del Centro Mexicano de Escritores (1966-1967), bajo la tutela de Juan José Arreola, egresado de Letras Clásicas en la UNAM y más. Su manera de narrar y la utilización de un lenguaje ameno, vivaz, antisolemne y moderno transformó, sin duda, la literatura mexicana influyendo de forma permanente a las siguientes generaciones con su vastísima y trascendental obra.

Cinco de chocolate y uno de fresa (1967, dir. Carlos Velo)
Cinco de chocolate y uno de fresa (1967, dir. Carlos Velo)

Luego de la muy atractiva y bella secuencia de títulos para la explosiva cinta juvenil Cinco de chocolate y uno de fresa, creada por el pintor, escenógrafo y posterior cineasta, Toni Sbert, apoyado por el Ingeniero Gustavo Cota y sus proyecciones sicodélicas, surge una placa en la puerta del convento de Churubusco que reza: “Clausura. Pena de excomunión para quien viole este sagrado recinto” y aparece Angélica María como la ingenua Esperanza, novicia que sigue a un grupo de maduras monjas al tiempo que se roba y come un chocolate y confiesa, ante un anciano y simpático sacerdote, su perenne pecado de la gula. Un corte directo lleva a una mansión en las Lomas de Chapultepec donde la misma Angélica María como la “reventada” Brenda, quien, enfundada en un espectacular minivestido y botas, e interpretando el bello tema musical “Los filos del sol”, de José Ortega, con letra del propio José Agustín, escandaliza a los burgueses dueños del lugar y a sus invitados y fascina a cinco “universitarios” que la abordan.

El trabajo de Sbert en los créditos y la trama coescrita por el propio José Agustín, no sólo era el reflejo del sentir de una época fresca y joven que se preparaba para los Olimpiadas (y culminaría con los sucesos de Tlatelolco un año después), entre el “peace and love” y el LSD y, sobre todo, la visión de una sociedad añeja representada por padres de familia de doble moral y las instituciones corruptas, anquilosadas y patéticas (incluyendo la propia industria del cine en México), como esa Agencia Internacional de Vigilancia que comanda Enrique Rambal, el Circulo de Banqueros presidido por Roberto Cañedo, o el líder sindical “charro” Jiménez (Víctor Alcocer), como símil de Joaquín Hernández Galicia “La Quina” de Pemex, a quien ridiculizan en plena calle y al que obligan a despojarse del saco y pantalones y a bailar un zapateado veracruzano “como en toda buena película mexicana”.

Cinco de chocolate y uno de fresa (1967, dir. Carlos Velo)
Poster Cinco de chocolate y uno de fresa

Resulta evidente la ironía y la despiadada sátira de nuestro cine y de la “gran y caduca familia mexicana” en los diálogos y situaciones concebidas por José Agustín para Cinco de chocolate y uno de fresa, cuyo título alude a los helados que solicitan a punta de pistola (de juguete) Brenda y sus cómplices involuntarios: Fernando Luján, Edmundo Mendoza, Juan Ferrara, Agustín Martínez Solares y Michel Strauss, en la fuente de sodas del Sanborns de Reforma 233. En la fiesta, Brenda comenta: “Vine a perturbar la paz y la tranquilidad de este hogar decente” y en la canción tema dice: “Decadente, triste y fugaz” en relación a la sociedad de ese momento. Mendoza comenta: “Nos dedicamos a cotorrear la onda”, liberan animales, toman por asalto las instalaciones de Radio Mil y secuestran al líder de los banqueros. Brenda comenta que vive en “Un rincón cerca del cielo”, como la película de Pedro Infante, al tiempo que roba la motocicleta de un agente de tránsito de los llamados “Tamarindos”, como el personaje interpretado por Pedro Infante en A toda máquina.

Esperanza y Brenda son la misma persona, los jóvenes son tachados de “rojos” y “comunistas” y, más curioso aun, es que la propia protagonista y una monja (Consuelo Monteagudo) se intoxican con hongos que llevan al convento unos “inditos oaxaqueños de la sierra Mazateca”, en un filme que se va volviendo cada vez más autoparódico y caótico con explosiones, helicópteros y un final un tanto convencional con el que seguro José Agustín no comulgó, impuesto más por la industria y la carrera de la propia actriz, en un relato que abordaba, a su vez y en menor medida, otros temas del propio escritor: el desmadre juvenil o el temor al compromiso amoroso, protagonizado por jóvenes de clase media. 

Cinco de chocolate y uno de fresa resulta una divertida y escapista comedia juvenil que puede verse como una perversa alegoría erótico-sinarquista del momento, filmada a unos meses de estallar el Movimiento Estudiantil de 1968, con la inquietante presencia de Angélica María –en su mejor película- y una pequeña intervención de los Dug Dugs, en una intriga que mezclaba canciones, espionaje y hongos alucinógenos y en la que la actriz demostraba que era capaz de superar con creces las almibaradas comedias románticas que protagonizara pocos años atrás. José Agustín participaría más tarde como guionista o con adaptaciones de sus libros, en otros relatos amargos, sensuales y violentos (El apando, El amor a la vuelta de la esquina), o irónicos, desmadrosos y pesimistas (Ciudad de ciegos, Me estás matando Susana).