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Imágenes imborrables que enaltecen la belleza de Michoacán

Michoacán

Rafael Aviña

La primera imagen es un letrero en la carretera que reza: México-Morelia. Después, la cámara de José Ortiz Ramos ofrece bellas postales de Morelia: el hermoso Acueducto ubicado en la zona oriente del Centro Histórico, la fuente de Las Tarascas, recién erigida en 1937; la Calle Ignacio Zaragoza y Melchor Ocampo (donde se encuentran las oficinas del FICM) y por supuesto, la Catedral. De ahí, la acción se traslada a la bucólica ciudad de Pátzcuaro, donde un lujoso Chevrolet 1942 queda varado en una cuneta. El chófer y el chef francés Gastón (Ángel Garasa), que acompañan a la millonaria Gloria Santibáñez (Gloria Marín), no pueden moverlo y un joven (Tito Guízar) se ofrece a rescatarlos cobrando “tres besos”. Gloria accede enfadada y el muchacho, con la ayuda de su caballo, saca el automóvil y al intentar “cobrar”, la muchacha le dice a Gastón: “Págale al señor”.

Es el arranque de ¡Qué lindo es Michoacán! (1942), el debut del joven y futuro célebre realizador Ismael Rodríguez, una de las decenas de películas que enaltecen el hermoso Estado de Michoacán. Un filme rodado, a su vez, en la imponente residencia del ex presidente Lázaro Cárdenas, cuya terraza ofrece la vista del bellísimo Lago de Pátzcuaro, decorada con mobiliario y adornos tradicionales del Estado y que finaliza con la tradicional danza de Los viejitos y la canción tema compuesta por Pepe Guízar. En efecto, nuestro cine y otras cinematografías han propuesto algunas imágenes imborrables del esplendor michoacano y sus diversas ciudades y pueblos.

Janitzio (1934, dir. Carlos Navarro), por ejemplo, cuyo título alude a una de las islas de Pátzcuaro, contiene hermosas escenas del Lago y de las embarcaciones de pescadores llamadas “mariposas”, protagonizada por Emilio Indio Fernández, en la historia del hombre blanco que viene de fuera a contaminar el idílico paraje michoacano, cuando seduce a una joven indígena que terminará apedreada por los lugareños (y que el propio Indio rehízo en María Candelaria). Tragedia nativa de enorme belleza plástica con imágenes del gran Jack Draper.

Janitzio (1934, dir. Carlos Navarro),
Janitzio (1934, dir. Carlos Navarro),

Canto a mi tierra (1938 dir. José Bohr) relato musical con Pedro Vargas, muestra a su vez el Lago de Pátzcuaro, como sucede en la fantasía animada de Disney Los tres caballeros (1944) protagonizado por el “gringo” Pato Donald, el brasileño José Carioca y el mexicanísimo Pancho Pistolas, sobre ese paraíso y sus embarcaciones. Lo mismo ocurre con el drama de suspenso policiaco Romance de fieras (1953), del mismo Ismael Rodríguez: la actriz y cantante Verónica Loyo interpreta el tema Janitzio de Agustín Lara, enamorada de Joaquín Cordero, obsesionado con la enigmática Martha Roth que esquía en el lago.

Pátzcuaro es también el escenario de tres filmes protagonizados por la imponente María Félix: Maclovia (1948) del Indio Fernández, en la que Carlos López Moctezuma le hace la vida imposible con sus bajas pasiones. Miércoles de ceniza (1958) de Roberto Gavaldón, donde desmaya al caer de una embarcación en Pátzcuaro y es violada por un hombre al que más tarde identifica como un cura (Rodolfo Landa). Y Que Dios me perdone (1947), de Tito Davison, escrita por él, José Revueltas y Xavier Villaurrutia: un elegante ejemplo del noir trágico y romántico con un personaje femenino condenado a la soledad que lleva la desgracia a los hombres que se cruzan en su camino.

Miércoles de ceniza (1958) de Roberto Gavaldó
Miércoles de ceniza (1958, dir. Roberto Gavaldón)

Lena Kovach es una aventurera internacional oculta, de la que se enamora el viudo Velasco (Fernando Soler) y luego es chantajeada entre otros por Ernesto Serrano (Tito Junco). Hacia el final, en un viaje a Pátzcuaro, los tres pasean en una lancha en el lago. Ellos forcejean, caen al agua y mueren ahogados. Lena hereda una gran fortuna de su marido y acude con el psiquiatra Mario Colina (Julián Soler), quien por azar ha filmado la pelea a mitad del lago. Después de proyectarla, quema la película para que ella se libere. 

Rosenda (1948) de Julio Bracho, inspirada en un cuento de José Rubén Romero, oriundo de Cotija, Michoacán, con Rita Macedo, Fernando Soler y Rodolfo Acosta, es un relato con bellas locaciones michoacanas, entre ellas, Morelia y varios pueblos cercanos como Quiroga. Aquí, se narra la curiosa historia de amor entre una jovencita muy humilde y analfabeta y un hombre mayor: la escena final donde los personajes se cruzan en trenes que circulan en direcciones opuestas es fascinante, así como aquella del silabario de San Miguel con el que don Ponciano Robles (Soler), le enseña a leer a Rosenda.

El propio José Rubén Romero es el autor de la célebre novela La vida inútil de Pito Pérez, adaptada cuatro veces a la pantalla y protagonizada por Manuel Medel en 1942 y en una variante de 1947, Germán Valdés Tin Tan en 1956 e Ignacio López Tarso en 1969. La historia de un vago pueblerino, alcohólico y medio filósofo que recorre varios pueblos de Michoacán, “viviendo de lo ajeno, no robado sino más bien prestado” como él lo dice. Los escenarios de Pátzcuaro, Santa Clara del Cobre, Tacámbaro y Uruapan, entre otros, exaltan con su hermosura la pantalla.

El sol sale para todos, dirigidas por Henry King
El sol sale para todos (1957, dir. Henry King)

Filmes hollywoodenses como: Un capitán de Castilla, Los depravados y El sol sale para todos, dirigidas por Henry King, y otras películas de la época de oro como: Sed de amor o El brazo fuerte, relatos de los años setenta: Caminos de Michoacán, Nuevo mundo, Satánico pandemónium o Auandar Anapu, tramas de los ochenta y noventa como: Arriba Michoacán, Gertrudis Bocanegra o El agujero y obras contemporáneas como: Eréndira Ikunakuri, Día seis o La nave, proponen además de espectaculares locaciones en las citadas Janitzio, Pátzcuaro, o Morelia, otros bellos espacios como lo son: Tzintzuntzan, Ihuatzio, Lázaro Cárdenas, o las playas: El Bejuco, Las Peñas y Betula. 

En ese sentido, destacan las notables locaciones en Uruapan y otros escenarios de esa ciudad como el Mercado de Antojitos, el templo de San Francisco o La Tzararacua, en un filme notable, olvidado y adelantado a su momento: Los pequeños privilegios (1978) de Julián Pastor. Despiadado retrato sobre las diferencias sociales y el aborto, con imágenes como aquellas en el zócalo de Uruapan donde Pedro Armendáriz hijo filma con una cámara de 8 mm, a decenas de lugareños reales que disfrutan un bailable con máscaras en el Zócalo y la Plaza de los Mártires: escenas insólitas entre la ficción y el documental que hoy perduran gracias al cine.