01 · 18 · 22 Tiburoneros: La vida libre Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Rafael Aviña "En Tabasco conocí a un tiburonero, me fui a pescar con él, me contó su vida en una borrachera. A través de él, conocí a otros tiburoneros que también me conta-ron sus vidas y de ahí nació la película… me decían que el tipo que empeña el ojo era una copia de Buñuel. Sin embargo, este tipo existía, le llamaban 'El Sordo', había perdido el ojo en la forma en que se ve en la película y el hombre empeñaba el ojo en la cantina… Otra cosa es que el amor no conoce barreras y está por encima de todo. La familia y la moral no tienen nada que ver con el amor…". —Luis Alcoriza entrevistado por Tomás Pérez Turrent. Tiburoneros, filmada en las costas de Tabasco y en la Ciudad de México, entre el 25 de abril y el 31 de mayo de 1962, es, sin duda alguna, la indiscutible obra maestra de Luis Alcoriza como realizador: una mezcla entre el documental y la narrativa de ficción y una suerte de fábula moral sobre la libertad individual. Una visión emotiva y descarnada ajena a todo tipo de impurezas melodramáticas y de prejuicios moralistas. Julio Aldama da vida al protagonista solidario que consigue equilibrar una vida familiar con esposa e hijos en la capital y su pasión por el mar y la pesca, acompañado de una nativa ingenua y sensualmente salvaje ("Quién se mué", dice a cada rato). Y a su vez, de un ayudante torpe pero bueno (Alfredo Varela "Varelita"), y un niño parlanchín y sensible (David del Carpio), que rompe en definitiva con los moldes de los escuincles ñoños y santificados de nuestro cine. Alcoriza contrasta la sensualidad y la brutalidad cotidiana de una zona cos-tera con la frialdad de una ciudad que tiende al tráfico y a la expansión urbana, donde las personas parecen vivir en un mundo idílico sin complicaciones, mientras en la costa, los personajes apenas sobreviven con el constante trajín, enfermedades y el sudor de un trabajo agotador. Lejos de las pasiones desatadas por mujeres costeñas al estilo de las películas de Ninón Sevilla, Lilia Prado o Meche Barba, el realizador se acerca a un universo de hombres duros y violentos, olvido económico y satisfacciones inmediatas sin sentimentalismos y complacencia, donde impera otra moral más libre y concreta. Tiburoneros (1963, dir. Luis Alcoriza) Aurelio Gómez, el protagonista trabaja en un barco tiburonero que le ha cedi-do don Raúl (Tito Junco), dueño de una empacadora de pescado. A su vez, Aurelio le da trabajo a Chilo (Varelita) y al niño Pigua (Carpio), incluso, una buena parte del dinero de este último se lo da a guardar a don Raúl para que el chamaco tenga dinero en el futuro. No sólo eso, Aurelio ayuda a la joven Manela (Dacia González) de 17 años con la que mantiene una relación íntima, para que ella y sus hermanos (Noé Murayama y Amado Zumaya), su padre y su cuñada (una irreconocible Irma Serrano) puedan trabajar con una lancha para pescar atún y róbalo. Aurelio ahorra lo más que puede para enviar dinero a su mujer, su madre y sus hijos en la capital a quienes no ha visto en unos tres años, al tiempo que convive con la dureza cotidiana: el compadre enfermo (Enrique Lucero), El Costeño (Eric del Castillo), buen tipo, entrón pero muy agresivo a quien tiene que ponerle un alto, o El Tuerto (Mario Zebadúa "Colocho"), borrachín que empeña todo el tiempo su ojo falso. Sin embargo, la vida de Manela y de Pigua se trastoca cuando Aurelio, que en verdad los quiere, decide regresar a su hogar con su esposa Adela (Amanda del Llano), su madre (Conchita Gentil Arcos) y sus hijos mayores: Sadi Dupeyron y Yolanda Ortiz, y dos pequeños más. Lo curioso es que en la capital, su mujer es guapa, buena, sonriente, sus hijos son responsables y estudiosos, su madre es adorable y su cuñado le ha propuesto un magnífico negocio; la ciudad no es la representación del mal, pero sí de la artificialidad y la laxitud. Por ello, Aurelio no se haya ahí, no es feliz en la urbe y prefiere la vida libre en los grandes espacios y el contacto con la naturaleza. Y sobre todo decide regresar a sus amores. Aurelio ama el mar, a una mujer joven y simple, quiere a sus amigos toscos y violentos y rechaza el mundo sencillo y mediocre. Tiburoneros es una de las mejores obras del cine mexicano, con escenas notables como aquella en la que Pigua y su pequeño amigo beben leche dulce de lata y comen sus sardinas: "Ábralas, pero bien abiertas”, dice el niño. O aquella de Aurelio abofeteando a su compadre por cortar las redes de Manela, las escenas íntimas entre esta y Aurelio y sobre todo, la amarga despedida de ambos en el muelle, o el encuentro entre Aurelio y su esposa en la intimidad y el diálogo final entre este y su hijo a las afueras del Politécnico, donde el chico estudia. A Tiburoneros, ganadora del Mejor Cinedrama en el Festival de Mar del Plata, Argentina y el Premio de la Crítica Internacional por sus valores documentales y de convivencia humana en el Festival de Locarno, Suiza, le seguiría Amor y sexo en 1963 y, un año después, Alcoriza regresaría con el productor Antonio Matouk en busca de otro paisaje rural inexplorado y remoto: Tarahumara (1964).