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Introspección entre una madre y su hijo: Entrevista con Salvador Martínez Chacruna, director de TZOFO

El caso de Tzofo (2024, dir. Salvador Martínez Chacruna) cuenta con una narrativa en la que la fotografía y el paisaje sonoro nos envuelven para insertarnos en la historia íntima de su madre, Juliana, del ser mujer otomí. A partir de un diálogo de introspección, Salvador construye la relación con su madre y las batallas personales que ella misma ha enfrentado. 

Luego de cinco años de gestión acompañado por el Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC), proporcionado por el IMCINE, Tzofo forma parte de la selección oficial del 22º Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) en la sección de Largometraje Documental Mexicano

Por lo anterior, Salvador platicó con el FICM para entrar en detalles sobre esta obra en la que podemos reflejarnos y cuestionar nuestro lugar en la Tierra.

Tzofo (2024, dir. Salvador Martínez Chacruna)

FICM: Tzofo es un documental enfocado en la historia de tu mamá —quien además es una cocinera y campesina otomí—, pero, ¿qué te inspiró a contar su historia y cómo encontraste el enfoque adecuado para narrar su introspección y sus batallas personales? 

Salvador Martínez Chacruna: Tzofo creo que es una voz colectiva de muchas mujeres a lo largo del tiempo, o sea, de mis ancestras y de mi cultura en general. Creo que, aunque es una historia muy personal, también es bastante colectiva y universal al mismo tiempo, porque el caso de mi madre, como cualquier mujer, ni siquiera de comunidad originaria, sino cualquier mujer en general en el mundo, pues lo que se narra, lo que mi madre va narrando en la película, es realmente un viaje arquetipal. Entonces, supera incluso la barrera de los géneros; todos nos empezamos a espejear, de alguna manera, con las narraciones que mi madre nos comparte. Al mismo tiempo, la película tiene un tono sonoro bastante inmersivo que te invita a ser parte de esa introspección junto con el personaje, no con la protagonista. 

FICM: La película comienza con un diálogo entre ustedes dos y me quedé pensando en cómo se dio, debido a la intimidad que abarcan. ¿Lo construyeron entre ustedes dos? ¿Por qué decidiste que el documental inicie con este diálogo? 

Salvador Martínez Chacruna: Como tal, no adjudicamos en la producción un guion porque sí, realmente fue a partir de una conversación, y esa conversación primero la tuve conmigo, yo conmigo mismo, digamos. La película a mí me detonó en un retiro de silencio; estaba como en un proceso, pues para mí el silencio es muy importante en mi proceso creativo, y sabía que mi trabajo anterior (que también se proyectó en una sección del Festival de Morelia) aludía un poco a mi acercamiento y reconciliación con mis procesos ligados a mi paternidad. Y eso me empujó un poco a tener una curiosidad tremenda por explorar enormes problemas y déficits en mi proceso con mi madre. O sea, no es que nos lleváramos mal ni mucho menos, sino más bien de entender unas cosas más filosóficamente, digamos, más profundas en esta relación madre e hijo. Y, estando en un retiro de silencio, yo sentía que teníamos una conversación muy profunda que nunca habíamos podido tener en la vida común y corriente, y la película empezó a ser una catarsis y un pretexto para profundizar ambos en temas que no queríamos platicar o enfrentar tan fácilmente. La película, tiene un tono también –como abrimos preguntas bastante complejas o, digamos, un poco pudorosas que son difíciles de cuestionarse si no hay un trabajo de introspección o trabajo, no quisiera decir espiritual, pero sí un trabajo de búsqueda– un poco más de metafísica sobre lo que somos y lo que hacemos como seres humanos en este planeta. 

FICM: ¿Cómo fue el trabajo en equipo para que la intimidad que tienes con tu madre se refleje en la película final? 

Salvador Martínez Chacruna: En realidad, es que sí fue, hasta ahora, el proyecto más retador en mi vida, creativa y profesional, e incluso económicamente hablando también. Pero como que la estrategia principal fue primero lograr una conversación muy profunda entre nosotros. Digamos que la escaleta o el guion fue una pista de audio, porque la película es toda voz en off. Y hasta este momento, o hasta ese momento, le sigo teniendo un cariño especial a la voz en off como instrumento narrativo. O sea, creo que ya la exploté, ya la descubrí; ahorita ya no quisiera volver a hacer una cosa similar. Las entrevistas en audio que tuve con mi mamá fueron alrededor de 6 horas, más o menos en un lapso de dos años y medio. Entonces, para mí fue jugar con la línea de tiempo en la edición en audio solamente con diálogo. Empecé a armar una maqueta auditiva sonora de la historia en negro, y la primera presentación que yo le hice a la fotógrafa fue un video en negro, absolutamente con puros subtítulos en español, porque de todos del crew, mi mamá y yo somos los únicos que entendemos el otomí. A la fotógrafa se le hizo impactante, fue como un gancho importante. Yo quería ya trabajar con Diana Garay desde hace mucho tiempo; tenía mucha curiosidad, se me hacía una fotógrafa con una visión bastante sensible y con manejo de la cámara muy práctico. Además, ella estudió Historia. Yo soy antropólogo, como que había un clic muy bonito en el sentido de poder agarrar o enfrentar una historia que tiene que ver, digamos, desde un punto de vista, digamos, más antropológico con cierto folklore. Pero no queríamos hacer nada folcloresco ni etnográfico. Entonces, así empezó todo el tema de la imagen y fueron cinco etapas de rodaje también. Entonces, fue mutando en cada etapa, desde las cámaras, hasta los lentes, hasta toda una estética que fuimos encontrando poco a poco y ya todos los demás procesos, digamos, fueron abrazándose. Hay un poco de animación en la película, que está bastante inusual, y, te digo, el tema del diseño sonoro, que mucho de la base fue toda la manera coral de la voz en off de mi madre. Eso dio pauta para que el diseño sonoro fuera envolvente o que atrapara, al menos, pensamos que así lo es en la película. 

FICM: Retomando lo que decías, que no se viera como folclor la película, ¿cómo fue el proceso de integrar esa riqueza cultural en la narrativa visual sin perder la autenticidad? 

Salvador Martínez Chacruna: Pues yo creo que eso sí se lo adjudico enteramente al destino. Había momentos simplemente que sí tenía que fungir como una especie de canal y de saber escuchar la intuición y decir que, pues, cierta decisión tendría que ser lo más práctico para la película porque siempre nos vimos tentados o, más bien, estaba de pronto esta presión como en la película hay narraciones en las que se dice que mi madre está aquí en la Ciudad de México vendiendo artesanía, como muchas mujeres que usualmente vemos, y no queríamos caer en esa imagen, digamos, un poco amarillista o bastante descriptiva. Sobre todo, más que amarillista, yo creo que muy descriptiva, y queríamos aludir justo a esta influencia psicodélica que tiene la película. Al final de cuentas, la película también es un mensaje y es un apapacho al público en el sentido de decir que, pues, cualquier peripecia de cualquier ser humano, por muy profunda que sea, o cualquier herida, psicológica o física o espiritual que podamos tener como seres humanos, en la búsqueda con uno mismo siempre hay, pues, una salida. Entonces, esa salida se la adjudico yo a mi búsqueda espiritual que tiene que ver con ciertas técnicas de meditación o ciertas plantas medicinales, y un poco está ese mensaje en la película. Queríamos también que esa bandera un poco disruptiva estuviera en la película, que tuviera cierto tono anárquico, en sentido hasta narrativo, audiovisual en general. 

 

FICM: ¿Cómo abordaste el equilibrio entre mostrar las dificultades de la vida de tu madre y las victorias en su vida cotidiana? 

Salvador Martínez Chacruna: Pues, la verdad es que yo creo que no logré el equilibrio porque la película tiene mucha desgracia y sucesos trágicos. Creo que a lo largo del proceso creativo y ahora que ya vemos la película terminada, sobre todo la parte final, me refiero a la parte final del proceso de terminar la película y ya verla totalmente armada, sí siento que al menos un 80% de la película aprieta y de pronto llega a incomodar, y su última parte es la luz y la liberación. 

FICM: ¿En algún momento del proceso de filmación cambió tu forma inicial de haber concebido el documental? 

Salvador Martínez Chacruna: Pues, siendo bastante sincero, sí. Yo no me esperaba una película como la que logramos; sí intuía que podría tener cierta chispa o cierta magia y demás, pero la verdad es que, como realizador, estoy muy satisfecho por el producto que logramos. Sí me imaginaba, de alguna manera, siempre que el sonido fue un tema de mucha importancia. Por eso los diseñadores sonoros —en realidad, con todo el crew— fue como magia poder encontrarlos en el proceso. Cada persona que se iba adhiriendo al proyecto le daba su magia, su toque, y siempre era para bien, para expandir el proyecto en los mejores términos visuales y narrativos. 

FICM: La tierra y la naturaleza juegan un papel fundamental en la historia de tu madre, Juliana. ¿Cómo trabajaste con los paisajes y los ciclos agrícolas para reflejar el estado emocional y espiritual de la protagonista? 

Salvador Martínez Chacruna: Gracias por la pregunta, creo que sí es bastante íntima, y se logró a partir de que al final la historia de mi madre también es mi historia, definitivamente. Ahí hubo un juego de yo también sentir lo mismo que mi madre, y fue como sumar con mi mirada. Había una parte que, con la fotógrafa, yo le pedía poder retratarla como cuando eres un niño o niña chiquita y estás viendo a tu heroína sin saber qué es lo que pasa alrededor. Y que, al menos para el contexto actual, una de las cosas que nos ayudaron a mi madre y a mí fue el estar en contacto con la naturaleza y la manera en la que crecimos. Sí, crecimos y vivimos por subsistencia mucho tiempo en la Ciudad de México, como en la urbe, pero también teníamos una muy buena parte en la naturaleza, en la milpa, en el río, en la montaña en general. Creo que para mí era muy importante dejarlo claro en la película, que hay una intimidad muy profunda con la naturaleza y que esa es la clave también del éxito, de la realización personal: el estar en contacto con uno mismo y al mismo tiempo con el entorno. 

Tzofo (2024, dir. Salvador Martínez Chacruna)

FICM: ¿Qué esperas que el público se lleve de Tzofo en términos de apreciación por la cultura otomí y las luchas internas a las que todxs nos enfrentamos? 

Salvador Martínez Chacruna: Pues me gustaría que el público pudiera apreciar lo mágico de la lengua, la sabiduría que hay en la lengua otomí. Creo que sí es parte de un tesoro nacional, culturalmente hablando, lingüísticamente hablando, incluso no solo nacional. Las lenguas originarias en el mundo tienen un código de resguardo de cosas importantes en el equilibrio del mundo, o al menos así lo siento; y que, a través de la lengua, puedan empatizar en los procesos de los seres humanos en general, de los sentimientos que tenemos profundamente callados, silenciados o enraizados en nuestro interior. Y me gustaría también que el público pudiera llevarse el abrazo que tiene la película, el apapacho y el cariño que les da a los espectadores. 

FICM: ¿Cuál crees que es la aportación de tu documental al cine mexicano? 

Salvador Martínez Chacruna: Uy, no sé si la pueda contestar en este momento. Ojalá que pueda aportar mucho la película, porque personalmente creo que ha estado lleno de muchos sacrificios y de múltiples esfuerzos, como cualquier producción. Al menos, lo que sí tengo claro es que ojalá que esta película le contribuya no solo al cine, sino a la vida en general de las personas. Un poquito, un granito de conciencia, de la manera que sea, pero lo que tenga que ver con conciencia. 

FICM: ¿Dónde estabas y cómo recibiste la noticia de que habías sido seleccionado para participar en el festival? 

Salvador Martínez Chacruna: Pues es que es chistoso, es bastante simple, pero me agarró la noticia en una exploración de una montaña, por un proyecto que me están invitando. Estábamos explorando unos caudales de ríos para poder tener una conservación del agua en épocas de secas en la región en donde vivo, en Malinalco. Y entonces fue recibir la noticia rodeado de una naturaleza impresionante, sobre todo de muchos cantos de aves, así de cientos de cantos de aves, que sentí que eran como un festejo. Y la verdad es que, pues, creo que me lo tomé con toda calma y con toda ecuanimidad. Saber que en Morelia es un primer gran paso, que espero así sea para esta película en su camino y en su ruta de festivales; que en Morelia, pues, damos el banderazo de salida hasta donde tengamos que llegar, y eso fue muy grato. Y sabiendo también, porque hace dos años en Impulso Morelia recibimos el apoyo de los Estudios Esplendor Omnia, entonces de alguna manera yo sentía que la película ya tenía un cobijo muy especial por parte del festival. Entonces fue muy grato saber que vamos a regresar y de nuevo mostrarles la película, ahora sí, totalmente terminada. 

FICM: ¿Quién es tu cineasta mexicano favorito de todos los tiempos y por qué? 

Salvador Martínez Chacruna: La verdad, sí es muy difícil. Pero bueno, creo que por respeto sí tengo mucha influencia de Tatiana Huezo; al menos dos de sus películas las considero sumamente importantes en mi vida, que usualmente me guían en momentos en los que estoy creativamente despistado, perdido. Admiro mucho su trabajo y la manera en la que trabaja con mujeres, con infancias. Es una cineasta a la que le tengo un gran aprecio y, aunque no la conozco físicamente, bueno, no hay una relación, sí creo que en su obra expresa un diálogo que al menos a mí me conecta y me guía en muchos sentidos.