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Ambulante: ANHELL 69

El amor, la muerte, el sexo, las drogas, la memoria…Prohibido olvidar. Nos están matando. Anhell 69 (2022) inclasificable ópera prima del colombiano Theo Montoya de 31 años, abre con las contundentes frases en voz del propio realizador, guionista, fotógrafo y narrador del filme: “Yo no decidí nacer. Nunca me lo preguntaron. Me lanzaron al mundo…” Lo que sigue es, de manera literal, un viaje al infierno del propio autor y de varios ángeles/demonios cómplices de la escena queer marginal de un Medellín virulento, tal como lo describe el juego de palabras del título… Una ciudad en llamas asolada por la paranoia, el miedo y el más puro y desgarrador instinto de placer y hedonismo aunque ello represente la efímera existencia de jóvenes y adolescentes cuya inspiración nihilista no proviene tanto de una orientación sexual, sino de un estilo de vida asumido con convicción equiparable a aquella frase de Sin aliento (1959, dir. Jean-Luc Godard): “Vivir peligrosamente hasta el fin”.

ANHELL 69

La premisa original de Anhell69 era un relato de ficción en una Colombia distópica y en extremo violenta controlada por el narco y una policía corrupta y en donde la figura de Pablo Escobar se convertía en una suerte de progenitor en una nación de huérfanos sociales; una especie de Pedro Páramo rulfiano con hijos abandonados que buscan a un padre ausente. En esa versión alternativa, los muertos han rebasado la capacidad de los cementerios y se han trastocado en espectros que vagan por las calles de Medellín despertando el deseo erótico en los jóvenes y el primero en consumarlo es Anhell 69; con ello, nacerá la peligrosa práctica de la espectrofilia (sexo con fantasmas) y con la venia de la iglesia y el gobierno, surgirán los cazadores de espectrofílicos.

Es decir, la metáfora de la discriminación aplicable a minorías sociales e indocumentados como sucede en algunos filmes de horror como La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero, se extiende aquí para la comunidad LGBTQI+ colombiana. No obstante, el inesperado deceso del protagonista elegido dentro de un casting, provoca un vuelco en el proyecto y es por eso que Montoya abandona la ficción (sin abandonarla del todo) y se sumerge en un insurrecto y subversivo documental.

Como si se tratase del protagonista de las distintas versiones de Orfeo: la de Jean Cocteau de 1950, Orfeo negro (1959) de Marcel Camus y en buena medida el Orfeo (1999) de Carlos Diegues, Theo Montoya y sus partícipes se internan en el inframundo de la violencia colombiana donde la policía o grupos extremistas, aniquilan con lujo de violencia (empalamiento incluido) a aquellos que han elegido otra alternativa sexual. Las variopintas entrevistas con un grupo de jóvenes que acudieron al casting de Montoya quienes de a poco van falleciendo por sobredosis suicidios o por infección de VIH (“Íbamos a más a velorios que a cumpleaños”) como un escape a su violentísima realidad, se alternan con imágenes de archivo de un Medellín incendiario, escenas en cementerios y el recorrido del propio Montoya en el interior de un ataúd que viaja en una fantasmal carroza funeraria que conduce nada menos que el cineasta de culto colombiano Víctor Gaviria, al tiempo que sin proponérselo, Anhell 69 pasa revista a buena parte de la escena queer fílmica (de Las aventuras de Priscilla reina del desierto a No tengo sueño y Paris is Burning, de Pepi, Luci y Bom a La fiera y la fiesta y más).

Escritor, poeta y cineasta, Gaviria ha concentrado su breve obra fílmica en un puñado de relatos hiperrealistas, amargos y desesperanzados, sobre la imposibilidad de redención de niños y adolescentes en los barrios bajos de Medellín, así como el impacto del narcotráfico en sus vidas y de toda una sociedad colombiana maniatada por el miedo y tentada por una vida fácil que deviene en una salida falsa. Rodrigo D. No futuro (1992), centraba su premisa en los niños abandonados víctimas de la violencia y el tráfico de drogas. En La vendedora de rosas (1998), utilizaba un tono documental y a verdaderos niños de la periferia más miserable, para narrar la historia de una adolescente con un destino trágico, que vende flores en las violentas calles colombianas. Sumas y restas (2004), en cambio, era un intenso y vibrante docudrama sobre el crecimiento de los cárteles de las drogas en los años ochenta y noventa.

Anhell 69 resulta una de las obras más insólitas, atípicas y sorprendentes de los últimos años. En ese sentido se trata sin duda de un gran triunfo de uno de los más importantes modelos de exhibición y promoción fílmica como lo es el proyecto Ambulante que privilegia el documental como forma de expresión audiovisual y responsabilidad histórica en un país asolado por los modelos más burdos de entretenimiento. Su aproximación hacia un género en el que cabe por igual el ensayo documentado, el lenguaje poético, la crítica social descarnada y sin complacencias, así como una estética de riesgo permanente, se ha convertido de a poco no sólo en formador de públicos, sino de cineastas en ciernes y sin duda un inspirador ejemplo es Anhell 69… “una historia sin fronteras, sin género… una película trans”. Una inclemente denuncia y a su vez un diario íntimo en el interior de una sociedad devastada.