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DEL BRAZO Y POR LA CALLE: una historia de amor condenada al fracaso

Realizada en la etapa final de la carrera de Juan Bustillo Oro, misma que coincide con una serie de tramas policiacas y de corte social, oscuras y desesperanzadas, muy opuestas a las exitosas comedias teatrales de su primera época, Del brazo y por la calle (1955) es un intenso drama negro y una suerte de historia de amor condenada al fracaso, que mostraba a la urbe como un personaje más y a sus protagonistas, como seres imposibilitados a escapar a un destino brutal, obsesionados con un pasado proclive a la melancolía. La película resulta una rareza dentro de nuestro cine: Marga López, Manolo Fábregas y la Ciudad de México como protagonista (dentro de los títulos mismos), la voz del narrador Carlos Ortigoza sin crédito, más un puñado de extras y personajes incidentales, son los únicos actores de un filme dramático, cuyo tema es la pobreza, la redención, la esperanza y la violencia contenida, que abre con imágenes nocturnas de Avenida Juárez, el palacio de Bellas Artes, el edificio Guardiola en la calle de Madero, para trasladarnos a Puente de Alvarado, el Restaurante Jena, y de ahí a la zona de abandono en Nonoalco: Buenavista, la estación de trenes y su mítico puente. 

DEL BRAZO Y POR LA CALLE

Adaptada por el propio Bustillo Oro y Antonio Helú, cultivador de la literatura policiaca y, a su vez, interesante realizador, Del brazo y por la calle es una adaptación cinematográfica de una obra teatral del chileno Armando Mook escenificada en el teatro mexicano a principios de los años cuarenta y protagonizada entonces por Fernando Soler y María Teresa Montoya. El relato es simple y complejo al mismo tiempo: un incipiente matrimonio avanza confiado tan sólo en su cariño; ella, María (Marga López), es una muchacha que ha dejado atrás todas las comodidades de su familia adinerada que rechaza por completo su compromiso con un joven que no pertenece a su clase y, por ese motivo, los padres de ella rompen con la pareja. Él, Alberto (Manolo Fábregas), es un artista; un aspirante a pintor que ha dejado el arte para convertirse en un frustrado, explotado y mal pagado empleado de una agencia de publicidad, realizando bosquejos vulgares y superficiales.

La Ciudad de México y, de manera particular los rumbos de Nonoalco, se convierten en el tercer personaje emocional que atestigua su crisis, su caída y su posible salvación. Todo ello, bajo una impresionante fotografía plagada de claroscuros a cargo de Ezequiel Carrasco, que lleva a extremos las calles mal iluminadas, los escenarios nocturnos, las penumbras y la urbe pulsante, el escenario artificial de la vivienda, la azotea, las luces lejanas de la ciudad y, en particular y de manera magistral, aquella escena en la que los personajes se encuentran separados por el puente de Nonoalco y no pueden encontrarse en ese marasmo emocional en el que viven.

El matrimonio vive al día en un “rincón cerca del cielo”, rodeados de un agresivo ambiente visual y sobre todo sonoro que les sirve de arrullo: el estruendo del patio ferrocarrilero de Nonoalco, el rugir de las ruedas y los silbatos de las locomotoras, una llave de agua que gotea y el ruido provocado por el taller de un vecino. El hartazgo, la pobreza del barrio, la frustrante vida conyugal, la ingenuidad y el alcohol llevan a María a cometer un forzado adulterio. Él por su parte, regresa de su turno de noche y no la encuentra. Memorables resultan las escenas de Fábregas en lo alto del puente de Nonoalco durante la madrugada esperando por su mujer. Ella duda entre suicidarse o volver al lado de su marido. Ambos deambulan por las calles hasta que finalmente se reencuentran en su hogar y ella le confiesa la verdad. El enfrentamiento es amargo, discuten en el transcurso de esa noche para regresar a la rutina cotidiana y escapar finalmente del brazo y por la calle.

La pareja resuelve olvidar y se ha perdonado en apariencia, en los límites de un filme realista e inquietante con una emotiva y bella partitura de Raúl Lavista, un tema musical compuesto por Mario Ruiz Armengol, interpretado por el grandioso Pedro Vargas, y un complejo ambiente de serie negra social y dramático como espejo de otro filme notable: A la sombra del puente (1946), de Roberto Gavaldón, realizado casi una década antes.