Skip to main content

Rumbo al #20FICM: YA NO ESTOY AQUÍ, SANCTORUM y otros retratos de la violencia

Rafael Aviña

El investigador, crítico cinematográfico y escritor, Rafael Aviña hace un recuento puntual de los largometrajes de ficción ganadores en las ediciones pasadas del FICM. En esta ocasión aborda Ya no estoy aquí (2019, dir. Fernando Frías) y Sanctorum (2019, dir. Joshua Gil), ganadoras en el 17° FICM.
A cien años de la muerte de Emiliano Zapata y a 25 de otro asesinato político: el de Luis Donaldo Colosio, el México de 2019 iniciaba con una oleada de duras protestas feministas y el nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador lidiaba con huachicoleo y violentos enfrentamientos. De alguna manera, la sección oficial en competencia de aquella edición 17 del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), ofreció varios rostros de la violencia: protestas juveniles, crisis de intimidad y clasismo y sobre todo esa orfandad derivada de la interminable guerra contra el narco y la delincuencia en el México profundo, de cuyas temáticas convulsas saldrían los principales premios. Ya no estoy aquí (2019) de Fernando Frías de la Parra, ganadora del Ojo a Mejor Largometraje Mexicano y el Premio del público, y Sanctorum (2019) de Joshua Gil, ganador del Ojo a la Mejor Dirección de largo mexicano y el Premio de la prensa.
Ya no estoy aquí (2019) de Fernando Frías de la Parra
Ya no estoy aquí (2019, dir Fernando Frías de la Parra)

La ópera prima de Frías de la Parra, Rezeta (2011), retrataba el ambiguo mundo del modelaje, centrada en una jovencita oriunda de Albania o Kosovo que lidiaba con todo tipo de individuos que sólo buscaban acostarse con ella. En cambio, Ya no estoy aquí (México-EU, 2019) mantiene varios puntos en común con aquella extraordinaria y exuberante Cumbia callera (2007) de René U. Villarreal, filmada a su vez en la “Colombia” de Monterrey, matizada por las cumbias, los vallenatos y toda esa subcultura muy particular de los “cholombianos” regiomontanos: su singular forma de bailar y sus grafittis, sus murales naif, los tatuajes, el paliacate, las blusas ombligueras y los estrambóticos cortes de cabello.

Todo ello, en la historia de Ulises Samperio (un excepcional Juan Daniel García Treviño), joven de 17 años, quien, luego de un malentendido con un cartel del barrio, se ve forzado a emigrar a Nueva York de manera ilegal, dejando atrás su patria, sus amigos, la pacífica y alegre pandilla de Los Terkos Lokos, su estilo de vida y sus efímeros sueños. Una obra sobre el desarraigo emocional y cultura y acerca de la violencia a punto de estallar y la absoluta falta de oportunidad para los jóvenes en México, tan sacrificables como aquellos adolescentes que Luis Buñuel retrató en Los olvidados (1950).

Una suerte de Odisea moderna de ese otro Ulises, cuyo periplo le lleva a vivir una serie de curiosas, tristes -la secuencia con la prostituta colombiana- y a la vez, divertidas escenas neoyorquinas en la zona de Queens, donde Ulises que no entiende el idioma, entabla una curiosa relación con Lin una chica asiática (Xueming Angelina Chen). Ello, entremezclado con los intermitentes flashbacks que remiten a su territorio en la Sultana del Norte con un protagonista de un carisma y un físico excepcional, en un relato que se aleja por completo del melodrama tremendista y la porno miseria, para proponer a través de un gran trabajo de cámara siempre en movimiento, a cargo del talentoso Damián García, un vigoroso retrato social, musical y de rescate popular, sobre una juventud que mantiene la frescura de su ímpetu y originalidad.

En contraste y al igual que en su anterior trabajo: La maldad (2015), el joven realizador poblano Joshua Gil regresa a sus atmósferas opresivas y fantásticas en ambientes de un realismo brutal, a medio camino entre la ficción y el documental y actores no profesionales en su mayoría. En algún lugar del México profundo, se libra una batalla entre el ejército y un cártel del narcotráfico y los pobladores, en su mayoría inocentes, o en su caso, obligados a colaborar, que pagan las consecuencias de ese fuego cruzado emocional. Ahí, un niño ha perdido a su madre trabajadora del narco y su abuela lo convence de que la única manera que regrese con vida es pidiendo a las fuerzas de la naturaleza un milagro. Esa noche el niño se interna en el bosque para suplicar por su progenitora, mientras el pueblo se prepara para la librar el enfrentamiento final con un ejército que se aproxima…

Sanctorum (2019, dir. Joshua Gil)
Sanctorum (2019, dir. Joshua Gil)

…“México es un gran santuario en donde muchas personas han enterrado a sus seres amados en cualquier lugar. Ha sufrido mucho por la violencia, desapariciones y atentados…” Las palabras del realizador inciden en un relato que se mueve entre un crudo realismo y un imaginario fantástico y sobrenatural que recuerda las representaciones de un Mal acechante propuestas por David Lynch en su reciente edición de Twin Peaks (2017).

Sanctorum aborda un tema duro y actual: la guerra contra el narco y la ineficiencia y complicidad del Estado Mexicano. Lo curioso, es que lo afronta desde una perspectiva casi onírica para hablar de esa suerte de maldad que permea en la sociedad. Se trata de una obra hipnótica con una poderosa banda sonora de Galo Durán, un notable diseño sonoro y una intrigante fotografía a cargo del propio Joshua Gil y Mateo Guzmán, con algunas imágenes brutales vista desde la lejanía: un enfrentamiento entre cárteles, la quema de una casa o la muerte de una familia observada fuera de cuadro.

Otros premios fueron para: Mariana Treviño Ojito a Mejor Actriz por Polvo de José María Yazpik tragicomedia sobre el narcotráfico, Luis Alberti Ojito a Mejor Actor por Mano de obra de David Zonana inquietante drama sobre los abismos sociales y el Guerrero de oro “Joaquín Rodríguez” de la prensa especializada para Alejandro Cárdenas.