01 · 09 · 25 Emilio Echevarría (1944-2025) y el 25 aniversario de AMORES PERROS Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Rafael Aviña Principios de julio del año 2000 a meses de la euforia Foxista; la línea 3 del Metro de la ciudad de México no tenía los tumultos ni los severos problemas de hoy en día. Ingresé al vagón en Etiopía rumbo a Ciudad Universitaria y entonces divisé a unos metros de mí al actor Emilio Echevarría que mitigaba el trayecto con una revista. De reojo descubrió que lo miraba y sonrió. Dos semanas atrás se había estrenado con gran éxito Amores perros, de Alejandro González Iñárritu, y decidí externarle mi admiración por su trabajo. Amores perros (2000, dir. Alejandor González Iñárritu) “Lo bueno es que nadie me reconoce salvo por la barba y el cabello crecido, y mugroso”, me dijo, refiriéndose a su papel de El Chivo. Se despidió, creo, en Miguel Ángel de Quevedo. En el breve tiempo que hablamos, Echevarría me transmitió una enorme sensación de calidez y pese a su excepcional interpretación me pareció incluso tímido y discreto. Tomó otro vagón a la eternidad dejando una serie de brillantes y poco conocidos personajes de esa misma tesitura, como el solitario hombre maduro del notable corto de Valentina Leduc: Un volcán con lava de hielo, o el marido nulificado de Intimidades en un cuarto de baño, de Jaime Humberto Hermosillo. Sin faltar otros vistosos papeles en filmes como: Morir en el Golfo, Novia que te vea, Y tu mamá también —como el papá de Diego Luna—, Vivir mata, De Mesmer, con amor o Té para dos, El búfalo de la noche, El mar muerto, Memorias de mis putas tristes, Colosio, el asesinato (en el papel de Fernando Gutiérrez Barrios) o esa gran interpretación en Un monstruo de mil cabezas, incluyendo su salto internacional con: 007. Otro día para morir y El Álamo como Antonio López de Santa Ana.Nada mal para un Contador Público que hacia 1975 decidió abandonar su profesión (llevó la contabilidad de un área de Televisa y también del mítico Video Club Zafra) para apostar por el teatro, a sugerencia de José Luis Ibáñez (Las dos Elenas, Las cautivas) bajo las órdenes de figuras como el propio Ibáñez, Otto Minera, Juan José Gurrola, Ludwik Margules y más, para dar el salto al cine en 1984. Por supuesto queda para la posteridad su personaje de exguerrillero y posterior asesino a sueldo que abandona a su mujer e hija (interpretada por su hija en la vida real, Lourdes Echevarría) para vivir como indigente al lado de varios perros callejeros y dar una lección “bíblica” a los medios hermanos que encarnan Jorge Salinas y Rodrigo Murray en Amores perros, que cumple 25 años de su estreno, bajo las órdenes de González Iñárritu quien lo dirigiera a su vez en Babel. 007. Otro día para morir (2002, dir. Lee Tamahori) Desde su época como estudiante de Comunicación en la Ibero, Alejandro González Iñarritu fue un joven inquieto, creativo, exigente, perseverante y controlador, en busca siempre de oportunidades. A la estación de radio WFM, acudió junto con su amigo Martín Hernández para someterse a una prueba de locución cuyo casting realizó Charo Fernández. Dos años más tarde y con 25 años de edad, se convirtió en Director General de esa, una de las más originales y exitosas estaciones de frecuencia modulada.A mediados de esos años ochenta, “El Negro” compuso música para algunas sexycomedias de Alberto Rojas “El Caballo” y cintas de acción del realizador Hernando Name. Luego, al ingresar a Televisa modificó por completo la imagen de Canal 5 y dirigió y escribió el mediometraje Detrás del dinero (1995), protagonizado por Miguel Bosé, y el corto, El timbre (1996), al tiempo que fundó su compañía productora Z Films dedicada de lleno a los anuncios publicitarios, hasta que luego de casi cuatro años y, según se dice, 36 tratamientos distintos de un guion escrito por Guillermo Arriaga, González Iñarritu debutó en la pantalla grande con Amores perros, que se convirtió entonces, en la película con más reconocimientos, incluyendo Cannes, el Bafta, la nominación al Óscar a Mejor Película Extranjera y varios Arieles como el de Ópera Prima.Amores perros colocaría en el ojo del huracán al joven actor Gael García Bernal, a todo el equipo de producción y al propio cine mexicano en general y lo llevaría directo a Hollywood a filmar el corto Powder Keg (2001), con Clive Owen y Stellan Skarsgard, y a debutar en grande con 21 gramos. Con su tenaz mezcla de ironía crítica y visceralidad, y una sensibilidad poco común para despojar al relato de glamour y artificialidad, apostaba por un relato sobre la fragilidad de las relaciones humanas, los temores y las contradicciones como motor vital de personajes, la fatalidad del destino y los azarosos caminos que abren diversas perspectivas emocionales, así como las opciones conscientes o inconscientes de redención personal.Una cinta que encabalgaba todo tipo de referencias fílmicas y ecuaciones morales y destinos cruzados a lo Kieslowski o los absurdos cotidianos de El agujero (el perro atrapado bajo la duela) a la hiperviolencia e historias paralelas de Perros de reserva de Tarantino, la obsesión canina de Caniche de Bigas Luna o la brutalidad y ternura de Takeshi Kitano (El Chivo tiene mucho del antihéroe de Fuegos artificiales, por ejemplo).No obstante, Amores perros rebasa el simple nivel del homenaje cinéfilo para proponer una perspectiva de la realidad perra y salvaje; el de un México profundo y cotidiano al mismo tiempo; el de una sociedad sin rumbo que normalizaba la violencia, el engaño, el odio entre hermanos y la amargura como sustituto de la adrenalina. Su premisa: el amor, la muerte y la redención unidos por un terrible accidente automovilístico en el que coinciden, un perro, un joven enamorado de su cuñada, un publicista que abandona a su esposa e hijas por una modelo española y un ex profesor universitario y exguerrillero que deja a su familia para enfrentar una lucha personal y el peso de la ausencia.La ciudad de México como territorio devastado emocionalmente; una suerte de jungla violenta, peligrosa e inquietante donde la paranoia y el odio estallan en cada encuadre. Sin embargo, Iñarritu y Arriaga no intentaban crear una apología de la violencia urbana, sino una reflexión sobre las consecuencias y la génesis de ésta y jugar con esa paradoja desde las perspectivas de tres historias con un brillante trabajo fotográfico de Rodrigo Prieto donde se mezcla la cámara en mano y el gran angular como signo de malestar social, un atractivo diseño de sonido de Martín Hernández, un sobresaliente trabajo histriónico y un formidable manejo del montaje que juega con el tiempo y el espacio para calar hondo en el horror cotidiano a 25 años.