08 · 01 · 18 The films of 1968, the year of subversion Share with twitter Share with facebook Share with mail Copy to clipboard Alonso Díaz de la Vega @diazdelavega1 En 1970 el poeta y músico afroamericano Gil Scott-Heron lanzó el álbum Small Talk at 125th and Lenox. Ahí recita una frase que se ha vuelto indeleble: “The revolution will not be televised”. La revolución no será televisada. Me atrevo a decir que en aquellos años, al menos, tampoco sería televisiva. Si 1968 demostró algo, tanto en el cine comercial como en sus márgenes, es que la revolución también aparecería en las salas cinematográficas; que el celuloide sería tan revolucionario como el plomo. 1968 fue el año de las protestas en París, en Ciudad de México, en Varsovia, en Bonn, en Madrid, pero también fue un año de subversión en las imágenes de Jean-Luc Godard, Stanley Kubrick, Vilgot Sjöman y muchos más que buscaron en el lenguaje cinematográfico lo que los jóvenes ansiaban en las calles: el cambio. En varios sentidos Peter Bogdanovich encarnó estas luchas. En 1968 era un joven cineasta que venía de la crítica cinematográfica a emular a los maestros de la Nueva ola francesa con un cine que fuera crítico pero sobre todo una forma de crítica. En su debut, El héroe anda suelto, donde un veterano de Vietnam comienza a matar gente aleatoriamente, un viejo actor de películas de monstruos es el único que puede detenerlo. Boris Karloff, el Frankenstein original, interpreta al héroe y simboliza el regreso de un cine olvidado en las películas nuevas para combatir las catástrofes de la realidad. De algún modo la película fue un manifiesto para la generación que incluía a Martin Scorsese, Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Brian De Palma y George Lucas. Todos eran cinéfilos consumados que esperaban recrear a sus maestros y a la vez superarlos. El grito (1968 dir. Leobardo López Aretche) Purely documentary cinema, which in the US captured the experience of being young and watching the rock virtuosos in D.A. Pennebaker’s classic Monterey Pop, served a different purpose to other cinematographies which used it to watch and incite the revolutionary spirit. Directed by Octavio Getino and Pino Solanas, from the Grupo Cine Liberación, The Hour of the Furnaces is an emblematic example. A visual essay under the influence of Godard, this film expresses neocolonialism through more than four hours as it interweaves its historical analyses with moments of sensitive contemplation. History, it seems to be saying, contains events but also ravished bodies and faces: sorrows. In Mexico, Leobardo López Aretche’s The Scream is indubitably the greatest cinematic memory of the student movement. Shoot on a shoestring budget in 16 mm film —an amateur format—, the film is, in terms of its production, a guerrilla attack; in its themes, a penetrating look into an illusion which would end in disaster, like the year itself. The revolutionary spirit fell under repression and negotiation in both hemispheres —a euphemism for both political systems which fought each other for world hegemony–. Yet the subversive cinema of 1968 lives still in the films we’ve reviewed along with others by masters from Ingmar Bergman to Pier Paolo Pasolini, without forgetting Lindsay Anderson and Roger Vadim. In 1968 societies and their films, like the protagonist in Tomás Gutiérrez Alea’s Memories of Underdevelopment (1968), questioned their position in the world, and in that act of rethinking their roles, they found, painfully, vigorously, critically, a sort of freedom.