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Álvaro Curiel recomienda Gadjo Dilo, de Tony Gatlif

{{Gadjo Dilo}} (1997), de Tony Gatlif

En las profundidades de mi videoteca se esconde un tesoro de valor incalculable. Hace más de una década conocí a uno de mis grandes amores, Gadjo Dilo (1997), de Tony Gatlif. En el cine Lorange de la avenida Corrientes (Buenos Aires) pasaban las películas más hermosas que yo recuerdo. Una noche me encontré con esta joya y la considero sin duda la única posesión que habría que defender a muerte.

Hablar de la narrativa de Gatlif resulta complicado. La historia y los personajes son tan poderosos, que difícilmente puede uno pensar que han sido capturados por una cámara capaz de manipular o modificar la realidad. La historia comienza con un hombre extraño que camina en la nieve en la mitad de la nada; su único destino, encontrar a una antigua cantante rumana llamada Nora Luca.

El extranjero viaja con una pequeña bocina intentando que el sonido explique lo que el lenguaje no puede. Stéphane (Romain Duris) es un parisino que viaja por el mundo buscando esa voz que fuera el tesoro más preciado de su difunto padre. Al detenerse a recuperar el aliento en un camino cubierto por la nieve, se encuentra con una gitana que lo cautiva de inmediato. Comenzamos ya a escuchar los primeros cantos y sonidos de un cineasta que, como pocos, nos demuestra que también en el cine podemos cerrar los ojos y escuchar una historia universal y profundamente conmovedora, sin la necesidad de tener otro valor de producción que no sea una comunidad, un bosque de árboles secos y el ojo de un cineasta argelino que ha puesto al servicio del arte, una vida llena de limitaciones.

Gadjo Dilo habla del honor de una comunidad rechazada históricamente por el mundo. De gitanos que viven al límite, llenos de hambre, de sexo, de alcohol, de música y en donde el extranjero que ha llegado a buscar una voz como tantas, enfrenta el rechazo y el estigma de ser un forajido. Lo acusan de todo, hasta de traerles mala suerte. Están listos para expulsarlo cuando el viejo músico de la comunidad decide adoptarlo, a pesar de que no encuentran entre el rumano y el francés, una sola palabra que les permita comunicarse. Nora Luca parece ser el único hilo conductor entre dos seres excepcionales que logran amarse a través de la música.

El viejo es capaz de quitarle los zapatos a su hijo enfermo para dárselos a un extraño que parece entender cada nota y cada lágrima que derrama un hombre acostumbrado a enterrar a sus seres queridos, perseguidos históricamente. Gatlif no se permite ser condescendiente. Nos muestra la brutalidad y excesos de los que son capaces estos gitanos que ineludiblemente pagan una y otra vez las consecuencias.

Stéphane es testigo, es el ojo extranjero que nos acompaña y nos lleva a buscar una voz que ha quedado atrapada en el pasado, en sus recuerdos, en la imagen de un padre que apenas se detuvo a ser padre, pero que marcó su vida para siempre.

Gatlif es único, pero el poder de su cine colinda inevitablemente con Wajda y su filme El bosque de los abedules (1970), con el viejo Kusturica que a golpe de trompetas nos escupía en la cara la tragedia yugoslava, con De Sica y su Ladrón de bicicletas (1948), con un Angelopoulos que conocía a la perfección sus raíces; aunque Gatlif no profesa la grandilocuencia. Un argelino que fue parido en las calles, nos muestra con orgullo –como lo hace Sabina– que haber nacido debajo de un árbol es también sagrado.

Una y otra vez intentan Gatlif y sus personajes enterrar el dolor, pero como la música, escapan como un eco por cada grieta que intenta contenerlos.

Lo más sorprendente son las afinidades latinas de la Europa del este con las nuestras. La pobreza, la injusticia, pero la forma en que celebramos nuestras tragedias con violines y trompetas, hacen de Gatlif un ojo indispensable para entender el mundo que nos ha tocado vivir.

Los mejores cineastas franceses, al igual que los futbolistas, han llegado de sus colonias para recuperar lo que les han arrebatado, la dignidad y su tierra. Gatlif se nutre de sus raíces, pero aprende del mejor cine del mundo a tener una mirada poderosa, aunque sin duda su capacidad de escuchar y de transformar esos sonidos en drama, son lo más relevante que encuentro yo en su cine.
Gadjo Dilo termina por ser una película francesa, en donde una tragedia es inevitablemente una historia de amor.