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EL MURO DE LA CIUDAD, de José Delfos: el cine clandestino

Imperdibles

Rafael Aviña

A mediados de los sesenta, el cine experimental e independiente realizado al margen de la industria renovaba el tratamiento de varios tópicos observados anteriormente con temor, mojigatería y sobre todo con superficialidad; algunos de ellos, como el erotismo, la criminalidad, la crisis existencial, la demencia urbana, el “amor loco” o el nihilismo cotidiano, fueron tema de varios de los filmes inscritos en el primero y segundo Concurso de Cine Experimental llevados a cabo en 1965 y 1967, irrumpiendo con la llegada de nuevos cuadros de producción, y un alien-to fresco y renovador para una industria fílmica a puertas cerradas.

En ese contexto surgió una cinta insólita y prácticamente clandestina, ya que jamás fue estrenada en salas de la Ciudad de México, recuperada únicamente a través de Canal 22 que la ha transmitido de manera esporádica. Se trata de El muro de la ciudad (1964) del cineasta debutante y autor, a su vez, del guion, José Delfos, realizada en apariencia para aquel primer concurso del que salieron obras como: Tajimara, Un alma pura, La fórmula secreta o En este pueblo no hay ladrones. Se trata de un filme intrigante, no sólo por su aparente concepción a medio camino entre lo melodramático y lo experimental, con varios elementos genuinamente eróticos, sino por la suerte que corrió para más tarde brotar de la nada en la televisión cultural.

A pesar de sus escasos recursos de producción y un argumento en apariencia trillado pero muy intuitivo, en lo que se refiere al tema de la frustración y los deseos inacabados de personajes oprimidos por una sociedad hostil e inclemente, la película resulta un documento inquietante y valioso con imágenes prácticamente documentales, como ese retrato de los patios ferrocarrileros alrededor de Buenavista y, sobre todo, la Unidad Habitacional Santiago Tlatelolco en su fase final de construcción, así como sus áreas comunes y largos pasillos techados.

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FOTO: Cine Club del Museo

Fernando Yapur, actor de origen libanés, quien había concursado como prospecto de nuevas figuras a principios de los cincuenta, obtuvo pequeñas partes como actor secundario en películas de esa década, como: ¡Viva la juventud!, Muertos de risa o Ando volando bajo, y el protagónico de El muro de la ciudad, en el papel del forzudo Fabián, mecánico de trenes, güero y de cabello rizado con amplias patillas, que vive con su avejentada esposa en la zona de los trenes, Elisa (Queta Carrasco), que atiende un puesto de periódicos. Se trata de una mujer mayor que él; por consiguiente, no le ha podido dar un hijo como él desea. Y cohabita con ellos, la extraña, solitaria y atrayente Blanca (la debutante Sandra Luz en su única película), hija de Elisa, joven de labios carnosos, algo desinhibida y también ingenua, que trabaja con un fabricante de pelucas y que exuda una inquietante sensualidad. Blanca y su padrastro se desean, ella se muestra provocativa en ropa interior a la hora de dormir y él la mira con apetencia recostado al lado de su esposa. En otras escenas, ella le acaricia los rizos a espaldas de su madre y él golpea a los hombres que se le acercan, como sucede con un vende-dor de vestidos.

En paralelo, se narra la historia de dos agentes de la policía. Uno de ellos sigue las pistas de un ladrón, vecino de Fabián y muy amigo de Blanca, que se hace pasar por ciego. La esposa del detective (Elvira Castillo) engaña a su marido con otro agente, compañero de trabajo de él. Durante el desfile del 20 de noviembre, el ladrón roba un collar valuado en cien mil pesos, esconde la joya en una maceta, hecho del que se percatan Fabián y Blanca, pero el delincuente es capturado por el primer agente, en tanto que su compañero desea quedarse con la pieza para huir con la mujer de su amigo. Fabián toma el collar y se lo muestra a la jovencita, quien antes ha tenido un encuentro con cuatro sujetos que han pretendido violarla, en una extraña y delirante escena alegórica donde la persiguen y acorralan. La cámara ubicada desde el punto de vista de ella, en el suelo, boca arriba, observa cómo los mozalbetes la rodean mientras deshojan una flor que ella lleva.

El muro de la ciudad plantea una serie de diatribas contra la injusticia, la soledad, la pobreza, la marginación, el engaño, el deseo reprimido, el rencor social. Lo hace de manera visceral, desordenada y en ocasiones risible. No obstante, consigue un tono que transita de lo sinceramente experimental a lo realista, con algunas secuencias y situaciones crudas y bien logradas. Cuando Blanca huye con el collar es atropellada por un tren y pierde una pierna, al tiempo que el titular de un periódico arrojado de la nada, habla del desorbitado precio de la joya. La madre de Blanca llama a su hija “Basura” cuando esta declara estar embarazada de Fabián —se trata de una mentira ya que la joven se ha mantenido virgen—. Fabián, en cambio, huye con una coqueta sobrina, que se ha ido a vivir con ellos al departamento de Tlatelolco que le han otorgado a este. Al final, el agente asesina a su esposa adúltera y al amante, y antes de entregarse, busca a Blanca para pedirle el collar; ella lo ha vendido en cinco mil pesos para comprarse una prótesis. Él la detiene a pesar de considerarla inocente, en este filme maldito, dirigido por un realizador con una carrera extraña que prácticamente desapareció del panorama fílmico.

José Delfos colaboró como supervisor de guion en las décadas de los sesenta y setenta y fue el coguionista de varios chili-westerns como: El forastero vengador, Los hermanos Centella, Dos valientes, la afamada El tunco Maclovio y Chico Ramos, que él mismo dirigió en un relato de violencia, sadismo y homosexualidad. Además de esta, su filmografía como director incluye: Treinta centavos de muerte, El tuerto angustias, Taxi negro —filmada en Colombia— y Maniático pasional. Delfos, realizador de El muro de la ciudad, una suerte de atípico drama social con elementos de neo noir, desapareció sin dejar rastro.