10 · 08 · 23 EL HOMBRE SIN ROSTRO, anticipo de un serial killer Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña En 1940 la editorial Atlántida lanzó su semanario El mundo del crimen con traducciones de historias internacionales, y en 1950 la Editorial Novaro publicó Policiaca y de misterio con relatos escritos por autores mexicanos, pioneros del género, como el brillante Antonio Helú. En esos años, al igual que hoy en día, no existía gran diferencia entre delincuencia y justicia, orden y caos, criminalidad y hazañas policiacas en el México real. La ambigüedad de la ley era asunto cotidiano, no así en la historieta, la radio y el cine donde el bien y la legalidad se imponían con arrojo y caballerosidad a delitos feroces y repulsivos. Por ejemplo, el Magazine de Policía de 1940, cuyo lema era: “Señalar las lacras de la sociedad es servirla”, era una popular historieta gráfica amarillista, que proponía asuntos de nota roja llevados a la ficción utilizando la fotonovela. El hombre sin rostro (1950, dir. Juan Bustillo Oro) En ese contexto, la talentosa y culta dupla de colegas cineastas y escritores, integrada por Juan Bustillo Oro y el libanés Antonio Chato Helú, contaban con una larga colaboración de trabajo iniciada a mediados de los años treinta en varios dramas y comedias como: Malditas serán las mujeres, Nostradamus, y La obligación de asesinar, entre otras. Sin embargo, en la década de los cincuenta, reiniciarían una fructífera mancuerna cinematográfica que daría pie a una serie de dramas inscritos en un atípico cine negro policiaco y de suspenso, algunos de ellos con tintes sociales y dramáticos. Y a su vez, el propio Bustillo Oro realizaría en solitario otras obras con ese corte psicológico de serie negra, explotando patologías criminales y pulsiones homicidas. Escrita y dirigida por Bustillo Oro en 1950, con la asesoría psiquiátrica del Dr. Gregorio Oneto Berenque, El hombre sin rostro resulta una variante noir de ese horror homicida que llevamos dentro, aunado a traumas sexuales y psicológicos, explotado con mayor fortuna por el cine de horror que por el propio cine negro de la época. En efecto, filmes como La marca de la pantera (dir. Jacques Tourneur, 1942), El monstruo de la Laguna Negra (dir. Jack Arnold, 1954) y El caimán humano (dir. Roy del Ruth, 1959), entre otras, exploran al “monstruo” como alegoría de demonios interiores y cicatrices infantiles que desembocan en extrañas enfermedades y aberraciones psicológicas. Y quién mejor para interpretarlo que Arturo de Córdova, quien logra sumergirse en otro esquema similar al de Jekyll y Hyde ocultando sus ansias asesinas. El Dr. Juan Carlos Lozano, médico forense de la policía —una suerte de adelanto de Hannibal Lecter sin impulsos antropófagos—, es el encargado de investigar una serie de asesinatos de mujeres, sin embargo, tiene pesadillas sobre un misterioso “hombre sin rostro”. Por ello acude con un amigo psiquiatra, el Dr. Eugenio Britel (Miguel Ángel Férriz) con el que tiene una sesión de psicoanálisis y le cuenta el recuerdo de su madre dominante (Matilde Palou), que le obligó a romper su compromiso de matrimonio. El psiquiatra empieza a sospechar que existe una conexión entre el anómalo comportamiento de Juan Carlos, prometido de Ana María (Carmen Molina), sus horrendos sueños y las mujeres asesinadas, entre ellas varias prostitutas, como sucedió realmente pocos años atrás, con los crímenes de Gregorio Goyo Cárdenas y a su vez, como una suerte de anticipo del cine de asesinos en serie cuya vertiente moderna arranca con Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock, con la que guarda cierta correspondencia. El hombre sin rostro (1950, dir. Juan Bustillo Oro) El hombre sin rostro es un drama noir a medio camino entre el subgénero del serial killer, el cine negro policiaco: las pulsiones del pasado, el asunto criminal, el accionar de la policía, detectives, hampones y trabajadoras sexuales, entre ellas, Kika Meyer y el cine de horror psicológico inspirado claramente en El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde del escocés Robert Louis Stevenson. Además de la participación de la cantante Chela Campos, La dama del bastón de cristal, y de Wolf Ruvinskis, como el Monstruo, el filme destaca por la excepcional partitura musical compuesta por Raúl Lavista y sobre todo, debido al gran trabajo de fotografía a cargo de Jorge Stahl Jr., quien junto con el escenógrafo Javier Torres Torija obtienen la recreación de un mundo de recuerdos traumáticos y escenarios muy en deuda con la plástica del expresionismo alemán que inspiró, como sabemos, la estética del cine negro.