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Desgarran con sus Voces Inocentes

El toque de queda marca el inicio del infierno. El cielo se ilumina con las luces centellantes de un tiroteo que parece no terminar nunca. Entre los estruendos, refugiados por sus techos de lámina, los pobladores se esconden debajo de sus camas. Las madres abrazan a sus hijos y los colchones fungen como una especie de blindaje para retener las balas y evitar así que se incrusten en alguno de los miembros de la familia.

Chava (Carlos Padilla) tiene once años, conforme se acerca su cumpleaños tendrá que elegir, si se le puede llamar de esta manera, entre pertenecer al ejército o a la guerrerilla; no hay a cual elegir unos son igual de asesinos que los otros y ninguno pide permiso para llevar a los menores de edad a su filas.

Basado en la biografía del guionista Oscar Torres, Mandoki recrea en Veracruz El Salvador de los años 80, atrapado en la Guerra Civil, pero las voces inocentes que se perciben no son las de esos niños, son las de los infantes de Irak, de Sierra de Leona, de Colombia, de África, que intentan mantenerse con vida ante una guerra heredada de la cuál no hay escapatoria, no en balde Torres ha elegido ser actor, quizá es más fácil interpretar otras historias que asimilar la suya propia.

El discurso no es nuevo, por desgracia. Su vigencia se transpira a través de cada uno de los fotogramas de la cinta en la que se esconden los gritos de "esos niños millonarios de lombrices". Mandoki coloca la cámara, Torres la historia y el corazón, el espectador se convierte en un cómplice silencioso de esa realidad que avergüenza ante la mirada de Chava que funge como espejo de aquellos ojos que se han cerrado con un tiro de gracia.