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ÁNGELES DEL ARRABAL y EL SUAVECITO

Nada supondría que un relato de barrio bajo como Ángeles del arrabal filmado por Raúl de Anda en 1949, escrito por él mismo, Roberto Quigley y Fernando Méndez, daría pie a la creación de un personaje secundario fascinante que tendría su propia película, misma que conectaba con varios elementos del cine negro tradicional realizada con mucha sensibilidad por el propio Fernando Méndez en 1950: El Suavecito. Su antecedente, Ángeles del arrabal, era una historia en la que se mezclaban explotadores de mujeres, cabareteras y delincuentes como el actor David Silva, apodado “El Nene”, quien sustrae unas joyas durante un atraco en un universo hostil y sin redención.

La acción inicia en la Calle Madero, con José Elías Moreno como El Aguador, que apoya desde afuera a sus cómplices quienes atracan la joyería El Rubí. No obstante, un policía se percata y “El nene”, lo golpea y huye. En “El Foco Rojo cabaret familiar”, canta Lupe La Tapatía alcohólica cuarentona (Sofía Álvarez), que abandonó a su vástago cuando era muy pequeño por irse a una gira a Sudamérica. Pero su hijo se perdió y ella se tiró al vicio por años. La Tapatía, sin embargo, es pretendida por el buen agente de la policía Morán (Carlos López Moctezuma). Lo curioso aquí, es que La Tapatía, canta ranchero y el mariachi es en realidad un conjunto de ¡bongoceros cubanos!: los de Silvestre Méndez.

Además de ellos, se encuentra El Suavecito (Víctor Parra), que cobra 32 pesos a la mujer que explota: Lucha (Sara Montes), media hermana de Dolores (Carmelita González), novia de “El Nene”. El Suavecito aclara que el mejor negocio son las “viejas” y comenta: “Aquí me tienes bien entacuchado, bien comido y sin líos con la chota”. Una de las mejores escenas de acción, es justo cuando “El Nene” que resulta ser el hijo perdido de La Tapatía -a quien odia, aunque al final se reconcilia con ella-, golpea al Suavecito y éste cae en el lodo ensuciando su impecable y blanco traje nuevo. Melodrama familiar, cine de cabaret y de arrabal, personajes sumidos en el crimen y obsesionados por el pasado aportaban un toque noir al filme.

El suavecito (1950, dir. Fernando Méndez)

Mejor ejecutado y con mayores elementos de cine negro resultó esa suerte de secuela a cargo de Méndez: El suavecito, escrita por Gabriel Ramírez Osante —coguionista de Campeón sin corona (1945) —, en la que Parra alternó con Dagoberto Rodríguez en el papel de Carlos Martínez, enamorado de Aurora Segura como Lupita Soto, novia del Suavecito. Víctor Parra en el mejor papel de su carrera, encarna con gran habilidad a Roberto Ramírez El Suavecito, personaje hipócrita, tramposo, infiel, misógino, gran bailarín del Mambo no. 5 de Dámaso Pérez Prado y con un severo complejo de Edipo. No sólo eso, involucra al buen taxista Carlos con el hampón Luis El Nene que ya no interpreta David Silva sino Enrique del Castillo. Carlos pierde con El Nene la factura de su taxi nuevo y aparece como responsable del asesinato de una cabaretera que El Nene mata sin querer. El Suavecito furioso porque su novia Lupita se ha interesado por Carlos, vende su silencio, sin embargo el remordimiento no lo dejará en paz.

Abundan las secuencias memorables como aquellas de las gringas que El Suavecito explota en Acapulco, entre ellas Jacqueline Evans, la escena del salón de baile —el mambo que baila con Amada Dosamantes es sensacional —, aquella de los billares en la que aparece Federico Pichirilo Curiel en su papel de Brillantina, la escena del cumpleaños de Doña Chole (María Amelia de Torres), madre del Suavecito y muy en especial, la inclemente secuencia final en la central camionera (Autobuses de Occidente), donde los esbirros del Nene a quien finalmente ha delatado el protagonista, es digna de las mejores obras de aquel desesperanzador cine negro hollywoodense Serie B como lo sería El luchador (1949) de Robert Wise con Robert Ryan, en cuyo final parece inspirarse esa joya que es El Suavecito.

En su momento, el Departamento de Censura de la Dirección General de Cinematografía prohibió su exhibición. Luego de varios meses en entredicho, la película pudo proyectarse con clasificación C, en ese entonces para adolescentes y adultos, casi un año después de filmada. La cinta considerada de mal gusto y denigrante, tuvo que ser mutilada en algunas secuencias de violencia y maltrato femenino, cuando en realidad retrataba con enorme fidelidad el ambiente de las vecindades de la ciudad de México y el trajín cotidiano de aquellos tarzanes y gigolós de barriada.