12 · 12 · 22 75 años de LA DIOSA ARRODILLADA Compartir en twitter Compartir en facebook Compartir con correo Copiar al portapapeles Rafael Aviña A mediados de los cuarenta, Roberto Gavaldón proponía un cine urbano de tonalidades oscuras y dramáticas que sumergían a sus personajes en la fascinación por el poder, la ambición, el triunfo social, la venganza y el crimen, como lo ejemplifica su relato de ambiente policial y sicológico El socio (1945), la disyuntiva moral y criminal de La otra (1946) y el drama social de pobreza, redención y gangsterismo: A la sombra del puente (1947). A la que seguiría: La diosa arrodillada (1947) protagonizada por María Félix y Arturo de Córdova, filmada hace 75 años. Gavaldón y su guionista José Revueltas, apostaban por la posesión corporal y la pasión desenfrenada de una pareja de amantes que llevan al extremo su desbordada sexualidad. La diosa arrodillada adaptaba un relato del húngaro Ladislao Fodor, en el que colaboraban además de los primeros, el dramaturgo y guionista Edmundo Báez y los realizadores y guionistas Tito Davison y Alfredo B. Crevenna. A lo que habría que sumar la espléndida escenografía de Manuel Fontanals, quien aportaba su elegancia y habilidad arquitectónica para el diseño de la mansión del protagonista Antonio Ituarte, las habitaciones del Hotel Reforma, el cabaret en Panamá, o los separos policiacos en las escenas finales. La diosa arrodillada (1947, dir. Roberto Gavaldón) La fotografía crepuscular y la utilización de sombras y de primeros planos a cargo de Alex Phillips le otorgaban además una dimensión melancólica y furiosamente sensual. Por cierto, el crédito de Foto Fijas pertenece a Manuel Álvarez Bravo. El filme costó aproximadamente un millón de pesos de aquel 1947 y al parecer, se trató de un fracaso comercial que significó el fin de la compañía Panamerican Films. A la distancia, el público quizá no estaba preparado para tales escarceos eróticos y amorales y la elegancia de una puesta en escena que rebosa sensualidad pero a su vez fracaso y melancolía: la de un hombre dividido entre dos mujeres muy opuestas: la esposa de una belleza serena, abnegada y proclive al sacrificio (la hermosa Rosario Charito Granados) y la explosiva sexualidad que encarnó María Félix a quien Lillian Oppenheim vistió como una verdadera diosa. Imborrable la escena en la que María como Raquel Serrano se presenta en la casa de su amante, el ingeniero químico Antonio Ituarte, el día de la fiesta de aniversario de bodas con su esposa Elena (Granados), acompañada del escultor Demetrio (Rafael Alcayde), enfundada en un bellísimo y entallado vestido negro, sólo para saber si “Ha sido desamor o cobardía” de su amante, el haberla abandonado. Otro personaje importante es Nacho (Fortunio Bonanova), socio de María a la que siempre ha deseado; parte del negocio de ambos es el enamorar a millonarios y sacarles dinero. La primera vez que aparece Elena es en una imagen fotográfica. Es decir: ella es sólo un cuadro, una efigie, el decorado perfecto. Lo mismo sucede después de su muerte. Es tan sólo un fantasma, una pintura en medio de la sala. “Una sombra muy fuerte que acabará por vencerla”, le dice Esteban, fiel sirviente interpretado por Carlos Martínez Baena a María. La caída del protagonista como si se tratase de un antihéroe noir, se debe a su ambigüedad e indecisión: la de un hombre que no se define entre la pasión y el deseo y el amor. Ituarte, magnate de la industria farmacéutica, adquiere como regalo de bodas para su mujer la bellísima estatua de mármol de una mujer desnuda y arrodillada esculpida por su amigo Demetrio, cuya modelo es la voluptuosa Raquel ex amante de Antonio, quien desea regresar con ella, pero la mujer le exige que corte con su mujer. Luego de la fiesta de aniversario, Elena muere. Raquel se va a Panamá a trabajar con su socio, donde es admirada y deseada por los marineros que llegan ahí. Antonio la busca en Panamá, se alcoholiza e intenta asesinarla. Los amantes regresan a México y se hospedan en el Hotel Reforma, planean casarse en Italia y viajar por Europa. En su residencia, Antonio recuerda que intentó envenenar con una copa a Raquel, pero fue Elena quien la bebió. Él se lo confía a su amante y termina con ella. Ella no está conforme e interrumpe una reunión de consejo en su empresa para anunciar a todos que en breve se casará con Antonio, quien acepta contra su voluntad. Por su parte, Nacho chantajea a Raquel y le exige cien mil pesos por su silencio, cuando ella se niega, Nacho denuncia a Antonio por el envenenamiento de su mujer y es detenido. Los resultados forenses arrojan que no hubo crimen, Elena murió de causa natural, en realidad la copa se derramó en la alfombra. Raquel se precipita en los separos policiacos para avisarle a Antonio que está libre de culpa pero él ignorante del hecho y con una carga de culpabilidad enorme se envenena con una pastilla que guarda y muere en la celda en brazos de su amante. La diosa arrodillada adelanta algunos temas que Gavaldón y Revueltas catapultarán en esa joya que es En la palma de tu mano (1950). Aquí, conciben una fascinante y extraña mezcla de thriller policiaco y pasional y drama romántico llevado a extremos. Sin duda, es en éste filme donde María Félix luce su belleza y sexualidad innata en esplendor absoluto en una caracterización de femme fatale noir perfecta. Se trata de una trama sobre el deseo y la culpa y la imposibilidad de dejarlo atrás. Representado a su vez por esa estatua marmórea: resulta admirable la idea de colocar la estatua de la diosa arrodillada en el patio de la residencia, justo entre el estudio de Ituarte y la habitación de la esposa. A su vez, la escultura representa a la perfección el estereotipo femenino más socorrido del cine nacional: la mujer sumisa y de rodillas. La última secuencia es una muestra fiel del cine negro: una suerte de descenso al infierno a partir de una pasión y una culpa que impide la felicidad de los amantes, como lo muestran algunos clásicos relatos policiales de la época como: El cartero llama dos veces (1946, dir. Tay Garnett) o Pacto de sangre (1944, dir. Billy Wilder). Vale la pena recordar el bellísimo cartel promocional que elaboró Ernesto "El Chango" García Cabral, así como las imágenes documentales del Hotel Reforma, el Edificio Basurto en la Colonia Condesa y el convento del Carmen en San Ángel.